HOLA A TODOS, FELIZ SAN VALENTÍN.
PERMITIDME HOY, QUE HA PASADO YA EL FIN DE SEMANA, QUE OS CUENTE MI DÍA DE SAN VALENTÍN. UN DÍA NADA ESPECIAL Y SIN MAGIA COMO CABRÍA ESPERAR SEGÚN NOS CUENTAN EN LOS ANUNCIOS DEL CORTE INGLÉS O LAS PELÍCULAS ROMÁNTICAS.
DEJÁDME CONTAR MI HISTORIA, SEGURAMENTE, MUCHO MÁS REAL.
PERMITIDME HOY, QUE HA PASADO YA EL FIN DE SEMANA, QUE OS CUENTE MI DÍA DE SAN VALENTÍN. UN DÍA NADA ESPECIAL Y SIN MAGIA COMO CABRÍA ESPERAR SEGÚN NOS CUENTAN EN LOS ANUNCIOS DEL CORTE INGLÉS O LAS PELÍCULAS ROMÁNTICAS.
DEJÁDME CONTAR MI HISTORIA, SEGURAMENTE, MUCHO MÁS REAL.
MADRID, 14 febrero de 2009.
Tras la odisea en el espacio de llevar al enanito, engañado totalmente, y a mi madre, (que aquejada de un ojo de gallo en el dedo pequeño del pie derecho, iba la pobre que daba pena), hasta el hospital de la Milagrosa, y coronar con éxito la pica en flandes que supone, hacer el análisis al niño en un mini brazo, que tuvieron que sujetar dos personas, por cierto; salí yo medio aliviada, pensando que la jornada no había hecho si no que empezar con un poco de acierto.
Arrastré, que no lleve a mi madre con su ojo de gallo y todo a las rebajas, , donde sin no denostado esfuerzo, encontramos un traje elegantisimo, que rebajado de sesenta euros a quince, nos pareció de ley comprar. ¡Que una cosa son rebajas de saldo y otras muy diferente encontrar ganga semejante!.
Y con emoción y aventura, enfundeme con el traje nuevo sobre las cinco de la tarde que se esperaba la llegada de mi amado, para recogerme y llevar al niño con la abuela Pilipam.
Sentada en el salon de mi madre, (pintada y todo, que la ocasión bien lo merecía, con mi vestido nuevo planchadito), mientras el niño jugaba con el tio Fernando, mi madre le planchaba el traje de chaqueta para una entrevista, me quede frita viendo la Bea, porque los negreros del Corte Inglés no dejaron salir a su esclavo, lo menos hasta las ocho.
Deprisa y corriendo, quedando en el andén del metro con mi amado y con los pelos tiesos, pues cinco minutos antes de quedar, tuve que vestir al niño, coger sus trastos y arrastrarlo escaleras abajo, llorando a lagrima viva, porque el tio Fernando se quedaba en la casita y no queria ir a ninguna parte, nos encontramos en el metro, y sin apenas saludarnos, entramos en el vagón.
Una hora después, tras jurar en arameo y contarme los mil y un avatar del maldito trabajo ese que le está quitando la poca ilusión que le queda ya, estabamos depositando el niño en casa de, más que una abuela, una pobre mujer indefensa, que a fuerza de esperar al niño a las seis de la tarde, ya estaba haciendo una rogativa a San Antonio o al mismisimo patrón de las causas perdidas, de cuyo nombre, no puedo ni quiero acordarme.
Tras la bronca de mi suegra, un kebak en la plaza del Callao de pie a toda prisa y un Acuarios atragantado en la garganta, depositamos nuestros traseros en la silla del cine para ver esa película que nos encantó, por cierto, que se llama, y os recomiendo encarecidamente, "El extraño caso de Benjamin Button".
Luchando con el sueño, con la legaña pegada al rimel, y tras llorar a moco tendido por la justicia cruel que se ceba siempre con los mejores, salimos del cine sobre la una de la mañana. Hacía un frío, que me recordó de golpe que llevaba puesto el vestido nuevo y no sólamente mi Antoñito no se había dado ni cuenta, sino que encima me reprochaba que fuera tan fresca, después de lo que habíamos pasado en San Rafael, invierno maldito, sin parar de nevar....
La noche prometía sí señor.
Cerrado ya el metro, con la Gran Via atestada de jovenzuelos borrachos y todas las cafeterías cerradas, lo único sensato que se nos ocurrió en semejante momento fue dirigir nuestros pasos hacia el buho y volvernos a casa de mi madre, que lejos de parecer el idílico lugar donde consumar nuestro amor, era el sitio menos indicado para el romanticismo, pues seguramente mi madre roncaría al final del pasillo, pues, en el último momento había decidido irse al Escorial al día siguiente, pues el ojo de gallo era cosa de mantenerlo en alto, al menos doce horas.
En el calor de la noche, digo en el frío, deseando llegar a casa y del brazo de una marmota que caminaba por inercia, pues estaba si no reventado, muerto con las botas puestas y el ordenador en la mochila, se plantea la conversación de que el amor es en algunos casos sublime.
-"Será en las películas, porque lo que es en la realidad..."-contesto con evidente ironía, y sin pestañear, recordando que ni comprandote un vestido nuevo, a cuatro años de haberte casado, tu marido ve algo más allá que vas a coger frío si te pones faldas en febrero o escucha más que el pitido de su movil si le llaman a la guardia.
Y empieza el baile de reproches y sinsabores, en pleno San Valentín, (que tiene bemoles la cosa) que al menos duró hasta Nuevos Ministerios, andando a toda galleta y sin mirarnos siquiera, y eso que hacía frio...
Después de discutir sobre diferencias de opiniones, y soltarle a voz en grito en medio de la Castellana, que un día no celebraremos San Valentín y que no pasará nada, porque será tan solo una fase, como dicen mis amigas que llevan ya no se cúantos años casadas. Que en realidad todo esto es un invento del Corte Inglés y de los americanos, y que tontos somos los que seguimos creyendo que, en medio de la vorágine que es la vida, se puede uno mirar a los ojos y decir sin miedo que te alegras de compartir una vida con una persona como él, yo me había comprado un traje, había sacado las entradas, y estaba ahorrando de lo que me sobraba de la compra para que se comprara el famoso ordenador pequeño que tanto busca; acabé mi discurso diciendo que no, que el amor no es casi nunca sublime...
Nos miramos a la cara y nos tronchamos de risa. En un segundo me di cuenta que me equivocaba. Que sí merece la pena, que por un abrazo a tiempo de alguien que vive a tu lado y a veces ni siquiera conoces, porque se pasa la mayoría del tiempo con la cabeza en otra parte, y sin tiempo ni para llamarte por teléfono, pero que vuelve a casa cada noche, duerme y ronca a tu lado, y se levanta sonámbulo si el niño pide que le cojas el biberón, que se le ha caído. Pues al lado de ese alguien, eres mucho más feliz. Mucho más, que cuando volvías a casa sola y ponías la televisión para no oír tanto el silencio, y tratabas de convencerte comiendo un helado, a lo Briget Jones, que estás mucho mejor soltera y sin nadie que te de la lata.
Porque tienes una historia con esa marmota al que apenas ves, porque se levanta pronto y se acuesta después de cenar, que ni siquiera se acuerda de que para tu cumpleaños te gusta que te traiga una sorpresa. Tienes una historia normal y corriente, una historia más.
Y descubres que, efectivamente, el amor casi nunca es tan sublime como en las películas...
pero, ni falta que hace
Y hasta ahí puedo leer, que lo demás, queda para el marmota y yo.
FELIZ SAN VALENTÍN PARA TODOS