jueves, 23 de abril de 2009

De los cuarenta para arriba...

Dice el refranero español, que tan sabio es, que de los cuarenta para arriba, no te mojes la barriga.

Yo, que me he pasado la vida malita, desde que era una niña (cree recordar mi madre), pues pensaba que eso de los cuarenta tampoco iba a suponer tanta diferencia.
Sin embargo, como la famosa Ley de Murphy se suele cumplir siempre, ha resultado que después de cumplir cuarenta, nada puede ser más cierto.
Y si no, juzgar vosotros mismos, si mi vida está o no condicionada por las enfermedades, que según estación o antojo de mi cuerpo serrano, me limita las más absurdas actividades cotidianas.
Dejadme que os ponga unos ejemplos, que me han ocurrido últimamente:

Primera historia:

Dos de la tarde, de un día de Octubre, nada más empezar el curso. Acudo a buscar a mi hijo al colegio. Las mamás esperan estoicamente a que las profesoras saquen a las fieras y nos las vayan distribuyendo.
Yo, de pie en la puerta, aguardo con cara de dolor, pero sonrío.
-"Hola, ¿qué ha pasado con Miguel estos días?"- me pregunta con cara de desaprobación, sabiendo que lo que le voy a contestar no le va a gustar.
-"Hola Isabel, es que he estado muy malita. Tengo una muela picada que me ha estado dando la lata últimamente, cuando me decido a matar al nervio y arreglarla, me entra un dolor tan grande que me tuvo que ir a buscar el Samur en la estación de Atocha. He estado fatal, con un dolor horrible y fiebre. Así que me ha sido imposible traer al niño".
-Bueno, lo siento por ti, pero, no es una excusa que valga. O ¿es que no puede traerlo su padre o alguien?. El hecho de que el niño no venga al colegio, y encima sin justificación aparente, tiene graves consecuencias, no sólo para la Comunidad sino para él mismo, que anda el pobre muy rechazado.
La contesto que sí, que soy consciente y que no tengo a nadie que pueda traer a mi hijo al cole, que para eso estoy yo que dejé de trabajar para cuidarlo. Pero que vamos, que me parece que hasta yo puedo ponerme mala alguna vez y estar de baja, que soy madre, pero también humana.
-"Está bien, pero que sea la última vez"- me dice la tía, que indudablemente no me conoce, porque no sabe que si no son las muelas, mañana me dolerá la espalda, y si no tendré alergia, o alguna otra mandanga más...
...porque la historia continúa

Segunda historia.


Me siento ante el ordenador del salón y abro el correo electrónico.

Escribo:

"Hola Susana, ya viste ayer cómo hablamos por teléfono, que me ahogaba. Te escribo para decirte que no creo que mañana pueda ir a la comida de amigas que habíamos planeado.
Ya sé que me vas a decir que llevamos muchos años sin vernos y que si no voy yo te da mucha rabia, pero hija es que no consigo respirar. Con la alergia que hay este año y este asma que Dios me ha dado, no consigo ni subir las escaleras de casa. Me tiro todo el día con la mascarilla de los aerosoles que me sirve para poder respirar un poco a intervalos. Te aseguro que no me siento capaz de coger un autobus yo sola, llegar y coger el metro. Llegarme hasta el Vips y estar comiendo con vosotras y luego volverme solita a San Rafael.
De verdad que me apetecía muchísimo, pero no puedo ir. Como es una cosa que no puedo evitar y que se pasa siempre cuando no salgo de casa, me tomo las medicinas y pasan un poco estos días, no te preocupes, que me pondré bien. Pero, claro, ahora mismo, no me siento capaz de casi nada..."

Mis amigas, entonces, me llamaron para preguntar cómo estaba, si necesitaba algo y que por descontado, no me preocupara en ir o no a la comida.
Yo, al día siguiente, harta de no poder hacer ni las cosas que más me apetecen (y que he ido mil veces a trabajar en ese estado porque no había más narices) decido en el desayuno que quiero ir a la comida. Que es una cosa única y que yo creo que estoy mucho mejor.
Mi marido me pone verde, me llama inconsciente, descerebrada y muchos más improperios, pero como está hecho de la misma piel de los ángeles, pues eso, que se viste y viene conmigo y el niño en el bus, para que no vaya sola, y me acompaña prácticamente hasta la comida de mis amigas. Se propone esperarme en casa de su madre, hasta que termine.

La comida trascurre tranquilamente, incluso me parece olvidar por un instante que soy diferente a las demás sólo por el hecho de estar con alguna enfermedad de las mías siempre. Me río a carcajadas, incluso no me quejo si alguien fuma. Si el ambiente está cargado o si estoy abusando demasiado, expuesta como estoy al aire libre y si luego eso me pasará factura.

Efectivamente, la el evento termina, por cierto, yo sintiendo un horrible dolor de cabeza. Empezamos a salir del Vips. Ana, a Dios gracias, se ofrece a llevarme a Principe Pío en su coche. Allí he quedado con mi marido y el niño para coger el bus que nos llevará a casa.
Noto que me ahogo, y en el baño, porque la cosa impresiona a mucha gente, saco mi Ventolín y me doy dos chutes, para evitar que la cosa vaya a mayores.
Parece que funciona, porque salvo el dolor de cabeza, consigo que ni Ana se de cuenta de que no estoy bien ya y deseando llegar.

Bajo del coche después de agradecerle que me haya traído y que hayamos vuelto a reanudar la amistad. No he llegado aún al centro comercial cuando una arcada me obliga a pararme y doblarme por la cintura.
Hecho allí mismo hasta la primera papilla. Al verla, siento un mareo terrible y me agarro para no caerme redonda en el sitio.
Aún tengo consciencia para decirle a una señora que ha visto el numerito, que me encuentro bien, que estoy esperando a mi marido y que no se preocupe, que estará al llegar.
Antonio, claro, no contesta al teléfono porque está en el metro camino de donde yo me encuentro. Me arrastro como puedo, con asma ya en mis pulmones, camino de una silla al lado del autobús.
Allí me encuentra, blanca como una tiza y haciéndome el más firme propósito de no decirle nada, pues seguro que me pone de vuelta y media y con razón, que él ya me lo advirtió.
-"Te has puesto fatal, no hace falta que lo niegues", me dice sin que pueda decirle que no. Luego viene la retaíla de siempre, que si te lo dije, que si tú te empeñas en batir un record, o que patatín, patatán.
No le digo más, de sobra sé lo que me espera en el camino de vuelta, mareada, con asma que no me deja respirar y añorando llegar a casa para enchufarme a la máquina de aerosoles.
Todo por tener alergia, pienso, sabiendo que hubiera salido hoy o no, en realidad hubiera dado lo mismo, y al menos que me quiten lo bailao, que una cosa es ser una enferma crónica y estar siempre pachucha, y otra no vivir por ello.
...porque aquí no acaba la cosa, y como mujer enferma, mujer eterna.
Así que, no hay dos sin tres.

Tercera historia.

Festival de Mérida 2008. Una obra de cuyo nombre no puedo acordarme va a representarse en el famoso teatro romano y un grupo de amigos hemos decidido ir a verla, pasando dos días en la tórrida ciudad de Emérita Augusta, para ir con hijos y todo a ver sus maravillas.
Unos días antes del evento, con el hotel reservado, los billetes no comprados, (menos mal, porque en autobús siempre hay plazas) subiendo por unas escaleras mecánicas, yo aterrizo bajo los pies de un señor, que a poco se mata por ellas, sin que medien palabras ni razón.
El hombre no sale de su asombro, yo, nada más entender que me he vuelto a desmayar, entiendo que empieza la temporada de los vahídos, bagales o como quiera que lo llamen los médicos( que sabrán mucho, pero ni idea tienen de lo que le pasa a mi persona cuando me da por caerme por las esquinas sin que medien ni las explicaciones ni las causas aparentes).
Después de levantarme, explicar que a mi me pasa mucho, y ver que a mi hijo ni le va ni le viene la historia, porque acostumbrado está desde que nació a ver a su madre en semejante trance, sin que nadie haga ya aspavientos, empieza efectivamene el calvario, que acaba en el hospital más cercano y con un tac en el cerebro que certifica que no tengo absolutamente nada.

Por tanto, ni viaje en un autobús con un calor monumental en el mes de Agosto y con la cabeza ida, ni salir de casa sóla no vaya a ser que no vuelva. Empieza la veda de las llamadas frenéticas de Antonio, que cuando no cojo el teléfono porque estoy comunicando con mi madre, piensa que ya me he caído en el baño y me he roto la crisma.
-"No le des más vueltas, si lo sabes. Es el cuello", me recuerda quien me conoce y sabe que tengo dos discos rotos en él y que debía operarme, como hice con el que ya tenía roto de la espalda.
Yo no quiero ni pensar en ello, pues nadie sabe lo que pasé entonces, enferma y dolorida de verdad, y no como siempre, con alguna que otra mandanga que me hace la vida difícil pero que al menos me permite seguir por ahí.
Además que hay temporadas que ni me duele siquiera y ni recuerdo que a la primera de cambio me caigo redonda. Por eso, después de hacerme una resonancia, quedarme en casa atada a la pata de la cama, y perdereme la vida que se va sin despedirse o mirar para atrás, sé que tarde o temprano pasará...

Hasta la próxima, que vuelva la alergia, el asma, el dolor de muelas o de piernas por la mala circulación. Y luego vuelta a empezar, incluyendo los catarros que todo el mundo va teniendo, y más aún en un clima como el nuestro, que cuando no nieva, hace un frío tremendo o cambia y se hace tan estupendo que no hay paisano que se libre de un enfriamiento. Eso por no acordarme de las heridas de guerra que quedaron tras las operaciones, que o bien me postran en una cama durante una semana por un ataque de ciática, o bien me inmovilizan el brazo izquierdo, que parece que no sirve para nada, pero sirve, sirve. El hombro dolorido después de cosérmelo en una operación, el cuello que me deja para el arratre, la cintura y los riñones que se cargan si cojo peso o me paso de andar o hacer algo fuera de lo normal.

-"Pero, señora, vendrá con garantía, ¿no?. Con usted no gana Asisa para disgustos, ni saca un duro de su persona. Oye no hay "Pupas" peor que usted. Que no hay manera de que coincida en el mismo espacio y tiempo, con buecencia sin ninguna dolencia"- hay quien me ha comentado sarcásticamente, porque tiene una salud de hierro y no sabe lo que supone ser una Pupas profesional.

En fin, que pretendía frivolizar con ésto, hoy que tampoco acabo de encontrarme bien del todo pues no paro de toser y estornudar.

Es bien cierto, que ni a los treinta ni a los veinte, me libraba yo del refrán de los cuarenta, pero, llevo una temporadita, que me acuerdo del dicho, un día sí y otro también, y para muestra, mi repertorio de enfermedades, rosario de médicos y lo que no cuento, que una señorita, no debe abundar mucho más, en temas tan escabrosos...

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HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...