miércoles, 8 de febrero de 2012

Perder el tiempo en escribir...


Está nevando fuera. Los copos de nueve, pequeños y a millares, sobrevuelan las casas y los árboles a gran velocidad, como si corrieran perseguidos por los otros, en una carrera al escondite donde todos ellos llegan a su meta a la vez, supongo que, muy lejos de aquí.

No parece que ninguno de ellos roce el suelo siquiera. El viento no los deja posarse ni en los árboles, ni sobre las tejas rojas de las casas de la urbanización, ni sobre el seto del jardín, que desde arriba parece aplastarse para ofrecer una cama a los copos agotados, que con tanto movimiento, no consiguen encontrar consuelo o un sitio donde posarse y pintar de blanco el paisaje, como es su obligación.

Desde los cristales, el silencio se llena con las manecillas del reloj recorriendo su camino rutinario. Si no las oyera, creería sinceramente que me he quedado sorda, pues no oigo a Daniel balbucear por el pasillo, ni su lloro desde la cuna. No oigo la Wii encendida o los dibujos animados a todo trapo de Miguel en el salón. Ni las teclas del ordenador sonando en mis dedos, porque he tratado de evitar hoy volver a perder el tiempo escribiendo algo, en esta mañana invernal, en la que el tiempo, parece haberse detenido.

Es curioso que todos los tiempos perdidos, todos los momentos inútiles, todas las jornadas de reflexión y silencio se parecen y se confunden en el tiempo. Sin mirarte a ti mismo en un espejo, abstraído en los pensamientos y observando la vida pasar, ignoras si eres adulto o un niño, si estamos en el siglo XXI o en el XVI, o si somos los que somos o por el contrario, representamos otro papel, ese que no imaginamos o lo que siempre quisimos ser.

Quién sabe si mirando un paisaje nevado, sin poder salir de casa y sumergido en el silencio, Gaudí acarició la idea de su SAGRADA FAMILIA, o si Vermer decidió pintar a sus mujeres en casa, esperando una carta. Quien sabe si Cervantes, en los fríos inviernos de Alcalá, acarició su Quijote en sus pensamientos o si Adolf Hitler, barajó su plan de conquistar al mundo, en una jornada de reflexión, una mañana solo, acompañado por las manecillas del reloj.

Las ideas más maravillosas o las más terribles pueden surgir en un espacio inútil, en un tiempo perdido, como observador callado de los fenómenos de la naturaleza. Como espectador pasivo, indefenso, abrumado por un tiempo que está por llegar y no sabemos lo que nos deparará, como los copos que corren desafiando al viento, sin saber si finalmente se posarán.

En la llanura del propio silencio, me pregunto hoy, cuantas yardas recorrerá mi imaginación, mi espacio transparente y vacío, para llenarse de historias, de sueños, de pretensiones de un tiempo mejor, que, seguramente, no se posarán.
En ese deseo, abrigando mis esperanzas con un polar morado, protejo mi corazón de las inclemencias del destino, de los caprichos del azar y de la inestabilidad, que fuera, hace tambalearse al vecino. El pobre iluso, ha salido enfundado hasta las cejas, para intentar arrancar su coche en la calle de enfrente.

Me siento pequeña, indefensa, llena de sensaciones que pretenden salir a la calle, y se quedan congeladas en el mismo quicio de la puerta, con miedo a poner un pie en el suelo y resbalar.

Siempre que reflexionamos, siempre que queremos dar un paso al frente o se perfila un sueño en nuestro espacio transparente, surge la inseguridad, la inquietud, este tiempo detenido como el de hoy, que confunde todos los tiempos que ya hemos pasado, en uno, ese tiempo que has perdido y que te empeñaste en escribir.

Escribir, me dicen mis dedos inquietos, martilleando el cristal de forma continua y casi rítmica, pues ya han planeado una historia, un momento, algo que necesitan plasmar sobre las teclas de mi ordenador. Este, caliente ya, espera con una página en blanco, a que los copos de mi imaginación encuentren su sitio y decoren de blanco el paisaje, como es su obligación.

Comprendo, en pijama y con mi polar morado, que es mi obligación hacer caso a mis dedos, que nunca se cansan de pulsar teclas, que se empeñan en hacerme entender que pienso, qué vivo, cómo es mi alrededor.
Y vuelvo a mi sitio. Vuelvo a perder el tiempo. Vuelvo a mi espacio en blanco que comienza a perfilarse con un caminito de hormigas, como decía Ana María Matute, que una detrás de otra, se dirigen al hormiguero, dibujando con su rastro una historia, que algún día, algún lector alcanzará a comprender.

O quizá no. Quizá mis letras, mecidas y alcanzadas por el viento, por la rutina, por el devenir de la existencia y el tiempo ruidoso, se las lleven muy lejos. Quizá, nunca alcancen a posarse sobre el seto del jardín de ningún lector. Quizá desaparezcan en la ventisca y hayan sido sólo una pérdida de tiempo. Quién sabe...

Sin embargo, con la cara pegada al cristal, viendo los copos caer, yo he podido ser hoy la mujer más valiente de la tierra, la creadora de una vacuna para el cáncer o la escritora más famosa de la historia, por ser capaz de plasmar, lo que nadie se atrevió a dibujar con palabras.

Hoy, embebida en mi propio silencio, ni he hecho la comida ni tengo la ropa de la lavadora, tendida en los radiadores, pero he disfrutado de un tiempo detenido que me ha permitido soñar, crear, ser...

HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...