martes, 3 de enero de 2012

La abuela gruñona...

Dedicado especialmente a mis primos, sobre todo a aquellos que por ser más pequeños no la conocieron como los mayores. A ellos y al espirítu de mi abuela van dirigidas estas líneas hoy.


Era la abuela una señora de negro, con el pelo azulado, con una onda que le partía de la sien hacia atrás. Vestía siempre de luto, casi riguroso, sobre todo desde que murío Padre y se permitía tan sólo un broche de media luna, que, a menudo, se prendía en el vestido o en una bufandita negra que se ataba al cuello y descansaba encima del pecho.

Se sentaba de frente, con las piernas juntas, como las "señoritas bien" que había conocido en su infancia y como mandaba el protocolo. No llevaba maquillajes, ni disfraces, siquiera la vi ponerse la máscara de la hipocresía o la mediocridad, enfrente de las visitas.
Andaba siempre con la cara lavada con agua y jabón, con la frente despejada y las ideas claras, no como las chicas de hoy en día, con demasiados pájaros en la cabeza y la mente llena de estúpidas ideas de emancipación de la mujer y de búsqueda de una misma.

-Las mujeres están para lo que están y tontas son las que se empeñan encima en trabajar fuera de casa, pues trabajo doble les tocará. Los hombres, por mucho que les enseñemos, poco han aprendido a lavar pañales o a hacer buenos guisos, de esos de alimento.

-"Una mujer como Dios manda es lo que tienes que ser tú", me recomendaba cuando veía que no me apañaba bien con la escoba o cuando se me caía la cuchara al dar vueltas a la masa de la empanada porque, ilusa de mi, me empeñaba en hacerlo con cuchara.

-La masa se hace con las manos, decía metiendo dos grandes remos que tenía por brazos y que mecían la dichosa mezcla de un lado para otro.

Yo, en mi pequeñez, que se hacía más evidente al lado de tan augusta señora, sabía, que hiciera lo que hiciera, poco iba a gustarle a mi abuela Flora. Ella, lejos de animarme o andar con paños calientes, bien se encargaba de demostrarme que las cosas siempre se podían hacer mejor.

Sin embargo, aunque la temíamos más que a un nublado, pues armada con su estropajo, nada más vernos por la puerta, nos llevaba de cabeza al fregadero a repasarnos bien las manos, las orejas y por encima de la frente, donde el pelo encuentra su límite, no recuerdo yo vez, que de la mano de mis padres, entrando por aquella puerta grande, pesada y ornamentada de su casa en Luis de Lucena, en Guadalajara, no dejara de inhundarme la emoción por volver a verla.

A ella y al siempre enigmático Abuelo Fernando, que sentado en un sillón de orejas, con su puro en ristre y la mirada clavada en la lejanía, barajaba encima de la camilla sus cartas para hacer de nuevo otro solitario.

-"Dad un beso a Padre y a jugar al cuarto de la Sole", nos recomendaba, empujándonos hacia el señor mayor,canoso y bastante guapo que se sentaba de espaldas a la puerta y del que sólo veíamos su estela de humo.

Muy deprisa y sin mirarle siquiera, le plantábamos un beso en la mejilla al dueño de la casa, padre de nuestro progenitor y enigmático abuelo, al que jamás recuerdo dirigiéndonos la palabra.

Luego, cuando los mayores se sentaban alrededor de la camilla y los oíamos departir sobre buenas nuevas, mis hermanos y yo o bien entrábamos al cuarto de la Sole, mítica doncella, que entrada en años ya por entonces, ni recordábamos o al cuarto del tío Gonzalo y el tío Pepe.

Desempolvando las míticas caretas de esgrima que desde arriba nos miraban desafiantes o el montón de tebeos que se caían de viejos, buscábamos entre los tesoros escondidos en los armarios, algún vestigio arqueológico de nuestros mayores, de cuando eran niños, o aquellas joyas que la abuela nos había dicho que había escondido, no recordaba dónde, pero que era "trapo y no era trapo".

Enseguida, venía a buscarnos para darnos la merienda. Bocatas de medio kilómetro con mucho jamón y queso o con foi gras Mina que había que comerse tras lavarse las manos a conciencia.

Temblábamos, sobre todo mi pobre hermana, al recordar momentos dramáticos de su infancia, no tan lejanos en el tiempo, camino del baño y del famoso fregadero. Pues sabíamos de sobra que el momento de la verdad había llegado y que la inspección de manos, orejas y cara, no iba a dejar ni un churrete en su sitio.

Remangados y encomendándonos a los dioses de nuestra niñez, pasabamos revista a la inquisitiva mirada de una abuela, que no recuerdo yo que estuviera satisfecha nunca con nuestro aseo o nuestros pelos.

A fuerza de tirones y peine mojado con agua,lograba bajarle el remolino a mi hermano pequeño y a mi hermana, con no sé qué artimañas, conseguía, no sin sacarle gritos, gimoteos y lágrimas de cocodrilo, que sus ondulados cabellos se alisaran como alambres, pues era de ley en una señorita no llevar greñás y mucho menos ondas que alborotaran las ideas.

Lustrosos y doloridos, porque quien no tenía las manos peladas tenía lágrimas en los ojos, nos conducía a la cocina a merendar los bocadillos kilométricos.
De pie, no sin recomendarnos que jamás en jarras se ponen los brazos y que la frente debe estar ergida y mirando al frente, nos zampábamos las viandas, atentos a su ir y venir a una cocina con fogones de hierro, donde tenía un par de cazuelas de las que salía un olor que no he podido olvidar.
Iba y venía con un par de trapos en los pies, pues mientras andaba, no podía evitar dar brillo al suelo. Y lo hacía con tal fuerza y firmeza que tan sólo recuerdo una vez que se resbaló de tan raro empeño y de bruces vino a caerse por las escaleras. A resultas de aquella caída, no sólo se rompió una muñeca, sino quedó resentido su orgullo en más de una grieta, ya que buena reprimenda recibió de mi padre y mis tíos, pues edad no tenía ya para semejantes malabares.

Pero, si algo recuerdo de aquella mujer exigente, trabajadora, valiente y entregada a las labores de su casa, a sus hijos y nietos y empeñada como pocas en educar y enseñar a sus congéneres a hacer bien las cosas, era aquellos momentos que se permitía a si misma de descanso o de sinceridad, que tuve la suerte de compartir con ella y que atesoro como el mejor de los regalos.

Melancólica y casi siempre inspirada, parecía una niña rememorando a su abuelo Jaime, sus tiempos locamente enamorada de su primo aunque no la hiciera mucho caso o sus años de guerra, ayudando a sus vecinas a repartir leche entre las parturientas y niños de pecho, para rebañar luego el cacharro y beberse todo lo que quedara de lechera. Habitada por mi padre y una solitaria estaba ella en los últimos años de guerra, que si no se comió la tierra del suelo, fue tan sólo por la dignidad que no había perdido.

Poemas que escribió a su amado Fernando, ilusiones que nunca se hicieron realidad, como aquél viaje a Canarias que nunca hizo antes de morir y que hubiera llenado de sentido su vida. Pensamientos que compartió con su nieta, mientras me enseñaba a hacer un flan de huevo que nunca me gustó, pero que a todos volvía locos. Vida compartida en un fin de semana, que mi hermana y yo vivimos con ella y con el amado tío Gonzalo.
Por ganar el afecto de tan querido tío, mi hermana y yo competíamos por que nos prestara un poco de atención. Y si bien mi hermana lo conseguía a base de historietas, mis dibujos nunca lograron interesar a alma tan talentosa, y más de una lagrimita derramé yo en silencio, que vino a calmar la abuela, que lista como ninguna, al loro estaba de mis esfuerzos.

Mujer que no olvidaré y que no quiero recordar en sus últimos momentos, en los que cansada de la vida y sin saber muy bién quién éramos, no pudo despedirse de aquellos que tanto la admiramos en vida. Sin embargo, aún tenemos la esperanza de hacer realidad los consejos que tan útiles nos han sido en la vida.

Sirva esta entrada de blog, que la abuela nunca leería pues contraria a los tiempos y a la tecnología no supo nunca ni hacer una foto o poner la lavadora sin enfadarse con ella, lanzo mis palabras a la red para que encuentren su eco en las estrellas.

En alguna de ellas, seguramente, estará Flora sacando brillo al suelo con sus trapos en los pies.
Barriendo y haciendo la comida a su Fernando y al Tio Gilito y sin parar de regañarles porque no hacen nada a derechas.

Si miras un poco por la ventana, abuela, sabrás que hoy, tus nietos( que por cierto vamos saliendo todos adelante, por mucho que te extrañe) no te hicieron una misa por tus veinte años lejos de nuestras vidas, pero sí un merecido recuerdo entrañable te enviaron con todas aquellas frases que nos dejaste, para no olvidarte y e conviertas para quienes no te conocieron en lo que has sido siempre, en la mítica ABUELA GRUÑONA que todos adoramos.

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HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...