lunes, 27 de abril de 2009

ESCRIBIR PARA VIVIR, VIVIR PARA ESCRIBIR



Me han preguntado muchas veces, últimamente, ¿por qué escribo?, ¿por qué pierdo el tiempo? o ¿cúal es la finalidad de mi escritura?.

Es una buena pregunta, sí señor, pienso siempre que recuerdo que las preguntas más sencillas, son las más difíciles de contestar.

No ha nada tan difícil como contestarle a un niño o tratar de explicar a alguien que te conoce, por qué te gusta algo o porqué forma parte de ti o de tu rutina.

Es, ciertamente, algo que requiere una reflexión más profunda.

Antes de ayer estuvimos en Segovia. Hacía frío, y eso que el viernes, salíamos de casa con manga corta y si me apuras con bermudas. Yo iba con una faldita muy mona, que a Antonio le gusta mucho, y no podía más de la tembladera que me estaba dando ir por la calle. Encima, como cada cosa tiene su afán, el nuestro era ir buscando un cable USB o no se qué para la cámara de video de mi marido.

Llevaba al niño de la mano, que se paraba delante de mis pies, para que le prestara atención. Nos iba diciendo una y otra vez, que dónde estaba la juguetería en Segovia y que por ahí no era. Y que, después quería ir a los coches que dan vueltas a dar una, una sola que es muy caro, en un cohete con luces que sube y baja. Yo le decía que sí, que en un momentito, hacíamos lo que él quería, mientras Antonio miraba desesperado por las calles por dónde pasabamos una maldita tienda de informática abierta, porque, seguramente, hasta en Segovia, la gente utilizaba los ordenadores.

En un momento, consabido y repetido, para mi, se paró el tiempo. Casi no oía los ruidos de la calle, mi marido preguntándome cosas, ni siquiera, a un perro ladrar constantemente. Me hallaba fascinada por la atmósfera de un sábado en una capital de provincias.

Las campanas de la Catedral sonaban a lo lejos anunciando que eran las doce en punto. Una bandada de cigüellas, movía sus alas con ese sonido inconfundible que ahora ya sé interpretar, pues será su manera de comunicarse unas a otras, para orientarse, para saber a dónde ir para buscar su comida.

Las calles empedradas, directas al magnífico Acueducto, estaban atestadas de turistas con sus cámaras y de provincianos, vestidos con sus mejores galas y paseando tranquilamente. Parándose cada dos por tres con cuantos vecinos o amigos se iban encontrando en su lento y cadente paseo arriba y abajo por la calle peatonal.

-"Muy buenas, Faustino, ¿cómo va su hija?. ¿Está ya un poquito mejor?".

Faustino, que va del brazo de su señora, y paseando al nieto en un cochecito tapado con una capota azul, se para tranquilo y contesta que sí, que ya ha salido del hospital y se recupera en casa de los padres de su marido. Que ellos se hacen cargo del niño y que están felices, recuperando el tiempo, los años perdidos, la ilusión por los nietos y los juegos de niños.

Se despiden, por lo visto el otro, quería acercarse a la Plaza, que hay unas jornadas gastronómicas esta semana, y su mujer ha preparado su plato favorito. Van a probar suerte, a pasarlo bien y luego, encima, les invitan a comer.
Le cuenta que van casi todos los de la Peña, y que se les disculpa a ellos por lo de la hija, que ya se lo contará su mujer cuando se acerque a que prueben un platito que les han dejado reservado, para ellos, de las migas que presentan.
-"A más ver", se despide Faustino.
El otro hace lo propio.

Los sigo un rato con la mirada. Van en direcciones opuestas, incluso hemos recorrido con Faustino y su nieto, unos pasos más.
Me ha parecido un viaje en el tiempo, donde visito y vivo la España, que algunos bien llaman profunda, pero que a mi me parece cargada de encanto, de tradición que no muere, de hombres y mujeres que bien pudieran ser del siglo pasado, y quién sabe si de muchos siglos antes.
Me pregunto con nostalgia, con esa nostalgia de tiempos futuros que todavía no han ocurrido, pero que están por llegar, si en unos años, en unos lustros, podría encontrarme a un Faustino, paseando por el Paseo de Fernandez Ladreda, camino de la calle Cervantes, con su nieto en un cochecito, saludando a sus vecinos de siempre.
A otro Faustino que ni siquiera es capaz de sospechar que nosotros, que nos hemos cruzado con él, vinimos en un avión de Bruselas la semana pasada y que estamos buscando el maldito cable de conexión USB para pasar los videos de la cámara a un formato digital que pueda guardarse en un Pendrive y que podamos sacar de un disco duro, para que mi hermano pueda copiarlo y tenga en su propio ordenador, no sé cuantas gigas de imágenes de su sobrino.

Que alguien me perdone si lo que he puesto es un despropósito, pero seguramente, de todas todas, lo es.

En mitad de un paseo por el tiempo, donde no hay rincón en sus edificios, en sus paredes, en el adoquinado que pisamos o las torres de las iglesias, la Plaza Mayor o el Ayuntamiento, que no recuerde en Segovia los tiempos pretéritos. En el escenario de un cuento antiguo, donde se respira paz y sosiego, donde la civilización no ha conseguido abrir sino un bache en los alrededores, en los barrios residenciales o en Nueva Segovia. Pero, donde todavía es posible volver a los orígenes, a un espacio y un tiempo que aún llevan impresos la impronta de sus recuerdos, de sus habitantes, de sus sonidos, de sus olores a Migas o a Cabrito, a judiones recién hechos o a cochinillo, (que por eso se coge uno el coche y se va un sábado allí) resulta que en realidad el progreso no ha parecido tener cabida.

Los lugareños hoy estan pendientes de las comidas que hacen sus mujeres, de ponerse sus mejores galas, de echarse un abrigo por encima y salir a la calle a pasear. Están ajenos a todo, porque son incapaces de imaginar, que nosotros tenemos prisa. Mi marido anda de los nervios por que los segovianos no abren sus puertas, al menos las de las tiendas de informática, los sábados por la mañana. Y no hay tiendas de Orange para preguntar cómo se puede hacer un contrato de Internet, para poder conectarse en todas partes, pues sin él, pocas cosas se pueden hacer ya.

Es verdad. ¡Qué pocas cosas sabemos hacer los hijos de la tecnología sin un ordenador o internet!. Siquiera saber de otras personas, traducir una palabreja que no entendemos o mirar cómo se llega a un sitio. Porque otro gayo nos hubiera cantado si llegamos a mirar las tiendas de informática abiertas en Segovia, por el Google.

Sin ir mas lejos, pienso, si ahora mismo tuviera mi pórtatil en pleno funcionamiento, le pediría a mi marido que se llevara al niño a los coches esos que dan vueltas. Me sentaría entonces un café a abrirlo aquí mismo.
Con conexión Everywhere, podría entrar a mi página, a mi blog para escribir mis impresiones. Para ser capaz de plasmar una experiencia, la atmósfera que me rodea o lo que hoy ha cambiado mi forma de ver la vida y mi realidad en un segundo mágico, que no he hecho sino mirar a mi alrededor.

Me siento tremendamente afortunada. Vivo para escribir y escribo para vivir, contestaría sin más a quienes están interesados en saber, cómo es mi rutina, cómo está integrada la redacción, la exposición de ideas, el orden y el concierto, el afán por contar historias de las cosas más habituales, más normales. Mi deseo irrefrenable por relatar, por crear, por dar sentido a la vida de otras personas o a la vida misma, que también es la mia, y merece ser leída, contada, utilizada, expresada.

Llego a casa y me quito la dichosa faldita. Con mi chándal puesto, (pero el viejo, eh), con una cinta en el pelo para que no me molesten mis greñas y calentita al lado de la calefacción, enciendo el ordenador. Abro mi página, miro mi correo y trato de recordar qué ha hecho que un paseo por Segovia, haya convertido una mañana de prisas y agobios, en un trozo de algo que merezca ser recordado.

No lo pienso mucho. Pongo mis dedos encima de las teclas y empieza el frenético y consabido pulsar compulsivo.
-"Está todo", me digo cuando después de una media hora o tres cuartos, estoy exhausta, con los riñones al jerez de forzar la columna en una postura ergida y correcta y los dedos cansados de tanto teclear.
Quisiera repasarlo una y mil veces, ver los fallos, las faltas de ortografía, si hay algún error gramatical. Pero mi inquietud, mi impaciencia y mis ganas de lanzarlo al mundo, son aún más grandes que mi razón, mi disciplina o mi sapiencia, pues de sobra sé que, si lo hubiera leído una y otra vez, seguramente, estaría mucho mejor escrito.

No me importa. El proceso es lo relamente valioso. La idea, el plasmar una realidad que necesita cobrar su importancia, llenarse de sentido. Un segundo, un minuto, un paisaje o un personaje, que se salga del marco y diga, señores, aquí estoy.

Nada más, y nada menos...

domingo, 26 de abril de 2009

The sun always shines on TV.

Ayer tarde, después de pasar un sábado en Segovia y acabar un poco harta de tener un pequeñajo hiperactivo, que no paró en todo el día de dar la lata, arrastré mi maltrecho cuerpo escaleras arriba, mientras mi marido conseguía sentarlo en un sillón del salón y le ponía por enésima vez la película de "Monstruos contra alienígenas"...

Mi intención, si no era darme un buen baño caliente (que en tiempos de crisis, es todo un lujo para una vulgar mortal) si era despojarme de la ropa y tirarme un rato a la bartola, para ganar un poco de tiempo para mí a la vorágine, antes de la hora de cenar.

Sin saber muy bien por qué, pues buscaba un trozo de silencio, me lancé a poner algo en mi equipo de música. Y revolviendo entre los cds que tenía arriba, encontré una recopilación de mi grupo favorito de los ochenta, los A-ha. Seguramente, no todos sabréis quiénes eran, pero, cualquiera que me conoce hace años, sabe muy bien, que fueron para mí, algo más que un grupo, algo más que una música: parte de mi historia...

Apagué la luz. Pulsé el play y empezó la canción de "Take on me".

Sin que pudiera evitarlo empecé a cantarlo a grito pelado, con ese sentimiento que te sale de dentro de miles de veces, que has oído y has sentido muchas cosas diferentes, pero casi siempre, casi siempre mucha emoción.

-"Tía no te cortes, me encanta como cantas. La verdad es que me alucina oirte. Casí más que al cantante"-comenta Paloma que ha entrado en la habitación de la Resi, y me ha encontrado cantando la canción de marras, mientras la escuchábamos todos en mi pequeño cassette.

Las otras se levantan como un resorte de sus camas. Silvia llevaba su anfifaz y los algodones puestos en lo oídos, y Blanca y María estaban contando cosas secretas en la cama de Blanca, mientras yo canturreaba como loca.
La música sigue saiendo del cassette y la bajo un poco. Entre los gritos de Blanca que le pregunta a Paloma qué si salía el agua caliente y Silvia, que se defiende a gritos sin el antifaz, "que quiere dormir, pinches cabronas, que tengo que levantarme a las siete para ir a trabajar", no hay quien oiga nada.
- "No lo quites, de verdad, Pilar, que me encanta".
-"¡Amos que, ahora verás, la otra nos va a cantar toda la cinta. Yo quiero dormir, y en esta pinche habitación no hay manera!"-contesta a voz en grito Silvia.

María insiste en que nos callemos, que quite la música porque va a venir la monja. Es la más sensata de todas y tiene razón en una cosa, una cosa es vivir siete tias juntas y con el desorden que reina a nuestro alrededor, y otra muy diferente, tratar de respetarnos las unas a las otras.
-"¡Que estamos en Londres, lejos de casa y todas necesitamos hablar, pero leche, a otras horas de la noche!".

Miro el reloj, son más de las doce y Paloma se ha ido a duchar a estas horas. Nadie tiene sueño y eso que cenamos sobre las seis de la tarde y llevamos toda la tarde, y parte de la noche, rajando como locas sobre nuestras experiencias. Y mañana, es verdad que todas trabajamos. María y yo en el Hotel de Padintong, Silvia en el Wimpie de Putney Bridge y Paloma en un buffete de abogados como secretaria, becaria o no se qué, y la pobre se pasa unos cortes con el dichoso inglés cada día.
Apago la música y Paloma la luz, que mañana está ya en puetas, y hay mucho que hacer y aprender...

Los primeras notas de la música se escuchan en el video de mi casa, mientras la cara de mi amor, el cantante de A-ha, sale proyectada en una iglesia, cargada de maniquies desnudos.
He subido a todo volumen con el mando de la tele, mientras Mayta ha saltado del sillón y se ha puesto a bailar como una loca. Yo la he seguido, claro, cantando a gritos el estribillo
Belive me, "The sun always shine on TV".

Menos mal que no hay nadie en casa, las luces están apagadas y se ha empezado a hacer de noche. Dos adolescentes, se mueven como locas mientras el video reproduce un videoclips de nuestro grupo favorito y por eso hemos venido a verlo.
-"¡Qué bueno está el jodio!. El tuyo es el Morten, pero desde luego yo me quedo con el Mags, ¡qué bueno está también!. Mira, mira que carita pone tocando los teclados, es que me vuelve loca"...-dice señalándole, y a voces, para que yo la oiga, pues estoy poseida, cantando sin parar.

La canción toca a su fin y proyecta de nuevo los ojos de mi amado. Yo caigo desmayada a una mecedora vieja que soporta estoicamente todo el peso de mi cuerpo exhausto.
La segunda canción empieza a sonar:"Hunting high and low", mientras el cantante empieza a convertirse en pez, en león y finalmente en aguila. Todo para perseguir y cazar a su amada, dichosa entre las mujeres..
Es romántica y me llena la cabeza de recuerdos, que me callo mientras reprimo alguna que otra lagrimilla, que Mayta ni intuye, pues está tratando de adivinar que coño dice la canción en inglés. Ahora se ha convertido en su obsesión, pues desde que he vuelto de Londres, no para de decir que tiene que aprender ella también.
A veces le he dado alguna clase, incluso tradujimos las canciones una tarde, que me entretuve en poner la cinta mil veces y tratar de descifrarlas con un cuaderno abierto y mi lápiz.
-"¡Anda que, con lo buenos que están los dos, y han puesto a ese pobre, que toca la guitarra, está como tísico!".
Me muero de risa.
Mayta tiene siempre unas ocurrencias que me parten en dos.
-"El tísico ese es el compositor, el que se inventa todas las canciones, así que si no fuera por el tísico, hija"...

Mi hermano pequeño ha entrado por la puerta con un bocadillo en la mano y le ha dado un buen bocado.
-"¿Quién es el Tísico?"-pregunta todo interesado y poniendo ya definitivamente el mote al pobre chico.
Nos da una verguenza de muerte, pues estamos las dos bailando ya la canción de Cry Wolf, de pie y dando gritos.
-"¡Qué susto, por Dios!", digo yo por decir algo. Pero, ¿qué haces aquí, Fer, llevas ya mucho tiempo o acabas de llegar?.
Mi hermano nos confiesa que no es que haya llegado, sino que estaba en casa desde el principio, estudiando en su cuarto mientras los viejos llegaban. Y que nos ha visto llegar, poner el video de los a-ha, y que nos ha oído cantar desde su cuarto. Pero, que tranquilas, que está acostumbrado a las locuras de su hermana, y no le ha parecido mal.
Mayta se rie a carcajadas y le explica que el Tísico es el flacucho rubio que toca el bajo, y mi hermano se queda con nosotras, qué remedio, todavía quedan todos los videos del segundo LP.

La canción qué más me gusta del segundo LP es sin duda la de "I've been losing you". Está sonando en el cassete de viajes, el que siempre traigo a Londres cuando vengo los veranos.
He apagado la luz, solo veo el pilotito rojo del encendido y está sonando en mis oídos con frases que me desgarran el alma. Unos ojos oscuros que no sé si volveré a ver, unas manos muy estropeadas de tanto trabajar, promesas de amor que ahora ya no escucharé nunca más de sus labios.
-"I have lost my way, I have been losing you"...canto con lágrimas inhundando mis ojos.
Pienso en el tiempo que ha pasado desde ese primer paseo por Hyde Park, en que ya no somos los mismos y en cómo han ido cambiando las cosas para separarnos definitivamente. Pienso en me he hecho mayor de golpe y en si hubiera podido hacerlas de otra manera, o si, a fin de cuentas, ha sido mejor así. Me quedan pocos días de estar en Londres y ya no volveré el año que viene, ya no volveré aquí otra vez...
Lloro, lloro con todas mis fuerzas, mientras no puedo evitar cantar las estrofas de la canción, que hoy parece cobrar todo su sentido. Parece escrita para mi y mi circunstancia.
De pronto, se enciende la luz de golpe y veo la silueta de Agus recortada en el marco de la puerta.
-"¡Tú debes estar mal de la cabeza!", me dice bajando la voz con una evidente indignación. "Se te oye desde el descansillo en la puerta de entrada. Y es tarde, la familia ya está en la cama o a punto de ello. ¿Es que no te enseñaron a bajar la música o a no cantar a voces en un sitio público?".
Tiene razón, pero me levanto de la cama indignada. Le digo que la habitación en la que vivimos es como mi casa y que pago religiosamente todas las semanas. Así que lo que haga en ella es cosa mia y vivimos además en un país libre. Que me deje en paz, que escuchar A-ha y ponerse él de mala leche es toda una.
-"¿Es que no te das cuenta de que no se puede poner la misma canción o la misma cinta una y otra vez?. Molestas a la gente, me molestas a mi, que estoy hasta el gorro de la misma murga. Existen los cascos, no sé si sabes. Se llaman Walkman y es para que uno, uno solo, oiga lo que le de la gana sin molestar a los demás".

Me indigna la misma conversación una y otra vez, sobre todo la que, aparte de la música, siempre concierne a lo desordenada que soy y lo dificil que se hace conmigo la convivencia.
-"¡Pues ya sabes lo que toca: coge tus bártulos y lárgate, ahí tienes la puerta!. Que yo estaba antes aquí y fuiste tú el que decidiste venir a Londres a verme,
¿ o no?.
Agus está a punto de extallar de ira, acaba de llegar a casa de hacer fotos en el Tower Bridge, y me ha encontrado con la cena sin hacer y con la música que odia a todo trapo. Voy encima y le digo que se large si no me aguanta.
Se larga, pero por la puerta al baño, que está en la habitación contigua.

No vuelve en mucho rato. Yo he metido unas barritas de pescado y unas patatas fritas en el horno para la cena y he puesto la pequeña mesa que tenemos para comer, al lado de las dos camas abiertas que nos sirven como sillas.
Agus viene un poco más suave, no obstante me dice que admira profundamente a mi madre y a mi hermana. La una por haberme parido, y la otra por aguantarme en su cuarto toda la vida...

Sonrio al recordar que después, cuando volvimos a España se compró la cinta dichosa y hasta confesó echar de menos las canciones, sonando a todo trapo en su equipo de música.

Estoy emocionada por todos esos retales de pasado que han aparecido en mis visiones, escuchando hoy de nuevo la música de entonces, la música de siempre, que ha acompañado mis vivencias tantos años.

Las lágrimas han resbalado despacio por mis mejillas, y eso que en el cd, el Morten, mi amor de juventud dice algo sobre Crying in the rain.
No tengo motivos para llorar ahora, tengo la vida que hubiera soñado entonces, y para colmo, he vuelto a encontrar a todos en Facebook, y ellos también han encauzado su vida.

Me levanto, está sonando The living daylighs y no puedo evitar saltar como un resorte. He cogido un cepillo de pelo del baño y me he subido encima de la cama.

En semejante guisa y en el fragor del momento, me ha pillado mi hijo pequeño.

-"¿Qué estás haciendo, mamá?- me pregunta con sus ojitos alucinados, pues ver a su madre en chandal, con los pelos tiesos y empuñando un cepillo de pelo, le parece cuanto menos extraño.

Le contesto con un estribillo de la canción mientras mi marido abre la puerta y nos pilla in fraganti también. Se rie a carcajadas, señalándome.
-"¡Y yo que creía que habías venido a descansar un rato!.
-"Pero, papá, mamá tiene un peine para peinar. No se canta, no", dice muy serio y enfadado, mientras mi marido se troncha y me amenaza con grabarlo en video.
-"Es que me dejé llevar por los recuerdos, y por la música, y aquí me tienes, haciendo el operación triunfo como entonces. Después de veinte años sigo siendo la misma, y sabes, tenían razón los de A-ha, The sun always shines on TV.

jueves, 23 de abril de 2009

De los cuarenta para arriba...

Dice el refranero español, que tan sabio es, que de los cuarenta para arriba, no te mojes la barriga.

Yo, que me he pasado la vida malita, desde que era una niña (cree recordar mi madre), pues pensaba que eso de los cuarenta tampoco iba a suponer tanta diferencia.
Sin embargo, como la famosa Ley de Murphy se suele cumplir siempre, ha resultado que después de cumplir cuarenta, nada puede ser más cierto.
Y si no, juzgar vosotros mismos, si mi vida está o no condicionada por las enfermedades, que según estación o antojo de mi cuerpo serrano, me limita las más absurdas actividades cotidianas.
Dejadme que os ponga unos ejemplos, que me han ocurrido últimamente:

Primera historia:

Dos de la tarde, de un día de Octubre, nada más empezar el curso. Acudo a buscar a mi hijo al colegio. Las mamás esperan estoicamente a que las profesoras saquen a las fieras y nos las vayan distribuyendo.
Yo, de pie en la puerta, aguardo con cara de dolor, pero sonrío.
-"Hola, ¿qué ha pasado con Miguel estos días?"- me pregunta con cara de desaprobación, sabiendo que lo que le voy a contestar no le va a gustar.
-"Hola Isabel, es que he estado muy malita. Tengo una muela picada que me ha estado dando la lata últimamente, cuando me decido a matar al nervio y arreglarla, me entra un dolor tan grande que me tuvo que ir a buscar el Samur en la estación de Atocha. He estado fatal, con un dolor horrible y fiebre. Así que me ha sido imposible traer al niño".
-Bueno, lo siento por ti, pero, no es una excusa que valga. O ¿es que no puede traerlo su padre o alguien?. El hecho de que el niño no venga al colegio, y encima sin justificación aparente, tiene graves consecuencias, no sólo para la Comunidad sino para él mismo, que anda el pobre muy rechazado.
La contesto que sí, que soy consciente y que no tengo a nadie que pueda traer a mi hijo al cole, que para eso estoy yo que dejé de trabajar para cuidarlo. Pero que vamos, que me parece que hasta yo puedo ponerme mala alguna vez y estar de baja, que soy madre, pero también humana.
-"Está bien, pero que sea la última vez"- me dice la tía, que indudablemente no me conoce, porque no sabe que si no son las muelas, mañana me dolerá la espalda, y si no tendré alergia, o alguna otra mandanga más...
...porque la historia continúa

Segunda historia.


Me siento ante el ordenador del salón y abro el correo electrónico.

Escribo:

"Hola Susana, ya viste ayer cómo hablamos por teléfono, que me ahogaba. Te escribo para decirte que no creo que mañana pueda ir a la comida de amigas que habíamos planeado.
Ya sé que me vas a decir que llevamos muchos años sin vernos y que si no voy yo te da mucha rabia, pero hija es que no consigo respirar. Con la alergia que hay este año y este asma que Dios me ha dado, no consigo ni subir las escaleras de casa. Me tiro todo el día con la mascarilla de los aerosoles que me sirve para poder respirar un poco a intervalos. Te aseguro que no me siento capaz de coger un autobus yo sola, llegar y coger el metro. Llegarme hasta el Vips y estar comiendo con vosotras y luego volverme solita a San Rafael.
De verdad que me apetecía muchísimo, pero no puedo ir. Como es una cosa que no puedo evitar y que se pasa siempre cuando no salgo de casa, me tomo las medicinas y pasan un poco estos días, no te preocupes, que me pondré bien. Pero, claro, ahora mismo, no me siento capaz de casi nada..."

Mis amigas, entonces, me llamaron para preguntar cómo estaba, si necesitaba algo y que por descontado, no me preocupara en ir o no a la comida.
Yo, al día siguiente, harta de no poder hacer ni las cosas que más me apetecen (y que he ido mil veces a trabajar en ese estado porque no había más narices) decido en el desayuno que quiero ir a la comida. Que es una cosa única y que yo creo que estoy mucho mejor.
Mi marido me pone verde, me llama inconsciente, descerebrada y muchos más improperios, pero como está hecho de la misma piel de los ángeles, pues eso, que se viste y viene conmigo y el niño en el bus, para que no vaya sola, y me acompaña prácticamente hasta la comida de mis amigas. Se propone esperarme en casa de su madre, hasta que termine.

La comida trascurre tranquilamente, incluso me parece olvidar por un instante que soy diferente a las demás sólo por el hecho de estar con alguna enfermedad de las mías siempre. Me río a carcajadas, incluso no me quejo si alguien fuma. Si el ambiente está cargado o si estoy abusando demasiado, expuesta como estoy al aire libre y si luego eso me pasará factura.

Efectivamente, la el evento termina, por cierto, yo sintiendo un horrible dolor de cabeza. Empezamos a salir del Vips. Ana, a Dios gracias, se ofrece a llevarme a Principe Pío en su coche. Allí he quedado con mi marido y el niño para coger el bus que nos llevará a casa.
Noto que me ahogo, y en el baño, porque la cosa impresiona a mucha gente, saco mi Ventolín y me doy dos chutes, para evitar que la cosa vaya a mayores.
Parece que funciona, porque salvo el dolor de cabeza, consigo que ni Ana se de cuenta de que no estoy bien ya y deseando llegar.

Bajo del coche después de agradecerle que me haya traído y que hayamos vuelto a reanudar la amistad. No he llegado aún al centro comercial cuando una arcada me obliga a pararme y doblarme por la cintura.
Hecho allí mismo hasta la primera papilla. Al verla, siento un mareo terrible y me agarro para no caerme redonda en el sitio.
Aún tengo consciencia para decirle a una señora que ha visto el numerito, que me encuentro bien, que estoy esperando a mi marido y que no se preocupe, que estará al llegar.
Antonio, claro, no contesta al teléfono porque está en el metro camino de donde yo me encuentro. Me arrastro como puedo, con asma ya en mis pulmones, camino de una silla al lado del autobús.
Allí me encuentra, blanca como una tiza y haciéndome el más firme propósito de no decirle nada, pues seguro que me pone de vuelta y media y con razón, que él ya me lo advirtió.
-"Te has puesto fatal, no hace falta que lo niegues", me dice sin que pueda decirle que no. Luego viene la retaíla de siempre, que si te lo dije, que si tú te empeñas en batir un record, o que patatín, patatán.
No le digo más, de sobra sé lo que me espera en el camino de vuelta, mareada, con asma que no me deja respirar y añorando llegar a casa para enchufarme a la máquina de aerosoles.
Todo por tener alergia, pienso, sabiendo que hubiera salido hoy o no, en realidad hubiera dado lo mismo, y al menos que me quiten lo bailao, que una cosa es ser una enferma crónica y estar siempre pachucha, y otra no vivir por ello.
...porque aquí no acaba la cosa, y como mujer enferma, mujer eterna.
Así que, no hay dos sin tres.

Tercera historia.

Festival de Mérida 2008. Una obra de cuyo nombre no puedo acordarme va a representarse en el famoso teatro romano y un grupo de amigos hemos decidido ir a verla, pasando dos días en la tórrida ciudad de Emérita Augusta, para ir con hijos y todo a ver sus maravillas.
Unos días antes del evento, con el hotel reservado, los billetes no comprados, (menos mal, porque en autobús siempre hay plazas) subiendo por unas escaleras mecánicas, yo aterrizo bajo los pies de un señor, que a poco se mata por ellas, sin que medien palabras ni razón.
El hombre no sale de su asombro, yo, nada más entender que me he vuelto a desmayar, entiendo que empieza la temporada de los vahídos, bagales o como quiera que lo llamen los médicos( que sabrán mucho, pero ni idea tienen de lo que le pasa a mi persona cuando me da por caerme por las esquinas sin que medien ni las explicaciones ni las causas aparentes).
Después de levantarme, explicar que a mi me pasa mucho, y ver que a mi hijo ni le va ni le viene la historia, porque acostumbrado está desde que nació a ver a su madre en semejante trance, sin que nadie haga ya aspavientos, empieza efectivamene el calvario, que acaba en el hospital más cercano y con un tac en el cerebro que certifica que no tengo absolutamente nada.

Por tanto, ni viaje en un autobús con un calor monumental en el mes de Agosto y con la cabeza ida, ni salir de casa sóla no vaya a ser que no vuelva. Empieza la veda de las llamadas frenéticas de Antonio, que cuando no cojo el teléfono porque estoy comunicando con mi madre, piensa que ya me he caído en el baño y me he roto la crisma.
-"No le des más vueltas, si lo sabes. Es el cuello", me recuerda quien me conoce y sabe que tengo dos discos rotos en él y que debía operarme, como hice con el que ya tenía roto de la espalda.
Yo no quiero ni pensar en ello, pues nadie sabe lo que pasé entonces, enferma y dolorida de verdad, y no como siempre, con alguna que otra mandanga que me hace la vida difícil pero que al menos me permite seguir por ahí.
Además que hay temporadas que ni me duele siquiera y ni recuerdo que a la primera de cambio me caigo redonda. Por eso, después de hacerme una resonancia, quedarme en casa atada a la pata de la cama, y perdereme la vida que se va sin despedirse o mirar para atrás, sé que tarde o temprano pasará...

Hasta la próxima, que vuelva la alergia, el asma, el dolor de muelas o de piernas por la mala circulación. Y luego vuelta a empezar, incluyendo los catarros que todo el mundo va teniendo, y más aún en un clima como el nuestro, que cuando no nieva, hace un frío tremendo o cambia y se hace tan estupendo que no hay paisano que se libre de un enfriamiento. Eso por no acordarme de las heridas de guerra que quedaron tras las operaciones, que o bien me postran en una cama durante una semana por un ataque de ciática, o bien me inmovilizan el brazo izquierdo, que parece que no sirve para nada, pero sirve, sirve. El hombro dolorido después de cosérmelo en una operación, el cuello que me deja para el arratre, la cintura y los riñones que se cargan si cojo peso o me paso de andar o hacer algo fuera de lo normal.

-"Pero, señora, vendrá con garantía, ¿no?. Con usted no gana Asisa para disgustos, ni saca un duro de su persona. Oye no hay "Pupas" peor que usted. Que no hay manera de que coincida en el mismo espacio y tiempo, con buecencia sin ninguna dolencia"- hay quien me ha comentado sarcásticamente, porque tiene una salud de hierro y no sabe lo que supone ser una Pupas profesional.

En fin, que pretendía frivolizar con ésto, hoy que tampoco acabo de encontrarme bien del todo pues no paro de toser y estornudar.

Es bien cierto, que ni a los treinta ni a los veinte, me libraba yo del refrán de los cuarenta, pero, llevo una temporadita, que me acuerdo del dicho, un día sí y otro también, y para muestra, mi repertorio de enfermedades, rosario de médicos y lo que no cuento, que una señorita, no debe abundar mucho más, en temas tan escabrosos...

miércoles, 22 de abril de 2009

Lo que cuesta a veces, volver


-"Se me está haciendo un poco cuesta arriba haber vuelto en esta ocasión de nuestro viaje a Bruselas", le comentaba ayer por Messenger a un buen amigo, cuando me preguntaba cúal era el origen de mi aparente apatía y mal humor.

-"No te quejes, tú al menos viajas y mucho además. Todas esas vivencias se quedarán siempre para ti, como un tesoro y muchos las quisiéramos para nosotros, que por un motivo o por otro, no cogemos la maleta y nos vamos a coger una avión cada dos por tres"- me contestó con un poco de resentimiento, que intuí a través de la ventanita azul de mi pantalla.
-"TIenes razón", le dije para no abundar más en el tema. Pero, no es fácil en ocasiones vivir muchas experiencias nuevas, todas condensadas en un corto espacio de tiempo, encima lejos de casa, de lo conocido, de lo habitual, y luego, volver de pronto al mismo escenario, a las mismas paredes, a ver a la misma gente. De vuelta a tu espacio, te das cuenta de que nadie ha vivido lo mismo que tú, y que es ajeno totalmente a tus nuevas conclusiones. Unas conclusiones que a nadie interesa y que tú aún eres incapaz de dar forma, explicar o introducir en tus esquemas mentales.

Ya tienes experiencia en esas lides, ¿recuerdas?. Me dije a mi misma. Lo cierto es que me ha pasado siempre, me acuerdo con un poco con nostalgia. Me costó mucho habituarme de nuevo a la vida en España, cuando estuve viviendo en Londres tantos meses, hace ya la friolera de veinte años.

Desde entonces tengo ese veneno corriendo por mis venas, que no me da tregua en mi ambición viajera.
Uno ve otros paisajes, otros edificios, se monta en un camello para ver el parque de Timanfa en Lanzarote o se sube a un teleférico para arribar una de las montañas más altas de Europa en Zenmaar. Se pasa un par de horas hablando con un musulmán sobre sus costumbres, pasiones y su forma de vivir, o comparte una chocolatina con un niño que juega con tu hijo en el parque y no sabe hablar español, mamá, como Mush.

Respira otros aires, se mezcla con personajes que no son como los del metro de Madrid. Porque, con estos, no sabes lo que están pensado a tu lado, sentados en la silla de al lado tuya en el tranvía. Se fija en las diferencias y no puede evitar buscar similitudes, cosas que os identifican. Porque a poco que mires, te das cuenta de que en España se viste igual que en el resto de Europa ya que todo está lleno de Zaras, H&M, incluso si me apuras hay Corte Inglés en muchos sitios. Los programas de la tele, los dibujos animados, las noticias de la crisis y la situación internacional son también los mismos.
En Bruselas también se habla a todas horas de Obama, del fútbol y la liga, de la crisis que afecta a Europa y al desempleo.

La misma música en inglés que escuchamos en la radio, incluso algunas veces hasta te traslada un segundo a España con la imaginación, pues no te das cuenta que en pleno aeropuerto Kennedy, resulta que estaban poniendo La Macarena en el hilo musical o en el hotel el otro día resulta que estaban poniendo flamenco, y tardamos más de cuatro canciones en darnos cuenta.

A tan sólo un avión de nuestra casa, se hacen viajes en el espacio y muchas veces también en el tiempo. Hay muchos paisajes que aún no habíamos imaginado, no nieva, e incluso hay gente que ni siquiera te entiende en tu idioma, pero que cuando te comunicas con ellos, te das cuenta de que piensa exactamente igual que tú.

Es la experiencia humana la que más te atrae, la que más te gusta. El ver si identificas al típico español entre la multitud que fotografía a la Virgen de Brujas o la Grand Place. Si te haces entender cuando pides un café con hielo en una cafetería frente a la Grotte Mark de Amberes, y te miran como si estuvieras pidiendo la luna embotellada. Después de incontables esfuerzos, aparece un paisano español que les habla en su endiablada lengua y te la traen no sin recelo, porque entender entendían, pero que se haga eso en su país...
Le agradeces al lugareño, completamente asimilado a la cultura belga, pero que es de las Alpujarras, que te haya sacado de semejante brete, y si te apuras, y le das un poco de carrete, va y se sienta contigo un rato. Te cuenta que lleva ventitantos años en Amberes y que sus hijos apenas chapurrean el español.

Luego siempre te preguntará por España, aunque lee el País digital en el trabajo y siempre llama a sus familiares, una semana sí y otra también. Y casi siempre te aconsejan que veas esto y lo otro, que aunque no viene en ninguna guía, es de lo mejor...

¡Qué nostalgia pensar que hace sólo una semana, estaba paseando por Brujas!. Con mi mapa en la mano, mi hijo quejándose de que no había jugueterías y Antonio amparado en un paraguas para que no se le mojara el objetivo de la cámara, que con la lluvia se podía fastidiar del todo.

No dudaría un segundo en dar marcha atrás a las manecillas del tiempo , así, en sentido inverso, para volver a vivir otra vez tantos buenos momentos que hemos pasado estos días, en tierras de canales ganados al mar, que bien se llaman, Países Bajos.

Todo para volver a mezclarme con la gente en el mundo, aprender de sus experiencias, saber de sus pensamientos y sobre todo, coger un tren que parece que nunca llega a su destino y que te transporta o bien a un pueblo de cuento, como Gante, o a el mismo corazón de la civilización del lujo y del poder, como sentí paseando por las calles de Ginebra.

Y bien es verdad que el veneno hace su efecto. Cuanto más viajas, más quieres. Cuanto más ves, más te da la sensación de que te queda por ver. Cuánto más aprecias de otras culturas, otras maneras de entender la historia y la realidad, más piensas que no sabes nada, y que no puedes quedarte con la duda, no puedes renunciar a seguir aprendiendo.

De camino al metro de Madrid, en la misma puerta del baño donde entré nada más salir del avión, estaban tres mujeres hablando alegremente y a voz en grito. La emoción es lo que tiene, que carece de verguenza.

Desde dentro y en la más oscura soledad, pues la luz o estaba fundida o al menos no funcionaba bien, escuchaba cómo departían sobre los sitios del mundo que habían visitado en su larga vida. Mientras la de más edad confesaba que había viajado por el mundo entero del brazo de su marido siempre de negocios, la más jóven manifestaba su inquietud por visitar el sudeste asiático. La tercera no lo recomendaba, pues tanto templo tanto templo budista no tenía nada que envidiar a los castilllos tan fantásticos que tenemos en la llanura castellana.
.-"Pero como las pirámides de Egipto, respondió una voz, (que consiguió que a mi se me dispararan los recuerdos del sol de mediodía asomando entre las cimas de las pirámides, aquel día que arribé Guizé) que se quiten todos los paisajes del mundo, que yo aún no he vivido experiencia mejor", alegaba la de mayor edad y mujer de negociante. ¡Qué templos, que grandiosidad, qué experiencia en los zocos y en el Cairo, a bordo de un autobús y sorteando un trágico infernal!.

Subido ya el pantalón y agarrando los bultos de mano, le pedí encarecidamente a mi marido que volviéramos de nuevo a Abu Simbel solos alguna última vez.
Me entró una necesidad engañosa (creada después de escuchar a hurtadillas una conversación entre viajeras) de no querer morir sin volver a ver los colosos de piedra que custodian la entrada del templo, que aún es más grandioso si cabe en su interior.

-"Volver a ver el desierto, y viajar a Australia, como tu hermano. Volver a Túnez y a sus ruinas de Cartago, o visitar Estados Unidos y darse cuenta de que no es para tanto. Volar hacia la ruta de los mayas o al Machu pichu. Bajar a Tierra de fuego o a Japón. A China a ver su muralla, a Tailandia o a Jordania, a Turquía y a un crucero por el Egeo. Sobre todo a ver la aurora boreal en el Mar del Norte y pasear en trineo en Laponia. Hay tantos sitios, cariño que tenemos que ver..."- me contestó emocionado.

La imaginación siempre se dispara cuando se trata de viajar, de conocer otros lugares y cómo no, visitar otros escenarios que nos inviten a vivir otras vidas, soñar que somos otros personajes, incluso permitirnos a nosotros mismos una pausa, un paréntesis donde todo es posible y donde los problemas cotidianos, el aburrimiento o los malos rollos de cada día, quedan fuera, lejos, más allá de las nubes, y sin embargo a tiro de piedra en un avión.

Pero el sueño termina, siempre demasiado pronto. Un día te levantas y la maleta está ya preparada, los billetes encima de la mesa y los pasaportes en el bolso. Hay que marcharse, la aventura acabó y hay que volver a tu país, a tu sitio.

Llegas a tu casa y con las llaves en la mano, y sin deshacer siquiera las maletas, no quieres sino ver las fotos, el video, las postales que compraste y todas esas galletas, chocolatinas y chucherías que compraste allí, que ya parece otro mundo, ya parece lejano en el tiempo.

Sólo te queda eso, los recuerdos y soñar con un nuevo viaje, un nuevo destino, un trozo de sueño que un dia, quizá, vuelva a hacerse realidad.

martes, 21 de abril de 2009

Ver el mundo con tus ojos...


Cuando bajamos del avión el otro día, en el aeropuerto National de Bruselas, y esperábamos a que nos trajeran la silla del niño en el pasillo que conecta la cabina con el aeropuerto, (que por cierto, ya sé que debía ir sin silla, pues tiene tres años, pero aún se cansa mucho en los viajes y visitas a ciudades todo el día) se acercó un comandante de vuelo a preguntarnos, qué hacíamos allí con la tripulación, cuando hacía ya un buen rato que todos los pasajeros habían desaparecido ya.

Casi no contesté, el niño corría pasillo adelante, con su cochecito en la mano, haciendo un ruido infernal, mientras Antonio preguntaba por enésima vez a la azafata si habían perdido la silla como otras veces o si pensaban dejarla en la cinta transportadora, como solían terminar haciendo siempre, cuando esperábamos en la puerta del avión a que nos trajeran la dichosa silla del niño.

-¡Anda que tenéis más moral que el alcoyano!- me dijo con una sonrisa, al ver que íbamos cargados con los trastos del niño, la mochila del ordenador del trabajo, el biberón en la mano, los abrigos debajo del brazo y hasta el periódico colgando de una de mis manos, mientras con la otra trataba de agarrar a Miguel para que no le diera a un panel de control lleno de luces de colores, que movía el mecanismo del pasillo al avión.

Libre ya de la amenaza de una catátrofe, pues la azafata le trajo un caramelo a mi hijo, pude contestarle que sí, que viajar con niños es lo que tiene. Salir muy pronto de casa, rezar para que no se te haya olvidado lo fundamental y lo que precisamente no puedes comprar en el extranjero, y echar el día a perros, como dice mi madre, que vayas donde vayas, aunque sea a la esquina, los días de ida y de vuelta no hay quien los aproveche. Se van cumpliendo por etapas y fases, y que si las vas salvando todas, llegas al hotel tan reventado que la cama se te antoja el mejor de los destinos, mucho mejor que el Maneken pis o la Torre de Londres, donde va a parar...

Se rió de mi ocurrencia y se apalancó en la barandilla, estaba claro que la conversación prometía, y que iba para largo.
Así que decidí explayarme mientras mi marido reclamaba y le conté en cuantos sitios habíamos llegado a perder la dichosa silla del niño. En París apareció en un pasillo, en Gatwich en otra cinta que tenía equipajes especiales, en Ginebra nadie nos dijo que estaba al pie del avión, y que casi se queda alli si no llega a ser porque nos subimos en un autobús y la vimos abandonada a su suerte en la pista de aterrizaje. En Bruselas pretendíamos tener un poco más de suerte con Iberia, y lograr que apareciera entera en la puerta del avión, que para eso llevábamos más de quince minutos esperando.

-¿Así que habéis llevado a este pequeñajo a un montón de sitios?- nos preguntó atónito viendo que bajaje teníamos, y bastante, dada la descripción de nuestras aventuras.

Sí tú supieras, pensé extrañada de que, fuera precisamente un comandante de vuelo el que me preguntara con tanta inquietud y extrañeza si llevaba a mi hijo de viaje o no, siendo su trabajo precisamente estar todo el día de la zeca a la meca.

Se rió como entendiendo mi cara de extrañeza, y me aclaró que era padre de familia, claro, y que tenía dos churumbeles pequeños. Sin embargo, por nada del mundo se embarcaba él por esos mundos de Dios, con semejantes ejemplares, dada la parafernalia que conlleva. Porque es bien cierto que un niño y su mundo completamente necesario en cualquier parte, sea el primer mundo o el último, no es baladí. Y que era valiente para llevar a doscientas personas a Japón, pero no para embarcarse en una aventura con los vándalos de sus hijos. Por eso, siempre se fijaba en quien lo hacía así por gusto, y que nos admiraba profundamente.

Le dí las gracias y no quise explicarle al hombre que si bien se veía que era un follón monumental llevar a tu hijo pequeño por el extranjero, mucho peor era vivirlo en primera persona. A dios gracias, del plural, pues mi Antonio siempre ha estado por ahí para echar una mano, cargar con los bultos, atender lloros incesantes e incluso incrustar algún que otro biberón en cualquier insospechada esquina de la Plaza de la Señoría, o en un bordillo subiendo el Vesubio con el niño berreando sin parar todo el trayecto por un supuesto mal de altura.

-Sin embargo, aunque podría contarte miles de anéctotas de estos tres años que le hemos llevado hasta Túnez, le dije al comandante, para mi es una de las mejores experiencias de mi vida.
Es verdad que se tarda mucho más en hacer la maleta, en llegar al destino. Es verdad que no ves ni la cuarta parte que veías antes de los monumentos (no te digo de los museos o de cosas que antes te interesaban muchísimo, como ver una exposición y estar en la cola una hora y media, o ver el cambio de guardia a plena lluvia, bajo tu paraguas dos horas para coger un buen sitio). Viajar con niños es diferente, no tiene ni punto de comparación, pues ya puedes estar en Praga que en Lisboa, que al final, lo que siempre vas a ver son los parques, los columpios y los centros comerciales con coches que dan vueltas o jugueterías medianamente baratas, para comprarle al niño un cochecito y que se calle un poco.

Pero, ver la cara de tu hijo cada mañana, en una habitación de hotel, que es ya su casita, y que con él hasta parece un hogar. Comer en el buffete lo que hay y ver a tu hijo con la cara llena de chocolate en una silla alta mientras la gente le señala encantada, o llevarle en cochecito por calles extrañas, con un mapa en la mano y sin encontrar el camino a los Campos elíseos o al Foro romano, con un cabreo de tres pares, que hasta el pobre, asustado se extraña de las voces de sus padres señalando a ambos lados de la plaza. VIvir eso con él, no tiene precio

-"Es un pequeñajo y ya ha viajado casi tanto como yo", le digo al comandante, para terminar, mientras le veo divertido, mirando a mi hijo pequeño, que ya ha encontrado su silla porque se la ha traído uno de mantenimiento. Se niega a sentarse encima porque quiere andar, andar.
Tiene que irse, es él quien va a pilotar el avión camino de casa, me dice para despedirse, repitiendo que somos unos valientes.
- No creas, este niño tiene quien le gane, pues su primo pequeño, de ocho meses, ya ha estado un mes en Australia con sus padres. Mi hermano como yo, pensamos que es de ley llevar a nuestros hijos donde quiera que vayamos, y que vean el mundo casi antes de saber hablar.

El mundo es mucho más grande de lo que pensamos, y cuando viajas te das cuenta de que tu universo es pequeño, y que nada tiene tanta importancia, nada es tan especial. Se amplían entonces los límites de tus sueños, de tu imaginación, de tus expectativas y posibilidades. Eso aprendí yo desde que viajo, y eso quiero que aprenda mi hijo desde el principio, aunque eso implique un poco de esfuerzo, a veces inútil, pues no sabes hasta qué punto se va a acordar de que ha visto y dónde.

SIn embargo, pienso viendo al comandante y a la tripulación bromear, mientras preparan el avión para los pasajeros, y yo enfilo el pasillo con mi hijo y mi marido lleno de trastos, que algo debe quedarse dentro de esa cabecita rubia. Cada vez que ve una torre con un reloj, mi hijo dice que es el Big Ben, y que en su vaso de París siempre identifica el castillo grande que se llama la Torre Eiffel. Sabe que las iglesias son muy grandes en Roma y que el niño jesús está con su mamá dormido, en una de ellas.

Hoy que llegamos a Bruselas, y le he dicho que íbamos a ir al Atomium, me ha dicho que es el profesor de las supernenas. Pretendo que se de cuenta de que es un cubo gigante de metal y bolas.

Pero, sobre todo, concluyo, aunque parezca contradictorio, viajamos con niño por nosotros mismos, Yo al menos, lo traigo por mi. Porque desde que está en mi vida y lo llevamos de viaje, veo el mundo con sus ojos. Veo todo de otra manera, y todo me parece mejor, más grande, más auténtico, más mágico...
Así que en el fondo, para mi viajar con mi hijo es hasta egoísta

lunes, 20 de abril de 2009

Muerte al reggaeton.

Detesto al genero reggaeton por que es monotono, sinceramente, me aburre. No me gustan muchos sonidos tropicales que usan y ese sonido de percusion "punchis" es demasiado usado. Simplemente me parece un genero muy tonto, y burdo. Por otro lado las letras son sobre sexualidad explicita estupida, o son estupideces y ya.

Ahora, tambien me molesta mucho la presencia de un reggaetonero. Una vez a un amigo que le gusta esta musica (aun asi es mi amigo y no me importa) le critiqué de broma que lo que escuchaba era de mala calidad y que denigraba a las mujeres y me dijo que solo le gustaba porque es musica que se puede "BAILAR".

Es esa clase de mentalidad tan tonta la que odio de los reggaetoneros. Es como tener una camisa con signos nazis y decir "naa, la uso por que se ve bonita". Son tan cerrados y tan vacios en su forma de pensar que es algo que me molesta no solo de ellos, sino de países que lo promueven, se ve tanta ignorancia.

Ahora, ¿porque específicamente odio al genero?, bien, odio lo que es prácticamente la monotonía que tiene su "sonido", sus malas líricas, y sus pésimas voces; ya no me gusta criticar tanto a los "oyentes", pero cabe recordar que es un genero al que a la mayoría de sus escuchas son marginados, pandilleros, ladrones, traficantes y demas sociedades violentas que no tienen la capacidad de razonar y usan la violencia para salir de sus problemas.

Muerte al reggaeton!!

viernes, 3 de abril de 2009

BUEN PRESAGIO

Todos los días, en cuanto da la una y media en el reloj del salón, me levanto de mi ordenador, demasiado caliente, después de toda una mañana trabajando. Me pongo las botas, las cómodas, esas que no me hacen daño de lo viejas que están. Me peino, cojo el abrigo, las llaves y el móvil y abro la puerta de casa, camino del pueblo.
No pongo la alarma (aunque mi marido si se entera me echaría la bronca) porque entre mis problemas para activarla y luego reconciliarme con ella y que no estoy fuera mucho tiempo, pues eso, que he convenido en dejarla descansar y que vaya a su bola, que luego, sino se enfada conmigo y salta a la primera de cambio.

Cerrando la puerta, me pongo las gafas de sol estos días, más que nada para animarme a mi misma, pues así me creo la ilusión de que los tiempos aquellos de mal tiempo, acabarán de una vez por todas.
Vana ilusión, aunque harta estoy de enfundarme en el abrigo, con el polar debajo, las botas de nieve y los guantes, lo cierto es que los lugareños saben que al menos una nevada queda, vaya que si queda.

Parto calle arriba hacia La Tejera, una de las arterias principales de San Rafael. Si enfilas la calle hasta arriba, te encuentras con la Nacional, y de ahí al colegio de mi hijo, dos kilómetros te esperan de camiones, jaleo, ruido ensordecedor, que contrasta exponencialmente, con esa tranquilidad que reina en tu urbanización, en la falda de la montaña, donde las vacas pastan ajenas a todo, incluso unas de otras, que ni se miran siquiera.

Hay días, que pàsear por una de las orillas de la carretera, viendo los camiones pasar y entreteniéndote en las casitas que adornan su serpenteante forma, consigues incluso perder la noción del tiempo y del espacio. Incluso, hacerte a la idea de que estás en el campo y que no hay ruido.
Otras, sin embargo, como hoy, o te subes a la calle paralela, o te tiras de bruces a un camión cisterna, presa de la desesperación.

A pocos pasos de la Nacional, y subiendo un poco de cuesta (o bastante, según y quién lo mire), el panorama no tiene nada que ver con el mundanal ruido, con el peso de la civilización occidental y su legado de historia, capitalista y basada en el poderío del vil metal, que impregna tus sensaciones anteriores, allá en la carretera principal.

A escasos pasos, se respira aroma de pueblo, a vaca, a leña, apilada en la puerta de las casas. Se ven las enredaderas calvas, las hojas caídas en el suelo, cubriendo con su manto las mansiones abandonadas que quedan, y muchas además. Se intuye la pobreza de la mano y al lado de una insultante riqueza, en los palacetes serranos que esculpen el paisaje montañés, recordándonos que si el cielo es de todos, desde luego la tierra no lo es.

Me descubro con las manos en los bolsillos vacíos, tocando con las yemas de mis dedos el móvil, que sólo si suena, me devolverá a la realidad. Eterna, vacía y a la vez llena de sensaciones aparentemente irreconciliables. La vida que quería tener, en contraste con la dureza de esa vida, expuestos como estamos a las inclemencias del tiempo, a la ignorancia de la civilización emergente y los grandes progresos para el futuro. La fragilidad del campo, la sencillez de lo consabido y lo de siempre. La vida basada en el autoabastecimiento, en calentarse ante el fuego o salir a por huevos al corral, a dos pasos del supermercado con los precios más competitivos, que pone en tus manos media docena, por apenas un euro.

Miseria en lugar de abundancia, depresión permanente que no entiende de globalización ni crisis mundial, y sí de trabajar de sol a sol para encontrar el sustento y la paz amparados todos juntos a la lumbre del fuego y sin poner la televisión.

Un viaje en el tiempo, al pasado, por descontado, pienso recordando cuando hace largos años, fui a Estados Unidos y me pareció que se pueden hacer viajes en el espacio y también en el tiempo, pues había llegado al futuro, a lo que nos esperaba a los pobres Occidentales dentro de unos años.
No me equivoqué entonces, y hoy, paseando por el pueblo, también creí pasear, si no fuera por los coches o las antenas de las casas, por el siglo pasado o quién sabe si algunos siglos más.

En mitad del paseo, olvidando que seguramente mi hijo me esperaba con su cartera a la puerta del cole, de la mano de Isabel, su profesora, miré al cielo, y un águila majestuosa planeaba cerca de donde yo me entretenía en mirar.
No sabía, porque no se estudia en la universidad, a distinguir un águila de un cernícalo, o de un pájaro muy grande, si la que hoy planeaba por el pueblo, era un águila real, su hermana o una pariente pobre. Pero, lo que sí me resultó un buen presagio digno de figurar en mi blog de hoy, fue el vuelo tan majestuoso con el que me obsequió, deteniéndose en girar en redondo justo encima de donde yo me había parado a ver su bello perfil.
En una última pasada, sentí que se despedía de mi, emprendiendo el vuelo, muy lejos de mi pobre realidad, en medio de la nada, o del centro del universo, según se mire.

Me acordé entonces de que el Divino César,ya puso en el escudo del Imperio al águila imperial por algo, pues consideraba un buen presagio el encontrar en sus paseos, para pensar en nuevas estrategias a seguir, un águila que acercara el vuelo a sus pasos, y se obsequiara con sus maravillas. Era considerado en la República y para los sacerdotes, un buen augurio para futuros cercanos y acometidas diversas. Anunciaba que, los dioses aprobaban y concedían secretos ocultos.

En semejante devaneo me hallaba, y tratando de imaginar qué quería decirme aquella visión, cuando mis pasos llegaron a la verja del colegio, donde las madres, abuelas, papás estresados y profes aliviados, repartían a cada cual y por tiempo indefinido (pues hoy empiezan las vacaciones de semana santa) a los niños, que como caballos desbocados salían por todas partes.
Mi hijo me esperaba sentadito en su silla en la clase. La profa recogía las sillas y se lo había metido dentro porque su mamá llegaba tarde.

Al verme, su sonrisa iluminó toda el aula y también mi corazón, que ocupado en otros menesteres, por unas horas, había olvidado qué es realmente lo importante y lo que da sentido a todo en mi vida....

HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...