miércoles, 26 de diciembre de 2012

La galería de los sueños imposibles

Este año he vuelto a caer en la tentación de todos los años. He vuelto a imaginar que un señor con pantalones rojos, barba blanca y enorme barriga se colaba por la chimenea de mi casa para traerme empaquetados y a domicilio todos esos regalos que he deseado tener, todo aquello que necesitamos.
Sueños que todos tenemos escondidos en el cajón del altillo, sueños que ignoramos, de los que nos avergonzamos, seguramente porque pensamos no merecer.

-Estúpidos humanos, me dice la figura encarnada de encima de la chimenea, pero si los sueños con los que soñáis casi todos son más que posibles, son más que sencillos, están al alcance de vuestra mano.

Yo le miro un poco incrédula. En tiempos de crisis, viendo la situación de la mayoría de mis vecinos e incluso la mía, me pregunto qué sabrá el gordo fanfarrón de los pantalones rojos desde el pedestal donde nos alumbra con su lucecita.

-No me mires con esa cara y piensa un poco. La mayoría de vosotros me escribís cartas absurdas. Nadie sabe que yo las leo todas, pues tengo un desván entero lleno de bolas de cristal, que encierran los deseos ocultos de cada uno de vosotros.

Encantada con la escena, que quizá rescato de una película de Harry Potter, me imagino una sala inmensa llena de bolas de cristal donde cada cual pone su deseo flotando en un líquido primigenio, caldo de cultivo de los sueños más ocultos y también los más sagrados.

-Si te acercas a cada cual, si te molestas en acercarte al cristal y mirar qué hay dentro, descubrirías muchos de esos sueños. Sueños muy posibles que cada cual se empeña en no cumplir.

Imagino que, esta noche, con mi pijama de ositos y el pelo revuelto, me levanto de la cama calentita que me arropa cada noche. Descalza, atravieso pasillos repletos de sueños, llenos de estanterías de bolas de cristal que reflejan cada ilusión perdida, cada deseo que nunca cumpliremos.

Curiosa, me acerco al azar a uno de ellos. El es sueño de un hombre mayor, encanecido y casi ciego, que quería viajar a Canarias. No pide que le toque la lotería para tener dinero. Se imagina a si mismo como un apuesto guerrero, con valor suficiente para emprender ese viaje.

-No lo entiendo, le digo a Papá Noel, reconociendo lo sencillo que es hoy en día coger un avión e ir a Canarias. 

-La mayoría de los deseos son así. Hay quien pide que le toque la lotería y nunca juega un número, a no ser Navidad, y al ver que no le toca, no vuelve a jugar. 
Me hacéis mucha gracia, humanos ignorantes de vuestras prioridades. No se puede pedir vivir en lugares exóticos cuando nunca habéis comprado un libro de viajes. Reunir a la familia cuando ni siquiera la llamáis en fechas señaladas. Un amigo que no tenéis ninguna intención de mantener, pues siempre estáis demasiado ocupados en vuestras cosas y no encontráis ni unas horas para tomar con él un café.

Yo me quedo más asombrada. Es cierto que algunas de esas cosas las he pedido yo también.

-Todos esos deseos, todas esas cosas que os atrevéis a imaginar, cuando en el fondo no tenéis ni la más mínima intención de cumplir, me entristecen cada año, reconoce casi al borde de las lágrimas.

Yo imagino lo que siente. A menudo soy yo misma la que pide cosas generales, irrazonables o quizá lejanas, para tratar de creerme que hasta lo más imposible puede hacerse realidad.

-Que vuestros hijos sean mujeres y hombres de provecho. Que mi marido olvide que llevo veinte años a su lado y me vea como el primer día. Que mi jefe cambie y se convierta en una persona normal. Que Eduardo apruebe Ingeniería llegado el momento, y ni siquiera nos hemos fijado en sus notas de cuarto de Primaria. Muchos que queréis cambiar de trabajo porque no aguantáis a quien os trata con desprecio y aguantáis carros y carretas hasta la jubilación, que no aprovecháis porque no os queda ni un grano de tiempo en el reloj de vuestras vidas. 

Reconozco que es verdad.

-La mayoría un poco de salud, cuando en realidad la perdéis miserablemente arrastrando vuestros pesados cuerpos por los centros comerciales en busca de un poco de felicidad- continúa su discurso el bueno de Santa, melancólico y aburrido de lo que la humanidad ha hecho con todo eso que la tecnología y la civilización actual ha hecho de nuestro mundo.

Incapaz de meterme a mi misma en el mismo saco, pues deseos de lo más pueriles me parecen, intentar hacer cambiar a los demás o apostar por la vida cuando diariamente te estás matando, me adentro en el pasillo de los sueños imposibles. Quiero imaginar que la bola que contiene el mio estará apilada en los estantes plateados de los sueños menos probables, aquellos de las personas que hemos viajado al país de Imaginaria y que aún conservamos parte de esa magia que fuimos perdiendo por los bolsillos, cuando nos hacíamos mayores.

No hay tantos sueños, pienso mirando las estanterías iluminadas, convencida de que somos pocos los que nos atrevemos a soñar cosas que no estarán nunca a nuestro alcance, cosas que no existen en el mundo real.
Sorprendida vuelvo a hacer recuento de las bolas que se apoyan unas en otras, bolas de colores y formas más variadas. Descubro que mi bola no está.

-¿Por qué no encuentras tu deseo entre estas cosas?. 

Me pregunta sabiendo que estoy bloqueada o que la evidencia no me deja ver nada más.

-Piensa un poco, piensa que hasta quien soñó con volar cuando sólo los pájaros lo hacían, consiguió que una de estas bolas volviera a la de los sueños posibles.
Quizá el sueño imposible que soñaste, quizá todo aquello que te atreviste a soñar, ya no forma parte de los sueños imposibles. Forma parte como todos, de esos sueños posibles y al alcance de nuestra mano, que no tenemos el valor de hacer realidad.

-Pero esos sueños, esos que han pasado a ser posibles, no son reales todavía, le digo extrañada el hombre de la barba blanca.

Me mira como si no hubiera entendido nada.

-Sois vosotros y no yo, quienes sois incapaces de hacerlos realidad...

miércoles, 19 de septiembre de 2012

De dinero, pijos y otras estupideces humanas...

Hoy, después de despedir a los niños en el bus del cole, cuando las panaderías comenzaban a abrir sus puertas, a la hora que más o menos canta el gallo de la esquina de la calle La Tejera y el vecino da la vuelta a su perro, nos hemos quedado cotilleando unos cuantos padres sobre asuntos de lo más importantes.

-¿Pues sabes tú que Fulana, que se las da de que su marido juega al golf todos los fines de semana, me ha pedido fotocopiar los libros de mi hijo, porque no tenía dinero suficiente para comprarle los suyos a su hijo?.
¡Qué poca vergüenza, vamos, que si para pelotas de golf tiene, que vale la caja cien euros, no sé cómo tiene valor para decir a los cuatro vientos que para su hijo no tiene suficiente!.

-¡Si es que esa, mucho dársela de pija y luego no tiene donde caerse muerta. Porque no hay nada peor que una pija de pueblo, te lo digo yo!.

-Pues una pija de barrio, o una pija de Moratalaz, o una pija del Barrio de Salamanca, o si me apuras, una pija internacional, que hasta en los viajes que hacemos, en bus y casi sin dinero, siempre aparece una que se cree que tiene más dinero que los demás y sobre todo más derecho a todo, aunque haya pagado, lo mismo que tú en el viajecito- contestaba yo sin tener ni idea de quién hablaban, pero imaginándome a unas cuantas que yo ya había conocido.

Nos reímos todos y nos despedimos, pensando cada cual en sus menesteres, pues una cosa es cotillear de los otros y otra bien distinta lo que cada cual tiene entre sus cuatro paredes, que por mucho que tapemos, callemos o ignoremos, es a fin de cuentas lo que a cada cual le atañe y le duele.

Camino de casa, con el carrito de Daniel en el maletero de mi vecino y el niño balbuceando sus cosas en el asiento de atrás, reflexionaba en voz alta sobre la estupidez humana y los múltiples ejemplos que todos, de una forma u otra hemos visto y padecido en todas partes y desgraciadamente a toda edad.

Es bien cierto que como humanos que somos, occidentales por añadidura y cristianos por necesidad, hemos aprendido desde la cuna que o bien sobresalimos de la masa, o bien pasamos sin pena ni gloria por este mundo tan material, tan complicado y a la vez tan absurdo.

Si no tenemos un coche de último modelo o una IPAD de última generación. Si no compramos la Nintendo a nuestros hijos o tenemos un móvil con acceso a Internet. Si vivimos sencillamente, en lugar de en un chalet con dos plantas y piscina con jacuzzi. Si no nos hacemos la estética pasados los cuarenta o no hemos ido jamás a un crucero, se puede decir, sin ánimo de machacar a nadie o de etiquetar, que esa persona no ha triunfado en la vida.

Porque, quién no ha ido a un estreno de cine, a ver correr a Alonso en Montmeló, a animar a la selección en la final un bus hasta Polonia o a darse un bañito en Benidorm con la Belén Esteban. Quien no ha comido en un buen restaurante, de esos de diseño, o se ha remojado en un Spa, o ha tirado unos hoyitos, sin tener ni idea en un buen campo de golf. Quién no se compra la ropa en Carolina Herrera, si es que tiene una boda de postín, o tiene joyas de Swarosky o ha soñado con tomarse un daikiri en la proa de un transatlantico, esperando arribar las costas de Estambul.

Creo que en sueños, todos hemos imaginado algo de esto.

Codearnos con la alta sociedad, comprar en el mismo sitio que la Presley. Arreglarnos como ella, hacernos la estética en el mismo sitio o incluso tomar copas con quienes gobiernan el mundo, o al menos con quienes nosotros creemos que tienen nivel.

¡Qué estupidez, qué raza de seres ha generado el capitalismo, el consumismo, internet o las cremas adelgazantes!. ¡Qué daño nos ha hecho la televisión, las series de los americanos o la vecina de al lado, que siendo de pueblo y teniendo una vaquería la abuela paterna, se las da de haber estado de vacaciones en Qatar y de darse cada mañana crema de caviar para las arrugas y baba de caracol para las imperfecciones!.

¡Qué ganas de destacar de la manada, aunque sea en la puerta del colegio!. ¡Que necesitados estamos de afecto, de reconocimiento, de respeto o de aplauso en un mundo que no mira a quienes dejan corriendo a sus hijos en la puerta y se van cabizbajos a trabajar, para poder llegar a fin de mes!.

¡Qué poco cuentan aquellos que abren sus negocios a las seis de la mañana y se van a su casa más allá de las once, para descansar un poco antes de volver a empezar. Qué poco valoramos a quienes educan a sus hijos en el respeto y en el buen hacer, y se cuidan muy mucho de comprarles lo que quieren para que aprendan a ahorrar un poco y merecer su PSP si sacan buenas notas o comparten con los demás!.
¡Cómo pasa desapercibida la buena educación, la amabilidad, el respeto por los vecinos y sus decisiones, la discreción cuando te enteras de una desgracia ajena o esa mano amiga de quien sin ganar nada a cambio, se queda un rato con tus hijos o te los lleva al colegio porque sabe que ya no puedes más!.

Es una verdadera lástima.
Ya no importa quien ha hecho algo por alguien, o quién ha dejado parte de sus ahorros a un hermano que estaba a punto de perder su casa. Ya no importa el buen hacer, el disfraz que cose la abuela o esa tarta de manzana de receta prohibida que pasa de generación en generación y que si la llevas a un evento, todos reconocen como lo mejor.

Ya no llama la atención quien hace algo por alguien, a no ser que sean obras sociales de una fundación de quien habiendo hecho dinero, sabe que desgrava a Hacienda.
Ya no sirve para nada el sacrificio de un padre, que sin ver a sus hijos crecer, les ha dado todo lo que ha podido. El educar a una familia numerosa o el vivir de acuerdo a esos principios trasnochados que tan sólo los del Opus o los de las sectas parecen interesados en divulgar.

Ahora todo está etiquetado, medido, valorado y tasado, porque somos tan estúpidos que no somos capaces de valorar nada más que lo que hemos conseguido, tenemos o hemos podido pagar.

Normal que en la puerta del colegio triunfe la estúpida que lleva Botox y no la pobre mujer que con vaqueros y sin ir a la peluquería desde tiempos inmemoriales, empuja el carrito de su hijo y le cuenta un cuento al otro camino de casa, porque pretende distraerlo para que no se le haga tan largo los dos kilómetros que hay.

-Yo prefería ir en coche, mamá, le interrumpe el pequeño viendo pasar a su amigo en un Volvo, mientras la madre se mira la pintura en el retrovisor.

Seguramente, la mujer, levantando los ojos y mirando con envidia el BMW de la otra vecina, suspirara:

-Yo también, hijo, yo también...


Moraleja: la estupidez humana es grande, y la ignorancia mayor, pero como diría el filósofo SOMOS ANIMALES SOCIALES y como tales o pasas por el aro y te compras el coche o tu hijo no será feliz, y si me apuras, tú tampoco...

jueves, 26 de julio de 2012

A veces el Universo es de un capullo...


Perdone usted, querido lector que hoy me atreva a poner casi un taco en el encabezamiento de mi blog, pero es que estoy tan anonadada, tan sorprendida y tan emocionada a la vez, que  no se me ocurre otra cosa.

Podía poner que el Universo es un poco malo, como le digo yo a mi hijo pequeño, o que se divierte haciéndonos rabiar a nosotros, despistados humanos que no sabemos muy bien ni quiénes somos, ni dónde estamos ni por qué nos ocurren las cosas que nos ocurren.

Y es verdad que estamos de lo más despistados. Lo comentaba yo con mi señor esposo ayer, volviendo de la compra. Lo bien que sabemos entender lo que les pasa a otros y qué poco de lo que nos pasa a nosotros mismos.

-"Se lo tiene bien merecido, si es que se ha tirado a matar. Estaba más claro que el agua. Tarde o temprano a Fulano le iban a echar del trabajo, y qué me dices de Mengana, que sin estar nunca en casa y sin saber de la misa la media, luego se queja de que por qué le han salido rana sus hijos. Si es que no los conoce, si no se ha preocupado".

-"Ya pero ni Fulano ni Mengana tenían ni idea de lo mal que lo estaban haciendo", le contesté yo sabiendo de sobra que los humanos, con el respaldo de nuestra ignorancia, al menos tenemos un poco de justificación.

-"Pues vamos, si Fulano no sabía que sin dar un palo al agua y llegando tarde todos los días. Si no tenía ni idea de que pasando marrones a los compañeros y estando malo un día sí y otro no, no le iban a echar, es que o bien es estúpido o bien se cree que lo somos los demás. Encima ahora, con los tiempos que corren que te echan porque sí. El era el primero de la fila, vamos".

-"Puede ser, pero, mira, yo creo que en el fondo es muy evidente lo que cada cual somos, sabemos o hacemos en esta vida. Muy evidente para todo el mundo, claro, excepto para nosotros mismos".

Nos quedamos callados los dos. Del silencio, partido tan sólo por el sonidito del Tamagochi nuevo de mi  hijo, pitando porque necesitaba algo, surgió una reflexión que, de vez en cuando, nos atrevemos a hacer de nosotros mismos, una pregunta que no espera respuesta, un requerimiento al Universo sobre nuestra identidad perdida, vetada a nosotros mismos y tan evidente para los demás.

-"¿Qué imagen tendrán los demás de mi mismo?. Y sobre todo, ¿qué pensará de mi este que se sienta a mi lado en el coche, duerme en el otro lado de la cama y come mi comida todos los días?"- no pude evitar preguntarme, mirando de reojillo la hora, así como para disimular.

Es bien cierto que no sabemos nada de nosotros mismos. Y por tanto, tampoco sabemos lo que merecemos o no merecemos en esta vida. Lo que el Universo debería darnos o lo que nos atreveríamos a pedir, si supiéramos lo que realmente deseamos, queremos o necesitamos.

A menudo, cuando pasamos por una situación difícil o por un cambio de estos fundamental de vida, nos preguntamos qué hemos hecho nosotros para merecer eso. Obviando que a veces las cosas que nos pasan buenas pasan desapercibidas, sin pena ni gloria, sin que apenas les demos importancia.

Sin embargo, cuando muere alguien cercano, cuando se produce una injusticia. Cuando alguien querido pasa por un cáncer o por una enfermedad difícil, cuando alguien desaparece del escenario sin que entendamos por qué. Cuando una familia se queda sin nada, cuando una pareja se separa y empieza una guerra sin cuartel por tener la razón y no se atiende a razones ni siquiera por los hijos, uno no deja de preguntarse si de alguna manera el Universo no será un pedazo de capullo, que nos hace pasar por algo que no merecíamos para enseñarnos quién sabe qué.

¿Merecemos lo que tenemos cada uno de nosotros?. ¿Merecemos una crisis generalizada, la caída de la bolsa, de la economía mundial?. ¿Tan mal nos hemos portado, aprovechando lo que teníamos, repanchigados en nuestra ignorancia y en el bienestar que nos ofrecían, para ahora merecer la austeridad, el sometimiento, la vida que nos espera de impuestos, de recortes, de injusticias sociales y laborales?.

¿Merecemos pasar miedo, pasar necesitad, no saber si mañana viviremos en esta casa o debajo de un puente, si el coche aparcado es nuestro o del banco?. ¿Merecemos que las cosas no nos vayan bien?

Dicen los que saben de nosotros, los que están fuera de nuestra propia ignorancia. Es más, decimos nosotros mismos de los demás, que sí, que todo es merecido. Que todo lo que sembramos, luego lo recogemos, y que aquellos que se quejan, merecían lo que han tenido. Que por la manera de actuar y por cómo eran, se merecían la situación que ahora tienen.

Si lo tenemos tan claro para la vecina de al lado o para el que trabaja pegado a nosotros, ¿por qué somos incapaces de entenderlo de forma general?.

Es todo cosa del Universo, leo mucho en los libros de auto ayuda o me dicen los iniciados en menesteres que apenas puedo comprender . De Dios, decía mi abuela. Del demonio, corregía mi madre.
Yo no lo sé.

Sólo sé que a veces, algunas veces, el Universo nos sorprende. Nos mantiene en una situación terrible, de incertidumbre, de malestar, de indecisión, de no saber, y en el límite de la desesperación, del miedo, de la oscuridad más absoluta. Cuando ya creíamos que se iba a poner en entredicho nuestra valía, nuestra dignidad o nuestra manera de luchar, nos premia, nos da algo que ni siquiera nosotros creíamos merecer.

Casi siempre, el muy capullo, con perdón de los capullos de rosas de la vecina de enfrente, nos sorprende para mal, eso es bien cierto, y mucho más ahora, que parece que se ceba con los pobres, con los que no tienen, con los más desvalidos. Y otras, sin embargo, nos sorprende tan agradablemente, que no podemos sino aceptar sus designios.

Sin embargo, querido lector, en este mundo de ahora donde todo parecen malas noticias,  que hay injusticias por doquier, uno no deja de preguntarse si merece de alguna manera que le salgan bien las cosas, que la fortuna nos sonría.
Uno no deja de preguntarse si lo que merecemos es esto, algo que,  de momento, parece bueno, y por ende es para nosotros.

¿Qué cabe hacer ahora?.¿Estar agradecido?.

Pues al menos, al menos, gritarlo al mundo, agradecérselo al Universo, salir por las calles a lo Gene Kelly para cantar bajo la lluvia.

Hoy querido lector, debería cantar, bailar por las calles, gritar al mundo que a veces, aunque no entendamos nada, aunque no sepamos muy bien cómo reaccionar ante lo bueno, uno debería sonreír, confiar en la vida, en nosotros mismos y en ese maldito Universo que se empeña casi siempre en hacernos la puñeta.

Estamos vivos, estamos bien y en esta ocasión, no sé si tenemos lo que merecemos, pero sí que nos han pasado cosas buenas últimamente.

Sólo me cabe agradecer lo recibido y aceptarlo, pero sobre todo, sobre todo, estar muy feliz por ello.

Gracias, Querido Capullo.




lunes, 18 de junio de 2012

Creer...

Hoy, que he dormitado sentada, a medio camino entre la alergia y la preocupación por un futuro incierto de lo más cercano y aterrador, he visto recortada en mis imágenes, la silueta de un recuerdo, una señora un tanto singular.

No la recordaba siquiera y curiosamente, se me ha aparecido hoy en mis imágenes de duermevela. Era una mujer indómita, vieja, desaliñada y monjil que nos daba clase de ciencias en el colegio de monjas.

Es curioso, la gente más insospechada, la más extraña, es, sin que sepamos explicarnos muy bien por qué, la que luego más apreciamos, más recordamos, más forma parte de nuestra vida, de nuestra enseñanza. La que más nos hace pensar.

Emilia Pita se llamaba. Entrada en años, en rarezas y sobre todo en dioptrías, entraba la mujer en clase casi cada día para darnos Física y química. Y si bien puedo decir con acierto, que poca Física de ella aprendí, (pues luego nos costó Dios y ayuda entender los entresijos de tan difícil materia en la carrera) debo reconocer, con el paso del tiempo, que al menos, al menos, me enseñó tres cosas que me han servido en la vida tanto como para no poder dejar de reconocer que era una de esas profesoras que por enseñarnos algo, se convierte en Maestra.

Nos enseñó con un afán férreo y casi obstinado a hacer esquemas y guiones de las materias que estudiábamos. Y si bien no entendimos nunca de sus explicaciones qué narices era la fuerza y por qué había que multiplicar la masa por la aceleración, sí que aprendimos que como sintetizar lo leído después de subrayado y hacer un esquema, no hay manera de estudiar ni entender lo que quieres aprender.

Gracias a ella y a su enseñanza, siempre incluyo ese menester cada vez que me adentro en los entresijos de un nuevo alumno que no aprueba ni para atrás o que me dice que no sabe entender lo que ponen los libros, y gracias también a eso, han aprobado muchos de ellos y han aprendido algo, así que doy por buena simplemente esa enseñanza.

Pero lo que más recuerdo, señora mía, eran aquellas lecciones cargadas de filosofía y de saber de andar por casa, que decía ella misma, que si bien no incluían las fórmulas que en el libro venían en negrita, si que nos mantenían distraídas, atentas, incluso buscando en sus entresijos algo con lo que luego hablar en el recreo o reírnos después de clase.

-A ver, señorita Zamora, este guión está muy bien. Aprenda usted, señorita Soto, que al suyo le faltan algunos puntos. Quizá es que no ha entendido usted bien lo que es importante o no.
Tenía yo una alumna...

Empezaba a decir mientras todas sonreíamos, sabiendo de sobra la anécdota que nos iba a contar.

...Era una niña muy sabia. Decía que no entendía las sumas ni las restas y que por eso había desarrollado un truco. Decía que si no pasaba todo a naranjas, no entendía nada.
Una cosa era creerse que dos más dos son cuatro, y otra bien distinta era saber que si tienes en un cesto dos naranjas y pones otras dos, pues bien claro estaba que allí había realmente cuatro naranjas.

Y eso, queridas niñas es lo que hay que hacer en la vida. Cuando las cosas se pongan difíciles o no entendamos algo, "hay que pasar todo a naranjas".

Pasar todo a naranjas, pasar todo a naranjas. No tienes ni idea, querida Emilia, de la cantidad de veces que he pasado yo a naranjas los más variopintos asuntos y he tratado de comprender las situaciones más difíciles de la manera más simple.

Aquella mujer nos estaba hablando de la reducción a lo simple a lo concreto, a buscar en lo incomprensible algo donde agarrarnos, pasándolo a algo que realmente entendamos o sepamos comprender.

Vamos, que la Pita, que así la llamábamos, estaba dándonos una lección magistral sobre lo que supone para el cerebro el establecer vínculos con lo ya conocido para acercar lo nuevo a la distancia óptima y así establecer conexiones que nos ayuden a integrar el nuevo conocimiento.

Que era una Genia, vamos, o que había estudiado ya las teorías del Cognitivismo y las últimas tendencias del conocimiento, concluía esta mañana, haciéndome el té, y recordando aquella mujer tan especial que tanto nos dejó como legado.

Pero, si hay algo que recuerdo especialmente. Si una enseñanza me ha servido para la vida como ninguna, es la que he dejado para el final, que no por ser la más sencilla, es la que para mi constituye el secreto de la vida y lo más importante que un ser humano debería aprender.

Cuando nos explicaba algo muy difícil, o cuando alguna niña preguntaba, en el colmo del atrevimiento, pues allí no replicaba nadie, algo que no entendía y que resultaba muy complejo de explicar por medio de fórmulas o de razonamientos que ya en la carrera pretendían los sesudos catedráticos que aprendiéramos de memoria, se plantaba en jarras en medio de la pizarra y exclamaba:

-Ay señoritas mías, he ahí el quid de la cuestión.

Si bien es cierto que en la vida hay muchas cosas que el hombre se atreve o intenta explicar, con el tiempo yo he aprendido que todo es cuestión de fe. Y señoritas, yo tengo mucha fe.
No son sólo los artículos de fe de la iglesia los que yo intento aceptar como válidos, sino prácticamente todo en la vida.

Cuando me levanto de la cama y pulso el interruptor, tengo fe en que se encenderá la luz, y cuando no se enciende, tengo fe en que alguien sabrá arreglarlo, porque a mí se me escapa tanta complejidad.

Cuando como algo, tengo fe en que me sentará bien, y cuando me pongo mala, tengo fe en el médico, que sabrá como curarme sin que yo entienda bien cómo lo ha hecho.

Cuando voy por la calle, tengo fe en llegar a mi trabajo sin que ningún artefacto de esos, de los que ignoro totalmente su funcionamiento, me atropelle porque conduzca más rápido o el conductor se despiste.

Tengo fe en que cuando voy en avión el bicho ese de acero no se caerá, o cuando me monto en el metro, que me llevará hasta mi destino sin ningún problema.

Tengo fe en que mis pulmones seguirán respirando o que seguiré viva mañana sin que pueda entender el por qué, porque queridas niñas, sin fe, no se puede vivir en este planeta, suponiendo que de verdad, estemos viviendo en este planeta...

Recuerdo todavía las risas que nos echábamos todas recordando todas esas anécdotas, que por lo visto una de nosotras se encargó en escribir, para recordar y contabilizar lo que se repetía aquella señora, y sobre todo el tiempo tan precioso que perdíamos sin estudiar la dichosa y odiada Física, escuchando tan soberanas estupideces.

Sin embargo, si bien soy incapaz de recordar el Ciclo de Kreps o cómo se resolvían las integrales malditas, sobre todo cuando tenían logaritmos neperianos. Si bien no recuerdo yo el nombre del político que gobernaba en Alemania en la primera Guerra mundial o qué era el complemento del nombre. Si bien he olvidado la teoría de la relatividad de Einstein o qué demonios era la Entropía, nunca he podido olvidar las enseñanzas de la Pita.

Y después de mucha filosofía, después de estudiar mucho en los libros. Después de pasarme y echar una ojeada al mundo oriental y buscar una trascendencia más esencial en la interpretación de la realidad, he entendido que las enseñanzas de mi Maestra eran lo más acertado a lo que he estado nunca de la verdad.


Sólo nos queda, como decía Emilia Pita, una sola cosa a la que agarrarnos en los momentos de más incertidumbre o cuando nos paramos un segundo a pensar en qué tenemos a nuestro alrededor: la fe.

Sólo nos queda, amigos míos, creer en la vida, creer en nosotros mismos, creer que venimos a este mundo a aprender algo y que por eso existen desgracias, sinsabores, que por algo estamos aquí.
Sólo nos queda, agarrarnos a nuestras más firmes convicciones, equivocadas, seguramente, y seguir adelante.

Y mientras tanto, creer, creer...

A LA MEMORIA DE MI PROFESORA DE FÍSICA, EMILIA PITA.

martes, 22 de mayo de 2012

Viviendo la vida como es debido...



,He estrenado la primavera con un bote de colirio para los ojos y las pastillas olvidadas en el fondo del cajón.
El sol se ha escondido hoy tras las nubes negras que cobijan las casitas, encendidas a las siete de la mañana, preparando el desayuno en el microondas y la merienda del cole en las mochilas repletas de los niños, que han empezado a comprender que hay que darlo todo si quieren pasar un buen verano sin estudiar.

Internet no funcionaba tan pronto y tampoco la luz de las escaleras porque ayer se fastidió el interruptor, y he subido a tientas con el cola cao y las botas de Miguel, pues suelo vestirlo dormido y empujarle el dichoso vaso de leche cuando menos se lo espera.

Daniel ha abierto los ojitos nada más entrar a su cuarto, y con esa carita tan linda me ha dado los buenos días alargando sus bracitos para sacarlo de sus barrotes y echar a correr.
Como acostumbra, se ha lanzado a la cama de su hermano y con sus manitas le ha palmoteado la cara al otro, dormido profundamente y soñando con el submarino de construcciones que ayer le regalamos por su cumpleaños a Luca, porque ha comprendido que ya no puede vivir sin él.

Yo mientras él me convencía de la pertinencia del submarino, he comprendido, asomando la nariz a la puerta, que era Lunes, que hacía de nuevo frío y que la alergia iba a ser este año un poco más larga, pues el año pasado a estas alturas, todavía estaba por llegar.

Con profundo desánimo, he recogido las ciento un pelotas que estaban tiradas por el suelo, la ropa abandonada en el respaldo de las sillas, la cena sin fregar de ayer. He pensado que a veces todo es una pérdida de tiempo, que los días se hacen meses y los meses años cuando no das sentido a tu rutina o a tu quehacer.

Me quedaba mucha mañana por vivir y he de confesar que no me apetecía mucho...

Al pronto, ha sonado el teléfono y mi marido me ha informado que tenemos dos facturas este mes sin pagar y que amenazan con cortarnos la luz y el teléfono en los próximos días, como si me importara mucho, dado que sin cortarlo, no funciona el interrumpor ni el internet, por no contar que nos quedan aún diez días para llegar sin dinero a fin de mes.

Me he desplomado sobre las teclas del ordenador, que ha debido entender cuánto le necesitaba y se ha encendido, milagrosamente, ofreciéndome por regalo una ventanita coloreada en el centro de la pantalla. Era de una entrevista a uno de esos escritores que te ha llenado el alma hasta el borde en tu adolescencia, que ha continuado contigo cuando te has hecho mayor y que incluso ahora añoras volver a leer si tuvieras tiempo o si supieras dónde narices pusiste aquellos libros subrayados que te enseñaron tantas cosas, entre ellas, a intentar ser tú misma.

La he abierto...

Jose Luis Sampedro ha empezado a hablar cuando has pulsado la imagen y mi entorno se ha vuelto diferente, incluso he percibido, en el silencio roto por esa voz melodiosa, el consentimiento del Universo y su conformidad.

-¿Usted que ha sido catedrático de Universidad, subdirector de Banco, escritor afamado y sobre todo profesor, cómo se ve a sí mismo a sus 94 años?- le preguntaba para empezar la entrevista Iñaki Gabilondo.

Un hombre con barba, parecido a esos Gnomos que mi hijo colecciona en libros con portadas multicolor, ha contestado con una serenidad aplastante y una sinceridad arrolladora.

-Veo a un hombre que tenía que ganarse la vida con lo que mejor sabía hacer y que luego, cuando salía de ese trabajo, SUPO VIVIR COMO ERA DEBIDO.

La frase se me ha quedado colgando del alma como una piedra pesada que me ha llevado al mismo fondo del río de mi propia vida. Alguien que reconoce que ha sabido vivir como era debido, he pensado, sintiéndome obligada a parar el video para asimilar la frasecita de marras, que me ha empujado hasta mi blog, pues es pensamiento que debiera ser compartido, cotejado, al menos impresionado.

-¿He sabido vivir realmente?, me he preguntado mirando en un espejo mi vida pasada y la imagen presente reflejo de lo que he hecho o he dejado de hacer.¿ He hecho en cada momento lo que tenía que hacer, o al menos he intentado vivirla de acuerdo a mis pensamientos, a mi manera de pensar y a cómo quería vivirla?.

Seguramente, no...

Sin embargo, no tiene que ser todo tan difícil. No debe ser cuestión de cuántos títulos tengamos colgados en el salón, cuántos muebles llenen nuestra casa o de los aplausos que hayamos querido recibir. No creo que exista un Dios justiciero que nos pida, o nos exija, haber sido perfectos, exitosos, todos igual de genios o de artistas.
Debe ser una cuestión más íntima, que carezca de sentido para otros pero que nos satisfaga a nosotros. Sin estereotipos impuestos o lo que otros esperaban de nosotros mismos.

Claro que, para un consagrado catedrático de la lengua, un catedrático de economía y un hombre afamado por sus libros, es fácil decir lo que acabo de escuchar...

He seguido escuchando, realmente había convencimiento y serenidad en sus palabras.

Confieso que he vivido, nos decía Pablo Neruda. A lo que J. L. Sampedro añadía en su entrevista que se inclinaba a pensar que su vida era como un río que desembocará en el mar. Un día, decía tranquilamente, sin darme cuenta, me sentiré salado, mezclado, parte de un todo que antes intuía y donde ahora navego, porque habré dejado de ser río y estaré en el mar, y seguiré siendo yo...

También me he sentido obligada a parar el vídeo, era otra vez, demasiado para mi.

-¿He sido yo?, se pregunta mi alma, casi siempre atormentada, casi siempre atareada, casi siempre desperdiciada en otros quehaceres que no incluyen lo que sé hacer mejor.

He rebuscado en cajones perdidos en el fondo del armario, buscando algo de valor colgado de sus perchas, alguna joya heredada o un abrigo descolorido y polvoriento pero lleno hasta los bordes en sus bolsillos de algo que merezca la pena guardar.

He encontrado, sin embargo, muchas carpetas y cuadernos de cuadritos llenos de letras escritas con pluma, una caja de folletos de países lejanos, cerros de libros empolvados y un cajón de cartas de amor.

Porque, confieso, Señor Neruda,  que como usted, he escrito, que he perdido más de media vida en escribir. He pasado miles de horas pensando en lo que siento, en lo que pienso y ordenando mis ideas con los dedos de mis manos apoyados sobre el ordenador.

-Te has dejado la otra media, querida, aprendiendo a saber de ti misma. Elaborando tu pensamiento, un pensamiento libre, sincero, alejado de lo impuesto, políticamente incorrecto, ateo o proclive a la herejía en un contexto más general.

-Y cuando ese pensamiento estaba completo,le he aclarado yo misma,  me he empeñado en enseñar a la gente de mi alrededor a pensar por sí misma.

He dado muchas clases, he impartido mucho conocimiento. He sido sincera y entregada a mi profesión y a mi quehacer, eso es verdad. No me ha importado ser una kamicace de la enseñanza y me he lanzado por derroteros que no siempre me han llevado al éxito más rotundo, sino más bien a los límites de la sinrazón.
Pero, he visto esa mirada en muchos ojos. He visto esa llama prendida en las pupilas de quien pretende entender. He asentido con la cabeza a muchas sonrisas de quienes lanzaron al viento sus "gracias" sin hablar.

Por ellos, por salir al mundo sin disfraces, sin razonamientos concretos o ideologías que se abscriben a partidos o a religiones concretas. Por ir desnuda, reconociendo que no sabes nada y de lo que hablas, seguramente no será verdad, me ha merecido la pena perder mi tiempo, desperdiciar mi talento, dejar a un lado aquello que no quería hacer pero daba más dinero.

Quizá también por eso, tenga yo una hipoteca en lugar de una casa, o una ristra de deudas en lugar de una cuenta con muchos ceros en ING...

No todo lo hice tan bien, sin embargo, por eso y por tantos momentos que atesoro en el albúm de mis recuerdos. Por salir al mundo más allá de sus fronteras razonables y sin dinero en el bolsillo. Por lanzarme por caminos que ignoraba llevaran mucho más lejos de lo que yo alcanzaba a imaginar. Por todo ello, siento que he vivido.

 Y he visto a un hombre mirarme desde lejos, mientras segaba su huerto y yo pasaba a toda velocidad en un Jeep, camino del desierto, para encontrarme con esas escaleras al cielo que siempre supe que tenía que ver por mí misma.
He hablado hasta las tantas con una mujer que prometida desde la más tierna infancia, había salido de su mundo de hombres y decisiones pactadas, llegándose hasta el mio, para sentarse en el mismo sillón que yo y contarme sus maravillas. He sabido que hay niñas que viviendo en una casa subterránea de paredes blancas y que duermen en el suelo, también sueñan con ser princesas Disney.

He visto un amanecer en el Desierto, sobre las aguas tranquilas de un mar desde la cubierta de un barco o el anochecer de los colosos de piedra en Abú Simbel. Me he bañado en muchos mares, he cruzado el horizonte de la vieja Europa en un pájaro de acero, más allá de la realidad.

He alquilado un piso en Londres y convivido con personas de otras culturas o nacionalidades. He salido de mi misma, de mi barrio, de mi país y de mi entorno y en lugar de perderme, me he encontrado a mi misma.

Sí, parece que así a grandes rasgos, algo he vivido...

Sin embargo, reconozco, escuchando los lloros de mi hijo arriba, mientras escribo como si se me escapara la vida por las rendijas,  todo  lo vivido, todo lo aprendido. Todo eso que leí y que me convirtió en heroína enamorada, en exploradora, en detective, en artista, en magnate o simplemente en escritora, no tiene comparación con el papel que desempeño ahora, que no es otro que el de madre.

Ningún paisaje en lontananza, ninguna torre inclinada o pirámide semienterrada tiene comparación con la imagen de mi hijo corriendo hacia mí cuando viene del colegio con su carpeta rota llena de dibujos. Nada de lo que creí sentir a través de mis personajes de cuento, es comparable a lo que siento al mirar a través de los barrotes, la sonrisa de la carita dormida y confiada de Danito. Ningún amor que inventé en mis libros, tiene comparación con esa emoción vivida cada vez que veo a mi marido abrir la puerta de la cancela y dejar caer su cuerpo cansado sobre el sillón.

Nada tiene sentido sin alguien, que antes de acostarse, te mira a los ojos y te pide que le dejes ver el mismo paisaje. El mismo que sabe que lo que pasa por tu mente, es lo que más le gustaría llegar a tener, y que por mucho dinero que atesore en sus bolsillos, no podrá tenerlo jamás.

Paradójica mente, así terminaba la entrevista mi Gnomo favorito. "Y después de todo lo aprendido, nada tiene sentido sino el amor".

Yo le doy la razón, no hay nada sobre la faz de la tierra tan valioso como un beso, ni tan eterno como ese amor que te inflama el alma y que llena tus aguas de esperanza, cariño y sobre todo amor a la vida.

Y cuando desemboquemos en el mar, querido Maestro, seremos seres amorosos, seremos parte del todo, seremos, simplemente, lo que hemos sido siempre: amor.











jueves, 3 de mayo de 2012

Un parpadeo en el tiempo

Un parpadeo en el tiempo, doce hojas en el calendario, una agenda completa y otra a medio llenar, una caja de ropita demasiado pequeña, una cunita plegable, junto con un trasto de cochecito que ya no sirve, en el fondo del garaje y una carpeta con fotos que se llama Daniel en el ordenador. Una sonrisa con seis dientes, unos calcetines de rayas de colores que se deslizan por el suelo del salón a toda velocidad. Unos ojitos sorprendidos mirando por los ventanales del salón, el viento que no cesa de mover el árbol de la puerta. Esos balbuceos que todo lo llenan, cuando el silencio parece romperse, para tratar de traducir en palabras, los grititos que salen desde los barrotes de una cuna de madera. Un parpadeo en el tiempo y sin embargo, hace un año ya. No recordamos ya las tardes sin Danito corriendo por casa, ni los deberes sin unas manitas que quieren coger el lápiz de su hermano. No recordamos la mesa sin la trona en una esquina, ni el cuarto de los niños sin el cambiador, la ropita diminuta en el armario o las mañanas sin que una vocecilla nos despierte a todos porque ya es de día. No recordamos cómo éramos antes sin ese diminuto personaje que llena ahora nuestras vidas. Miguel no sabe ni se acuerda de cuando no tenía hermano y volvía a casa y no había nadie esperándole. Papá no puede prescindir de las noches sin los bracitos de Daniel alrededor de su cuello, buscando con su cabeza un hueco para quedarse dormido. Yo, apenas puedo pensar o imaginar cómo era yo misma sin este bebé maravilloso llenando mis días, acompañando mis sueños por la noche o dando un sentido a la palabra felicidad cada vez que lo miro a la cara y descubro en sus rasgos, en sus movimientos o en su ir aprendiendo de la vida, un trocito de cada uno de nosotros, reflejado en el espejo de su alma pequeña, perfecta, sencilla y fuerte. No lo recuerdo y sin embargo ha pasado un parpadeo en el tiempo... Es curioso cómo cambia todo y olvidamos lo que pasó antes, añadiendo a nuestra rutina, a nuestra vida y a nuestro ir andando por este camino que hemos ido planeando y ha salido como menos nos imaginábamos, las nuevas premisas que nos ofrece la realidad. Gracias a que las cosas siempre pueden cambiar y siempre nos enseñan algo de la vida. Suerte, además, que esos cambios, no siempre son a peor y que cuando son buenos, nos ofrecen nuevos horizontes hacia la felicidad...

lunes, 5 de marzo de 2012

El tiempo dilatado. Crónica de un acompañante...

Hoy no voy a hacer una entrada ni graciosa, ni ocurrente, ni siquiera bonita.
He vivido una de esas experiencias que se cuenta mil veces a los familiares o amigos, pero jamás entrando en detalles. Quizá porque todos hemos estado alguna vez acompañando a un familiar enfermo o hemos sido nosotros mismos enfermos.
En esos casos, no hacen falta explicaciones o detalles, pues todos sabemos lo que es y no necesitamos que nadie nos lo recuerde. Sin embargo, como la vida ha vuelto a su curso y en nuestras cabezas hemos decidido seguir adelante y no recordar, yo he pensado que igual no es tan mala idea reflexionar o hacer lo que todo escritor pretende, reproducir lo irreproducible...


Ramón, en los huesos y con el pijama medio abierto, se levantaba a trompicones para ir de nuevo al baño. Su hijo, Ventura, con cara sonriente y con ojeras, le agarraba del brazo, donde tenía puesta la vía y le ayudaba a empujar el suero de más de tres litros que colgaba del pie de tres patas.
Con el rostro cansado, sobre todo Ramón, nos saludaron al entrar en la habitación.

-¡Hombre, otro compañero!, le dijo Ventura a su padre.¡ No te quejarás, que así tienes compañía. Aquí cuando se va uno, enseguida te ponen otro amigo para que no te aburras!.

Saludamos secamente, atentos a la celadora de pelo rojo, que aparcaba la silla de ruedas al pie de la cama.

-Salga usted un momento, por favor, que le vemos en el escaner y luego vemos cómo actuar al respecto, me dijo un médico con traje verde y un bote de gel en la mano.

Salí al pasillo casi a trompicones, pues los demás estaban también invitados a salir. Me fui, dejando a mi marido encaramándose a la cama y a Ramón saliendo del baño.

Entré entonces en el universo del pasillo, donde los familiares, las enfermeras y los carritos con la cena, circulaban en todas direcciones sin interferir unos con otros.
Me aparté, nerviosa, pues aún no dominaba yo el tráfico o las reglas del juego.

Una enfermera, con cara de pocos amigos y mirando al techo, juraba en arameo porque Julián habia querido levantarse otra vez.

-¡Como no se esté quieto, le traigo las correas, así que usted verá!, le decía gritando a su mujer, que casi con lágrimas en los ojos, imploraba a la enfermera cruel que no volviera a atar a su marido a la cama, que luego tenía todos los brazos llenos de llagas y gritaba aún más.

La nieta de Ramón, se sintió en la necesidad de aclararme quién era Julián y por qué gritaba día sí, día también, para que lo sacaran de aquél infierno.

-Y tu marido, qué le ocurre. ¿Lo sabe ya? - me preguntó después, bajando la voz, como si el diagnóstico de mi marido fuera alto secreto.

En sus palabras pude adivinar que casi todos los diagnósticos, los de verdad, eran alto secreto entre aquellas paredes. Que la mayoría de los enfermos ignoraban total o parcialmente el diagnóstico de su enfermedad y que gracias a eso seguían las instrucciones que las enfermeras y los médicos les daban día y noche...

...excepto casos como el de Julián, que de pueblo, con muchos años y la cabeza casi perdida, tenía la lucidez suficiente, como para pedir a gritos que lo sacaran de ahí y le dejaran morir en su propia cama.

-Sí, sí, lo sabe. Como para no saberlo. Ha sufrido un cólico nefrítico, dije simplemente, antes de que un señor de gafas me empujara porque iba de espaldas, camino de la puerta.

Después de disculparse, se presentó, y en animada charla, la nieta de Ramón y él estuvieron bromeando durante un buen rato.
Bromas a mi entender de lo más macabras y de mal gusto, aunque supuse, con acierto, que aquella era la manera de liberar un poco tensiones, en un ambiente de hipocresía, de falsedad y sobre todo de mucho dolor.

En un segundo, me convencí de que, lo que pasaba en los pasillos y dentro de las habitaciones, constituía un universo paralelo en el que cada cual cumplía su papel.
Más allá del marco de la puerta, de las palabras de aliento, las obviedades, las sonrisas y quitar importancia a la enfermedad o al estado de tu propio pariente, las personas se adentraban en un río donde desnudaban su alma a los demás.

La tensión, el miedo, el cansancio y hasta el aburrimiento salían a borbotones por sus bocas, sin hacer distinción a conocidos o desconocidos, dando rienda suelta a una verdad tan dolorosa como insoportable. Temida y añorada a la vez, por el cansancio acumulado, las noches sin dormir, el tiempo dilatado en mil segundos que no parecía pasar por las dichosas manecillas de un reloj, que en lo alto del punto donde se reunían las enfermeras, parecía oxidado, perezoso, incapaz de moverse o hacer ruido, en un contexto donde el tiempo, hacía confundir todo momento vivido.

Confundir todo tiempo vivido, pensé mientras me contaban a dos bandas las enfermedades de su abuelo y su padre mis dos interlocutores, incapaces de escuchar al otro o de preguntar, aunque solo fuera por cortesía, de dónde había salido yo. Incapaces de saber ellos mismos, si deseaban algo más que salir de allí y dar por terminado un infierno que desde luego se saldaría con la muerte de sus familiares, al otro lado de la puerta, en el otro universo paralelo.

Me sentí identificada con su sentir en lo más íntimo. Me acordé de otro hospital parecido en otro tiempo, cuando yo era otro yo. Recordé el olor a medicamento, las caras de las enfermeras, la desesperanza de aquellos que ignoran lo que de verdad les está pasando en sus adentros. Recordé el tiempo dilatado, las horas que no pasan, el dolor que no cesa, el malestar que hace confundir los sentimientos de aquellos que acompañan al enfermo y culpan a la maldita enfermedad de todos sus males, de ese tiempo perdido y obligado, que nos empuja a reflexionar sobre nosotros mismos y el tiempo que nos queda.

El tiempo que nos queda para quedar ingresados, para ocupar una cama del universo paralelo de los médicos, de las mentiras, de los acompañantes que te animan a seguir o te regañan por quejarte tanto...

...¿cuánto tiempo me queda?, piensas mirando el reloj oxidado en el pasillo de los acompañantes.

El ambiente deprimente, la angustia y el miedo a que tu marido tenga algo más grave que un simple cólico nefrítico que se ha complicado y quieren saber cuánto, no te deja ver que ha habido un alta esta noche al final del pasillo.

-Es raro, pues el alta la suelen dar por las mañanas, cuando pasan los médicos, me dice el señor de gafas que me ha contado la vida y milagros de su padre y que sigue bromeando con la nieta de Ramón.

Igual es alguien que no está tan grave y que le dan la condicional, pienso, convencida de que salir de esa habitación es casi tan importante como salir de la cárcel y tener una oportunidad para hacer las cosas un poco mejor, en el tiempo que te queda.

Sigo pensando en el tiempo que te queda. Demasiado poco si recuerdas que ayer fue el día en que mi hijo de seis años vino al mundo. Y demasiado, sin embargo, si lo mides por el reloj del pasillo del hospital, en el que parece que no pasan las horas por la noche, cuando en el sillón de acompañante o en la mismísima cama de enfermo, no parece llegar nunca el alba. No llega la hora de la pastilla para el dolor o la dichosa enfermera que ha dicho que vendría luego con otro calmante y no viene. No llega nunca la hora de las visitas, ni el médico que pasa todos los días pero tarda una eternidad en decirnos algo, el resultado de las pruebas, el diagnóstico o cuándo nos da el alta.

Al menos en el Hospital el tiempo se dilata, no pasa, parece detenido, saco de conclusión positiva a mi espera eterna al otro lado de la puerta, de un diagnóstico que nos ofrezca otra oportunidad.
El doctor sale con evasivas y nos deja como estamos. Mañana harán más pruebas y si todo va bien no hay por qué preocuparse.

Me pregunto todavía con una sonrisa colgada de mi rostro descompuesto, qué será si las pruebas no salen bien.
Tiempo dilatado, como en el cadalso, concluyo convencida de lo que sentirá un condenado a muerte que por fín ha descubierto la manera de detener el tiempo y no sabe muy bien si ha sido buena idea.

Quizá entre estas paredes encontremos la fórmula de la inmortalidad, o al menos la sensación de que nada es tan eterno como la espera, como la enfermedad y el miedo que nos atenaza en la nada, en ese espacio transparente e incomódo que es el espejo donde nos miramos, adivinando con certeza absoluta,que somos nosotros mismos y que lo que ocurra, no siempre depende de lo que deseemos, busquemos o nos merezcamos...
...y que pase lo que pase, no habrá a quien reclamar.

lunes, 27 de febrero de 2012

En un resquicio del alma

En un resquicio del alma, en la misma puerta de la consciencia, ayer creí oír el eco de unas voces en la lejanía. Era un rumor lejano, una letanía. Un canto lento, pausado, casi callado que desde lo alto del acantilado venía amortiguado, cadente, silencioso y a la vez rítmico.

Al son de la música, planeando sobre nuestras cabezas, unos buitres leonados danzaban, mecidos por el viento. Al amparo de las voces que sujetaban su vuelo majestuoso, en un girar armónico, mágico, espectacular.

Me estremecí en lo más íntimo. Volvía a vivir, sin buscarlo, uno de esos momentos por los que merece la pena vivir, ser humano, ser precisamente yo...

Concentrada en la melodía, creí entender.

Eran las voces de los monjes del pasado. Eran sus cantos, evocados por el viento en su recordar melancólico, lo que escuchaba mi alma. Sí, mi alma ruidosa y ajetreada, empeñada siempre en los más baladíes menesteres. Olvidadiza, escurridiza, volcada en lo evidente, mi alma había olvidado lo que era importante.

Sin embargo, mi amigo el Universo se empeñaba de nuevo en que yo aprendiera, en que yo buscara entre la paja, lo realmente importante. Se empeñaba en enseñarme a pensar, a vivir, a apreciar la belleza en lo más sencillo, en lo que es de verdad.

Caminando entre las ruinas, sorteando piedras y tratando de imaginar entre los muros derrumbados, parte de la belleza de una ermita que se mantenía en pie tan sólo en sus cimientos, volví a sentir esa emoción, esa pasión, ese eco del pasado que no sólo me convirtió en arqueóloga, sino que me hizo como soy.

Arqueóloga del tiempo. Arqueóloga de las voces del pasado, de la impronta que dejaron otros para la eternidad. Arqueóloga de los sueños y las acciones del Hombre de antaño, de quienes vivieron antes que yo y construyeron con sus manos las esperanzas del mañana. Arqueóloga de los restos de hoy. De los restos que rotos pisan mis pies y los de mis hijos, sin pensar más que el tiempo ha hecho sus estragos y poco queda ya.

Simplemente, un eco para quien sea capaz de escuchar.

Un eco místico, sinuoso. Un eco callado que no pueden escuchar los cientos de turistas que vienen a ver La ermita de San Frutos en las Hoces del Duratón. Concentrados en captar con sus cámaras alguno de los buitres que se acercan, el cauce sinuoso del río que dibuja los contornos de las hoces a su paso o la belleza de Natura, que en todo su esplendor, nos desborda el alma, Desbordados con esa emoción contenida, no nos permitimos escuchar, no dejamos espacio al sonido de aquellas voces.

Ni siquiera yo. Pero, sin que pudiera evitarlo, por un resquicio de mi alma, se coló una nota ayer que me impulsó a agudizar el oído y seguir escuchando.

Sentada en la reja, asomada al balcón de mi misma, en el mismo acantilado de las hoces, yo me alejé del mundanal ruido y me sumergí en la letanía.

Eran las voces de los monjes cantando en latín.

Era su rezo profundo lo que escuchaba a lo lejos, que se iba haciendo patente y presente en mi misma abriéndose paso entre los velos de mi alma, tapada y abrigada de tantas cosas materiales que apenas dejaban al descubierto mi propia desnudez.

Los cánticos rítmicos y pausados parecían descubrir una paz en mi interior que había olvidado ya.
No era el mensaje lo que me abrumaba y me empujaba a sentir, sino más bien la cadencia la que me hacía olvidarme de todo y concentrarme en mis adentros, me invitaba a reflexionar sobre lo que realmente importa y lo que no.

-"Tumbas de los santos"-leyó en alto mi hijo,en la puerta del cementerio, mientras surgía inevitable la pregunta de qué era eso de ser santo.

Lejos de pensar en si mi hijo podía o no entenderme, a sus seis años, le contesté:

-Son Santos porque se alejaron del mundo y se vinieron aquí a rezar. A encontrar su propia esencia, su silencio. Porque dejaron todo atrás y apostaron por la pobreza, por vivir con poca cosa, sin apenas necesitar nada.

-¿Ni siquiera sus juguetes? - preguntó Miguel, incapaz de comprender que unos señores fueran capaces de alejarse del mundo y prescindir de sus juguetes para poder ser felices.
Pues sí que debían ser santos, sí, concluyó sin saber qué era eso de la santidad sino prescindir de tus juguetes y venirte a rezar a un sitio donde todo estaba roto y lleno de polvo.

Con sus zapatillas mágicas, con las que se corre mejor que el mismísimo Diego, que siempre le gana cuando va con botas, mi hijo se alejó corriendo, buscando entre las piedras del suelo alguna punta de flecha de los antiguos, pues en su mente, el pasado tiene la misma edad y confunde a los Neandertales con los monjes del siglo XVI.

Perdida en su sencillez de pensamiento, en la pureza de su razonamiento, escuché en mi alma a San Frutos, susurrarme al oído, que no hay como volver a ser niño, como confundirse con lo que nos rodea, con ser una piedra, un buitre leonado o con volar a merced del viento, pensamiento más perfecto y más adecuado para tratar de desentrañar esos enigmas complicados que el hombre del siglo XXI se empeña en descifrar.

Ayer, querido lector, hice caso al bueno de San Frutos y me dejé mecer por el viento entre las garras de un buitre que planeaba por los acantilados calizos. Me senté entre las ruinas de la ermita y escuché a los monjes cantar a maitines.
Dejé a un lado lo que importa, más allá del acantilado y por un resquicio del alma se me coló en lo más profundo, una añeja melodía de silencio.

Y sin entender muy bien por qué, fui feliz.

miércoles, 8 de febrero de 2012

Perder el tiempo en escribir...


Está nevando fuera. Los copos de nueve, pequeños y a millares, sobrevuelan las casas y los árboles a gran velocidad, como si corrieran perseguidos por los otros, en una carrera al escondite donde todos ellos llegan a su meta a la vez, supongo que, muy lejos de aquí.

No parece que ninguno de ellos roce el suelo siquiera. El viento no los deja posarse ni en los árboles, ni sobre las tejas rojas de las casas de la urbanización, ni sobre el seto del jardín, que desde arriba parece aplastarse para ofrecer una cama a los copos agotados, que con tanto movimiento, no consiguen encontrar consuelo o un sitio donde posarse y pintar de blanco el paisaje, como es su obligación.

Desde los cristales, el silencio se llena con las manecillas del reloj recorriendo su camino rutinario. Si no las oyera, creería sinceramente que me he quedado sorda, pues no oigo a Daniel balbucear por el pasillo, ni su lloro desde la cuna. No oigo la Wii encendida o los dibujos animados a todo trapo de Miguel en el salón. Ni las teclas del ordenador sonando en mis dedos, porque he tratado de evitar hoy volver a perder el tiempo escribiendo algo, en esta mañana invernal, en la que el tiempo, parece haberse detenido.

Es curioso que todos los tiempos perdidos, todos los momentos inútiles, todas las jornadas de reflexión y silencio se parecen y se confunden en el tiempo. Sin mirarte a ti mismo en un espejo, abstraído en los pensamientos y observando la vida pasar, ignoras si eres adulto o un niño, si estamos en el siglo XXI o en el XVI, o si somos los que somos o por el contrario, representamos otro papel, ese que no imaginamos o lo que siempre quisimos ser.

Quién sabe si mirando un paisaje nevado, sin poder salir de casa y sumergido en el silencio, Gaudí acarició la idea de su SAGRADA FAMILIA, o si Vermer decidió pintar a sus mujeres en casa, esperando una carta. Quien sabe si Cervantes, en los fríos inviernos de Alcalá, acarició su Quijote en sus pensamientos o si Adolf Hitler, barajó su plan de conquistar al mundo, en una jornada de reflexión, una mañana solo, acompañado por las manecillas del reloj.

Las ideas más maravillosas o las más terribles pueden surgir en un espacio inútil, en un tiempo perdido, como observador callado de los fenómenos de la naturaleza. Como espectador pasivo, indefenso, abrumado por un tiempo que está por llegar y no sabemos lo que nos deparará, como los copos que corren desafiando al viento, sin saber si finalmente se posarán.

En la llanura del propio silencio, me pregunto hoy, cuantas yardas recorrerá mi imaginación, mi espacio transparente y vacío, para llenarse de historias, de sueños, de pretensiones de un tiempo mejor, que, seguramente, no se posarán.
En ese deseo, abrigando mis esperanzas con un polar morado, protejo mi corazón de las inclemencias del destino, de los caprichos del azar y de la inestabilidad, que fuera, hace tambalearse al vecino. El pobre iluso, ha salido enfundado hasta las cejas, para intentar arrancar su coche en la calle de enfrente.

Me siento pequeña, indefensa, llena de sensaciones que pretenden salir a la calle, y se quedan congeladas en el mismo quicio de la puerta, con miedo a poner un pie en el suelo y resbalar.

Siempre que reflexionamos, siempre que queremos dar un paso al frente o se perfila un sueño en nuestro espacio transparente, surge la inseguridad, la inquietud, este tiempo detenido como el de hoy, que confunde todos los tiempos que ya hemos pasado, en uno, ese tiempo que has perdido y que te empeñaste en escribir.

Escribir, me dicen mis dedos inquietos, martilleando el cristal de forma continua y casi rítmica, pues ya han planeado una historia, un momento, algo que necesitan plasmar sobre las teclas de mi ordenador. Este, caliente ya, espera con una página en blanco, a que los copos de mi imaginación encuentren su sitio y decoren de blanco el paisaje, como es su obligación.

Comprendo, en pijama y con mi polar morado, que es mi obligación hacer caso a mis dedos, que nunca se cansan de pulsar teclas, que se empeñan en hacerme entender que pienso, qué vivo, cómo es mi alrededor.
Y vuelvo a mi sitio. Vuelvo a perder el tiempo. Vuelvo a mi espacio en blanco que comienza a perfilarse con un caminito de hormigas, como decía Ana María Matute, que una detrás de otra, se dirigen al hormiguero, dibujando con su rastro una historia, que algún día, algún lector alcanzará a comprender.

O quizá no. Quizá mis letras, mecidas y alcanzadas por el viento, por la rutina, por el devenir de la existencia y el tiempo ruidoso, se las lleven muy lejos. Quizá, nunca alcancen a posarse sobre el seto del jardín de ningún lector. Quizá desaparezcan en la ventisca y hayan sido sólo una pérdida de tiempo. Quién sabe...

Sin embargo, con la cara pegada al cristal, viendo los copos caer, yo he podido ser hoy la mujer más valiente de la tierra, la creadora de una vacuna para el cáncer o la escritora más famosa de la historia, por ser capaz de plasmar, lo que nadie se atrevió a dibujar con palabras.

Hoy, embebida en mi propio silencio, ni he hecho la comida ni tengo la ropa de la lavadora, tendida en los radiadores, pero he disfrutado de un tiempo detenido que me ha permitido soñar, crear, ser...

lunes, 6 de febrero de 2012

España, país de pandereta



Hoy ha sido un día de perros. Mejor dicho, llevo una semana de perros, que precisamente empezó el pasado mártes, cuando unos técnicos de Alcampo, vinieron a instalarnos una Caldera de Condensación, supuestamente, e ilusos de nosotros, para mejorar nuestra calefacción y confort en la casa.

Contaros el calvario que hemos pasado, ofreciendo los pormenores que hemos tenido que sortear y las amenazas que de mi boca y la boca de mi marido han salido, para conseguir que nos pusieran con acierto la caldera y que efectivamente funcionara, me parece a estas alturas, hasta de mal gusto.
De mal gusto e inútil. Tan inútil como va a ser la denuncia que les vamos a cascar a semejantes energúmenos, pues imagino que, el juez, otro ejemplar de español comprometido, la archivará diciendo para sus adentros: vaya lata, otra más...

Mi reflexión de hoy, va más allá de la indignación, de la angustia, de la sensación de impotencia que tiene el consumidor al presuponer en este país, que tenemos algún derecho, por el mero hecho de gastar el dinero que por otra parte no tenemos, y meternos en el berenjenal encima de tener que pagar unos plazos que sea de nuestro agrado o no, estaremos obligados a pagar.

Amigos blogueros, estoy preocupada. Preocupada de verdad.

Es bien cierto que estamos en crisis, que no hay dinero, ni trabajo, que el país se va al traste y que no tenemos mucha solución. Quizá pueda achacarse todo a eso, o quizá no...
...quizá España ha sido siempre así.

Me pregunto si no es bien cierto que en España no hay profesionalidad, ni falta que nos hace. Si no hay integridad, ni humanidad, o simplemente si somos retrasados mentales y preferimos estar tumbados a la bartola mientras las cosas pasan, mientras el desastre ocurre, por muy responsables seamos de él.
Total, como la justicia es también un desastre...

Nunca me he considerado mujer exigente, y sin embargo, debo serlo. Debo serlo para este país de pandereta y cuchufleta, donde lo único que importa es escaquearse, colarse, hacer deprisa y corriendo el trabajo y de forma chapucera.
Total, para lo que me van a pagar y el tiempo que voy a estar en esta empresa...

Debo serlo, exigente e idiota, digo, porque yo me dejaba la piel en mi puesto de profesora.

Me importaban de verdad esos chicos, me importaba su formación, me importaba mucho que lo que oyeran de mi boca significara algo en su educación, en su criterio y en su capacidad de análisis de la realidad.
Me importaba aportar algo de respeto y de criterio en sus cabezas, me importaba que aprendieran lo que supone ser una buena persona. Me preocupaba porque supieran cuan importante es la educación.

No sé si con la sensación del trabajo bien hecho, alguno de los hijos de estos energúmenos que han venido a poner la caldera a mi casa, habrán aprendido algo, pero al menos lo he intentado.

He intentado entenderlos, he intentado informarles, he intentado dar de mi todo lo mejor, por muy poco dinero que me hubieran pagado o por poco tiempo que fuera a formar parte del colegio o instituto donde he tenido el privilegio de trabajar.

Es bien cierto que pocos me lo han agradecido, mucho menos sus padres, energúmenos que hoy hacen de las suyas en su puesto de trabajo.

La mayoría de las veces, este país de pandereta, ha antepuesto la envidia profesional a reconocer el trabajo bien hecho y han criticado mis métodos. Muchos padres molestos han cuestionado mi criterio en comparación con su manera de educar a sus hijos. Y es bien cierto que nunca he sido una profesora al uso porque he creído mi deber, ir todavía más allá que simplemente enseñar la historia de España.

Sin embargo, viendo como están las calles en mi pueblo, verdaderas pistas de hielo donde cualquiera puede romperse la crisma tan sólo por poner un pie, y la preocupación nula del Ayuntamiento por ayudar a sus ciudadanos, aunque sea con un poco de sal.
Viendo que decides poner una caldera y lo más que sacas es el favor que te han hecho por instalartela en cuatro días, en los que te has quedado sin calefacción, y eso que estamos en pleno temporal y con un niño de nueve meses en casa.
Viendo que decides protestar y prácticamente te insultan a ti y a tu criterio para evaluar la realidad.
Viendo lo que cuesta deshacerte de una línea de móvil o que te pongan el teléfono y el internet en casa si decides cambiarte de compañía.
Viendo que aunque pagues una sociedad médica, los médicos se equivocan a montones y no asumen su responsabilidad.
Viendo que encima a nadie le sorprende esto, y que por mucho que denuncies algo indignante, lo más que recibes es un "no te hagas mala sangre, que todavía había podido ser mucho peor..."

Viendo la realidad que me rodea, me avergüenzo muchísimo de vivir donde vivo, reivindico el buen hacer de los alemanes o la flema inglesa, que serán muy secos y aburridos, pero al menos no paran hasta que han terminado cualquier trabajo.
Reivindico el bien hacer y la exigencia personal en este país, porque por poca que sea, al menos nos hará a todos la vida un poco más fácil.
Invito a la reflexión de manera individual, a cuantos me leen y siguen, para intentar hacer de nuestro país un lugar mejor. Quien sabe si así salgamos un poco de esta crisis, que como todo, es culpa de la negligencia de nuestros gobernantes, que bastante trabajo tienen con mangar y sacar todo lo posible, como para considerar siquiera que lo que tienen que hacer, es sacar la economía adelante.

Es cierto que muy negativa estoy hoy con mi valoración de la realidad, pues buenos profesionales hay en todas partes, y mejores personas, también. Incluso en España.
Por todas ellas, or esas personas que hacen que el país prospere y las cosas mejoren. Por los que hacen todo el trabajo en una empresa, que haberlos hailos, me quito el sombrero y les doy las gracias, pues comparado con lo que abunda, hay que reconocer, que por lo menos su mérito, vale doble.

viernes, 20 de enero de 2012

TOTALMENTE DE ACUERDO CON LA UNIVERSIDAD DE HARVARD

ME HA GUSTADO HOY TODAS ESTAS RECETAS QUE LA UNIVERSIDAD DE HARVARD DA PARA LOGRAR SER MÁS FELICES.
Las comparto con vosotros por si os pudieran servir. Yo espero, que a una servidora le sirvan

Ahí van:

TIP 1
Practica algún ejercicio (caminar, trotar, anda en bici, ir al gym, yoga, natación, etc).
Los expertos aseguran que hacer ejercicio es igual de bueno que tomar un antidepresivo para mejorar el ánimo; 30 minutos de ejercicio es el mejor antídoto contra la tristeza y el estrés.

TIP 2
Desayuna.
Algunas personas se saltan el desayuno porque no tienen tiempo o porque no quieren engordar. Estudios demuestran que desayunar te ayuda a tener energía, pensar y desempeñar exitosamente tus actividades.

TIP 3
Agradece a la vida todo lo bueno que tienes.
Escribe en un papel 10 cosas que tienes en tu vida que te dan felicidad. Cuando hacemos una lista de gratitud nos obligamos a enfocarnos en cosas buenas.

TIP 4
Se asertivo.
Pide lo que quieras y di lo que piensas. Está demostrado que ser asertivo ayuda a mejorar tu autoestima. Ser dejado y aguantar en silencio todo lo que te digan y hagan, genera tristeza y desesperanza.

TIP 5
Gasta tu dinero en experiencias, no en cosas.
Un estudio descubrió que el 75% de personas se sentían más felices cuando invertían su dinero en viajes, cursos y clases; mientras que solo el 34% dijo sentirse más feliz cuando compraba cosas. Equilibra experiencias con cosas.
TIP 6
Enfrenta tus retos.
No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy. Estudios demuestran que cuanto más postergas algo que sabes que tienes que hacer, más ansiedad y tensión generas. Escribe pequeñas listas semanales de tareas a cumplir y cúmplelas.

TIP 7
Atesora tus buenos recuerdos.
Pega recuerdos bonitos, frases y fotos de tus seres queridos por todos lados. Llena tu refrigerador, tu computadora, tu escritorio, tu cuarto….TU VIDA de recuerdos bonitos.

TIP 8
Sonríe, saluda y se amable con otras personas.
Más de cien investigaciones afirman que sólo sonreír cambia el estado de ánimo.

TIP 9
Usa zapatos que te queden cómodos.
“Si te duelen los pies te pones de malas” asegura el Dr. Keinth Wapner presidente de la Asociación Americana de Ortopedia.

TIP 10
Cuida tu postura.
Caminar derecho con los hombros ligeramente hacia atrás y la vista hacia enfrente ayuda a mantener un buen estado de ánimo.

TIP 11
Escucha música.
Está comprobado que escuchar música te despierta deseos de cantar y bailar; y eso te va a alegrar la vida.

TIP 12
Vigila lo que comes pues lo que se ingiere tiene un impacto importante en el estado de ánimo.
a) Comer algo ligero cada 3-4 horas mantiene los niveles de glucosa estables, no te brinques comidas.
b) Evita el exceso de harinas blancas y el azúcar.
c) Ten una alimentación balanceada.

TIP 13
Siéntete bonita(o) guapa(o)
El 41% de las personas dicen que se sienten más felices cuando piensan que se ven bien. ¡Arréglate y ponte guapa(o)


PONEDLO EN PRÁCTICA Y LUEGO ME CONTÁIS. Y de momento, A SER FELICES.

martes, 3 de enero de 2012

La abuela gruñona...

Dedicado especialmente a mis primos, sobre todo a aquellos que por ser más pequeños no la conocieron como los mayores. A ellos y al espirítu de mi abuela van dirigidas estas líneas hoy.


Era la abuela una señora de negro, con el pelo azulado, con una onda que le partía de la sien hacia atrás. Vestía siempre de luto, casi riguroso, sobre todo desde que murío Padre y se permitía tan sólo un broche de media luna, que, a menudo, se prendía en el vestido o en una bufandita negra que se ataba al cuello y descansaba encima del pecho.

Se sentaba de frente, con las piernas juntas, como las "señoritas bien" que había conocido en su infancia y como mandaba el protocolo. No llevaba maquillajes, ni disfraces, siquiera la vi ponerse la máscara de la hipocresía o la mediocridad, enfrente de las visitas.
Andaba siempre con la cara lavada con agua y jabón, con la frente despejada y las ideas claras, no como las chicas de hoy en día, con demasiados pájaros en la cabeza y la mente llena de estúpidas ideas de emancipación de la mujer y de búsqueda de una misma.

-Las mujeres están para lo que están y tontas son las que se empeñan encima en trabajar fuera de casa, pues trabajo doble les tocará. Los hombres, por mucho que les enseñemos, poco han aprendido a lavar pañales o a hacer buenos guisos, de esos de alimento.

-"Una mujer como Dios manda es lo que tienes que ser tú", me recomendaba cuando veía que no me apañaba bien con la escoba o cuando se me caía la cuchara al dar vueltas a la masa de la empanada porque, ilusa de mi, me empeñaba en hacerlo con cuchara.

-La masa se hace con las manos, decía metiendo dos grandes remos que tenía por brazos y que mecían la dichosa mezcla de un lado para otro.

Yo, en mi pequeñez, que se hacía más evidente al lado de tan augusta señora, sabía, que hiciera lo que hiciera, poco iba a gustarle a mi abuela Flora. Ella, lejos de animarme o andar con paños calientes, bien se encargaba de demostrarme que las cosas siempre se podían hacer mejor.

Sin embargo, aunque la temíamos más que a un nublado, pues armada con su estropajo, nada más vernos por la puerta, nos llevaba de cabeza al fregadero a repasarnos bien las manos, las orejas y por encima de la frente, donde el pelo encuentra su límite, no recuerdo yo vez, que de la mano de mis padres, entrando por aquella puerta grande, pesada y ornamentada de su casa en Luis de Lucena, en Guadalajara, no dejara de inhundarme la emoción por volver a verla.

A ella y al siempre enigmático Abuelo Fernando, que sentado en un sillón de orejas, con su puro en ristre y la mirada clavada en la lejanía, barajaba encima de la camilla sus cartas para hacer de nuevo otro solitario.

-"Dad un beso a Padre y a jugar al cuarto de la Sole", nos recomendaba, empujándonos hacia el señor mayor,canoso y bastante guapo que se sentaba de espaldas a la puerta y del que sólo veíamos su estela de humo.

Muy deprisa y sin mirarle siquiera, le plantábamos un beso en la mejilla al dueño de la casa, padre de nuestro progenitor y enigmático abuelo, al que jamás recuerdo dirigiéndonos la palabra.

Luego, cuando los mayores se sentaban alrededor de la camilla y los oíamos departir sobre buenas nuevas, mis hermanos y yo o bien entrábamos al cuarto de la Sole, mítica doncella, que entrada en años ya por entonces, ni recordábamos o al cuarto del tío Gonzalo y el tío Pepe.

Desempolvando las míticas caretas de esgrima que desde arriba nos miraban desafiantes o el montón de tebeos que se caían de viejos, buscábamos entre los tesoros escondidos en los armarios, algún vestigio arqueológico de nuestros mayores, de cuando eran niños, o aquellas joyas que la abuela nos había dicho que había escondido, no recordaba dónde, pero que era "trapo y no era trapo".

Enseguida, venía a buscarnos para darnos la merienda. Bocatas de medio kilómetro con mucho jamón y queso o con foi gras Mina que había que comerse tras lavarse las manos a conciencia.

Temblábamos, sobre todo mi pobre hermana, al recordar momentos dramáticos de su infancia, no tan lejanos en el tiempo, camino del baño y del famoso fregadero. Pues sabíamos de sobra que el momento de la verdad había llegado y que la inspección de manos, orejas y cara, no iba a dejar ni un churrete en su sitio.

Remangados y encomendándonos a los dioses de nuestra niñez, pasabamos revista a la inquisitiva mirada de una abuela, que no recuerdo yo que estuviera satisfecha nunca con nuestro aseo o nuestros pelos.

A fuerza de tirones y peine mojado con agua,lograba bajarle el remolino a mi hermano pequeño y a mi hermana, con no sé qué artimañas, conseguía, no sin sacarle gritos, gimoteos y lágrimas de cocodrilo, que sus ondulados cabellos se alisaran como alambres, pues era de ley en una señorita no llevar greñás y mucho menos ondas que alborotaran las ideas.

Lustrosos y doloridos, porque quien no tenía las manos peladas tenía lágrimas en los ojos, nos conducía a la cocina a merendar los bocadillos kilométricos.
De pie, no sin recomendarnos que jamás en jarras se ponen los brazos y que la frente debe estar ergida y mirando al frente, nos zampábamos las viandas, atentos a su ir y venir a una cocina con fogones de hierro, donde tenía un par de cazuelas de las que salía un olor que no he podido olvidar.
Iba y venía con un par de trapos en los pies, pues mientras andaba, no podía evitar dar brillo al suelo. Y lo hacía con tal fuerza y firmeza que tan sólo recuerdo una vez que se resbaló de tan raro empeño y de bruces vino a caerse por las escaleras. A resultas de aquella caída, no sólo se rompió una muñeca, sino quedó resentido su orgullo en más de una grieta, ya que buena reprimenda recibió de mi padre y mis tíos, pues edad no tenía ya para semejantes malabares.

Pero, si algo recuerdo de aquella mujer exigente, trabajadora, valiente y entregada a las labores de su casa, a sus hijos y nietos y empeñada como pocas en educar y enseñar a sus congéneres a hacer bien las cosas, era aquellos momentos que se permitía a si misma de descanso o de sinceridad, que tuve la suerte de compartir con ella y que atesoro como el mejor de los regalos.

Melancólica y casi siempre inspirada, parecía una niña rememorando a su abuelo Jaime, sus tiempos locamente enamorada de su primo aunque no la hiciera mucho caso o sus años de guerra, ayudando a sus vecinas a repartir leche entre las parturientas y niños de pecho, para rebañar luego el cacharro y beberse todo lo que quedara de lechera. Habitada por mi padre y una solitaria estaba ella en los últimos años de guerra, que si no se comió la tierra del suelo, fue tan sólo por la dignidad que no había perdido.

Poemas que escribió a su amado Fernando, ilusiones que nunca se hicieron realidad, como aquél viaje a Canarias que nunca hizo antes de morir y que hubiera llenado de sentido su vida. Pensamientos que compartió con su nieta, mientras me enseñaba a hacer un flan de huevo que nunca me gustó, pero que a todos volvía locos. Vida compartida en un fin de semana, que mi hermana y yo vivimos con ella y con el amado tío Gonzalo.
Por ganar el afecto de tan querido tío, mi hermana y yo competíamos por que nos prestara un poco de atención. Y si bien mi hermana lo conseguía a base de historietas, mis dibujos nunca lograron interesar a alma tan talentosa, y más de una lagrimita derramé yo en silencio, que vino a calmar la abuela, que lista como ninguna, al loro estaba de mis esfuerzos.

Mujer que no olvidaré y que no quiero recordar en sus últimos momentos, en los que cansada de la vida y sin saber muy bién quién éramos, no pudo despedirse de aquellos que tanto la admiramos en vida. Sin embargo, aún tenemos la esperanza de hacer realidad los consejos que tan útiles nos han sido en la vida.

Sirva esta entrada de blog, que la abuela nunca leería pues contraria a los tiempos y a la tecnología no supo nunca ni hacer una foto o poner la lavadora sin enfadarse con ella, lanzo mis palabras a la red para que encuentren su eco en las estrellas.

En alguna de ellas, seguramente, estará Flora sacando brillo al suelo con sus trapos en los pies.
Barriendo y haciendo la comida a su Fernando y al Tio Gilito y sin parar de regañarles porque no hacen nada a derechas.

Si miras un poco por la ventana, abuela, sabrás que hoy, tus nietos( que por cierto vamos saliendo todos adelante, por mucho que te extrañe) no te hicieron una misa por tus veinte años lejos de nuestras vidas, pero sí un merecido recuerdo entrañable te enviaron con todas aquellas frases que nos dejaste, para no olvidarte y e conviertas para quienes no te conocieron en lo que has sido siempre, en la mítica ABUELA GRUÑONA que todos adoramos.

domingo, 1 de enero de 2012

Queridos Reyes Magos

Queridos Reyes Magos:

Perdonad la tardarza de mi carta, casi no llego este año. Pero, al final he encontrado un reducto en mi tiempo y os escribo desde el ordenador. Es verdad que es más romántico hacerlo con papel y pluma, pero, qué queréis, creo recordar que tenía una en alguna parte, pero no puedo recordar dónde la metí. Así que he acabado claudicando a mis tiempos y me he sentado frente a unas teclas.

No os preocupéis, aun con todo, soy la de todos los años. Un poco más mayor y más madre, pero la misma en líneas generales. Que a estas alturas de la vida, como le decía a un viejo amigo por teléfono, es un valor añadido.

Y os escribo desde aquí, desde España. Sí, hombre, ese país que va a pique y que está luchando con uñas y dientes para seguir adelante, como el resto de los países que dan al Mediterráneo, en la línea entre los países del primero y del tercer mundo, esos que bien pudieran llamarse el segundo mundo.

Bueno, pues eso, queridos Magos, que os escribe la de siempre, desde su ordenador portátil, desde el segundo mundo, en paro, con un montón de deudas y con una hipoteca que pagar todos los meses, pero contenta, porque al menos todos estamos bien y tenemos todavía ganas de celebrar la navidad.

Como este año ni tiempo he tenído para ser mala, pues entre engordar quince kilos, la acidez de estómago, las malas digestiones, las noches sin dormir con una barriga que daba patadas y luego parir a mi niño. Entre, recuperarme, perder los quince kilos, darle de comer, cambiar los pañales, quedarme sin dormir, pasarme de preocupación y de esfuerzo. Por no contaros la de juguetes que he recogido del suelo y he puesto en las estanterías, una y otra vez, o la cantidad de veces que he ido a por mi hijo mayor al cole, a casa de un amiguito a buscarle o a otro cumpleaños de uno de sus compañeros, pues he pensado que tenía derecho a pedir algo.

Por eso, y porque en el fondo siempre he sido buena persona, me he permitido pediros alguna que otra cosa que, si no os parece mal, considero que no estaría de más, que dejárais este año en mis zapatos. Los viejos marrones, esos que se le marcan el juanete, porque son de hace lo menos tres temporadas.

Este año quería pediros que no suba demasiado el IVA, ni los impuestos. Que nos rebajen más los sueldos, pues entre lo que tenemos que pagar, lo que tenemos hipotecado y lo que valen los filetes, mi pobre marido ya no da más de sí.
Yo no hago más que prescindir de las rebajas, de cambiar las alfombras o poner los muebles de mi cuarto. Voy con los vaqueros medio rotos y no me he permitido ni una mala bufanda, pues no hay presupuesto ya, pero considero que de vez en cuando llevar a los niños al cine, a comer por ahí o hacer alguna que otra escapada, no estaría mal para hacer una pausa en la rutina y en el devenir de la vida.
Así que os pediría que en cuestiones económicas, aunque andamos muy achuchaos, nos quedáramos como estamos. Pues este año, aunque hemos ido al super más barato y nos hemos privado de chocolates y fiambres variados, al menos nos ha dado el estipendio para algún que otro dispendio, y sin haberlo pretendido un pareado me ha salido...

Os pediría también que si hubiera algo más de trabajo, lo mismo hasta podría yo participar en el reparto, pues no pido yo un trabajo bien remunerado, pero unos cuantos euros más al mes, bien podrían servirnos para salir un poco más airosos adelante.

Estoy pensando que entonces me tendriáis que traer un poco más de tiempo. Tiempo para mi, para que pudiera utilizarlo para ganar algunos euros mientras cuido de un pequeñajo que ya se sale de la cuna y gatea del salón a la cocina buscando a su madre y un poco de comida.

Así que traer en el camello algo más de tiempo extra. Puestos a pedir, estoy pensando que hace año y medio que no me corto el pelo en una peluquería y más de cinco meses que no voy al ginecólogo o tres años al médico de la espalda, porque no tengo con quién dejar a los niños. Dos años que no voy al cine, ocho que no salgo con amigos y sin niños y por lo menos cinco que no voy a un spa de esos para relajarme un poco.

Vamos que, estoy pensando, que me estoy pasando un poco con las exigencias, ¿no?.

Y eso que no me he liado a pediros lo que realmente más importa, que es un poco de salud repartida para toda mi familia en este año. Entre catarros, virus que no tienen solución, dolores de espalda propios y ajenos, no levantamos cabeza el año pasado.
Como se han multiplicado las posibilidades, cuando no era Miguel el que se ponía malito y no podía ir al colegio, era su madre la que no podía llevarle o su padre el que baldado, se quedaba en cama cerca de una semana. Por no hablar de enfermedades mayores, que ni mentarlas queremos los ciudadanitos de a pie. Ni eso ni las posibles dolencias de nuestros mayores, que las abuelas algo cascadas están ya. Que les quede todavía mucha guerra que dar y nosotros que lo veamos, pues estamos entrando ya en una edad...


En fín, no me enrollo más, que tengo que hacer la cena.

Por cierto, si venís el día 6 que no sea muy pronto, por favor, que para un dia de fiesta que tenemos, nos gustaría levantarnos más allá de las siete y media, que es más o menos cuando se despierta mi hijo porque ya es de día. Quizá esté el salón hecho un desastre y los juguetes por el suelo, tened cuidado de no resbalar. Quien avisa no es traidor.

Me despido con la firme promesa de seguir escribiendo esta carta que nos obliga cada año a revisar nuestros deseos.
El primer paso para conseguirlos, quizá sea formularlos. Quien sabe si para que se hagan realidad algún día...

Un abrazo para los tres y os esperamos el día cinco.

HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...