lunes, 27 de diciembre de 2010

Conversaciones con mi barriga. Parte 1ª

He estado guardando un secreto, incluso para mi misma, durante hace ya cinco meses.

No se lo he dicho ni a mi cuerpo, que el pobre, engañado vilmente por mis miedos, no se ha atrevido siquiera a protestar, expansionarse o a pedir ayuda, tan atareada estaba mi mente tratando de sobrevivir el día a día, sin soñar, hacerme ilusiones o pensar en un futuro, que probablemente podía malograrse en cualquier momento, como las otras dos veces.

Hoy, sin embargo, que los médicos me han confirmado que lo que crece en mi vientre plano es un niño, un niño que además está sano, me he atrevido a mirar hacia abajo, hacia la zona esa de mi tripa que empieza a moverse, y a creerme que es verdad, que realmente una vida está creciendo dentro de mi. Y por vez primera, me he permitido que mi barriga empiece a crecer sin miedo.

Se ha alegrado, al menos me ha obsequiado con unas cuantas patadas, unos retortijones y un poco de acidez, pues me atrevo a asegurar que cada vez que tengo ardor de estómago, no es por culpa de mi hernia de hiato, sino simplemente porque estoy embarazada.

Es la primera vez que me lo digo a mi misma, que lo hago público, que me atrevo a verbalizar un estado, que las mujeres muchas veces tenemos la suerte de poder compartir con nuestros hijos.

Estoy esperando un hijo, estoy encinta, preñada, hay muchas formas de decirlo, que se resumen en todo un surtido de ilusión, miedo, pereza, desencanto y casi siempre mucha esperanza, que duran la friolera de cuarenta semanas.

Tiempo suficiente como para conocer a ese pequeño ser que va creciendo dentro de una, sin molestar mucho, o a veces todo lo contrario, pero que será probablemente el tiempo en el que menos molestará.

Un tiempo para entenderlo y que te entienda a ti. Un periodo mágico de encuentro donde dos corazones laten en un mismo cuerpo y por mucho que se alejen en la vida, en lo que acotentezca en el futuro, habrán compartido un pedazo de momento para siempre, y sin que nadie nos lo pueda quitar.

-¿Nos acordaremos?, le pregunto hoy a mi hijo Daniel, que ya me va resultando familiar, cercano y hasta un poco incordiante, porque cada día se mueve más.

Mi hijo no contesta, seguramente estará jugando al fútbol con un pedazo de pan que acabo de comerme en la merienda, que se ha colado en su líquido anmiótico para alimentarlo a él también.

No le interesa todavía todo lo mundano, ni siquiera se plantea grandes enigmas. Vive para crecer, formarse, hacerse a si mismo y reconocerse como un ente que un día saldrá de la burbuja donde ahora está.

Es casi imposible de entender, me digo a mi misma sentada en una mecedora cruel que mantiene ergida mi maltrecha espalda. Casi tanto como hablarle a una barriga, y sin embargo, lo hacemos casi todas las mujeres cuando nos quedamos a solas con nuestro hijo.

Él sabe todas nuestras inquietudes, estados de ánimo. Es más, me atrevería a decir que intervienen en nuestro criterio, en nuestro genio y en nuestros gustos.
Cuantas veces nos sorprendemos a nosotras mismas con cosas que sabemos que no son nuestras, que no nos identifican ni pertenecen.
Comer cosas que nunca nos gustaron, despreciar olores que siempre están ahí y sin embargo resultan insoportables, tener caprichos que jamás nos atrevimos a verbalizar.
Son cosas que a mi no me han ocurrido de momento, pero que le ocurren a cientos de mujeres, y yo las creo. A mi no me pasan, quizá, porque mis hijos, Miguel que ya tiene cinco años, y Daniel, que está dentro de mi desde hace cinco meses, no son demasiado exigentes, ni su caracter es tan marcado como para diferir demasiado de lo que soy yo.

Mis cambios, las cosas que yo voy identificando como no mías, son mucho más profundas, más difíciles de explicar. Unas ganas de vivir tremendas, de aprender y de saber pero, sobre todo de recordar, cuando me quedé embarazada de Miguel, y una serenidad no exenta de sabiduría, ahora, que siento que mi hijo me empuja con toda su energía a que no desespere, a que crea, a que me deje llevar por la felicidad que supone la vida misma, la existencia misma.

Sentimientos que sé de sobra que son de ellos, que ya tienen alma, ya tienen conocimiento, ya saben cómo van a ser porque son ya. Esencia que todavía no tiene un cuerpo completo, un rostro o un color de pelo, que no tiene conciencia de si misma y que no se pregunta ni siquiera qué hace ahí flotando en un espacio donde sólo escucha el latido de un corazón.
Esencia que se mezcla con la mía, que dialoga con mis adentros para tratar de entenderme y yo a ella, en simbiosis imposible y sin embargo mágica, que mezclará por única vez lo que Daniel es de lo que soy yo. Y que ya mezcló una vez a Miguel conmigo, sin que pudiera ni quisiera evitarlo, y me convirtió en lo que soy.

Mañana seré un poco Daniel también cuando pasemos un tiempo juntos. Y él será un poco esta madre que le ha tocado en suerte o que yo creo que ha elegido él, porque ya quería venir a la vida y estar en esta familia.

Es algo que ya tengo claro, y sigo sintiendo ahora.
Lo sentí muy claramente en mi otro embarazo. Tenía miedo de no ser suficiente, de no ser buena madre, y mi hijo se encargó en asegurarme que había venido precisamente por mi, que me había elegido de la misma manera que le había elegido yo a él.

Ahora no tengo dudas. Sé que Daniel nos ha elegido a nosotros y ese miedo ha pasado. No ha pasado sin embargo el miedo a llevarlo dentro, a que no le pase nada, a que tenga que protegerlo siempre porque algo vaya mal. Un miedo que ahora sé, que no te abandona nunca, ni te abandonará hasta que mueras.

Sin embargo, confío en él, en su serenidad. Es él el que se encarga de recordarme lo fuerte que se ha convertido en todas esas veces que ha intentado venir y ha tenido que luchar por seguir adelante. Es él el que me da la tranquilidad suficiente como para confiar en la vida, en que se abre paso siempre que hay una razón poderosa para existir.

-Hay una razón muy poderosa para existir. Para que yo exista, me dice siempre.

Yo le creo, aunque le he escuchado poco hasta ahora. No me atrevía, no quería creer que era verdad.

Hoy sin embargo, que estoy segura de que por ahí anda ya, he decidido mantener alguna que otra conversación con él y compartirla con vosotros. Para no olvidar jamás, que la magia de la vida existe, y que todo lo que se siente cuando estás embarazada no son sólo caprichos, antojos y mal humor, sino un mundo de sensaciones que no volveremos a sentir, a no ser que otra vida, acampe en nuestra barriga.

Querida barriga, prepárate, porque en los próximos meses, los diálogos no serán tan sólo conmigo misma ni con los interlocutores callados que se acerquen a este espacio, serán, lo quiera o no, contigo, testigo indiscreto de mi intimidad.

viernes, 24 de diciembre de 2010

Pasando por las pantallas de la vida. 2º parte

Llamé a Rebeca para contarle lo de Eugenia, un lunes por la tarde, sobre las ocho y media.
No estaba en casa, su madre cogió el teléfono con muchas prisas, pues tenía que dar la cena a Zoe y acostarla pronto.

-No se preocupe, soy Sara, una amiga del colegio de monjas, quería hablar con ella de unas cosas- argumenté cuando la madre me preguntó qué quería.
-Pero, ¿la Sara de siempre, la hija del lechero?, me preguntó sabiendo perfectamente quien era yo.
Le contesté que sí y su tono cambió totalmente. Me saludo efusivamente y me preguntó qué tal me había ido en la vida. Luego, la mujer se echó a llorar. Por el tono de su voz entendí que nada bueno estaba pasando y que si algo tiene una pena, es que no hay como un desconocido que se acerca a ella, para contarle su vida y milagros.

Ahí estaba yo.

-Pues hija, Rebeca está en el hospital. Ha perdido a su niño y ya estaba de siete meses. No es que me alegre, claro, pero dadas las circunstancias quizá haya sido el menor de los males.

Dejamos ambas un tenso silencio, moqueó un poco y siguió con su relato.

-La niña no pudo soportar enterarse que David estaba con cólera en Haití y se vino abajo. Quiso coger el primer avión hacia alli, aunque no quisimos permitírselo. En el camino al aeropuerto empezó a sangrar y en el hospital está todavía.

Yo me quedé perpleja, no era cuestión encima contarle a la madre lo de Eugenia.

-No tenemos noticias de David, tampoco. Su madre está desesperada, pero conociendo a esa vieja arpía, seguro que nos echa de su casa en cuanto tenga ocasión. Que mucho me temo será muy pronto, porque ese chico, en ese ambiente y sin medios, Dios no lo quiera, pero no va a aguantar...

-Vaya, lo siento mucho, dije por no sabe qué decir.

La madre siguió gimoteando, diciendo que ya lo había augurado ella, que todo esto no podía salir bien. Que su pobre hija era un dechado de desgracias, una tras otra, que quizá por su trayectoria y por las cosas que la vida le había traído, no había tenído lo que se dice suerte y que ella poco podía hacer ya a su edad y sin fuerzas. Pero, sobre todo, sin entender absolutamente nada.
Vamos, que me puso el alma a la altura del dedo pequeño del pie.

-No se preocupe, dije para dar por concluída la conversación, la llamaré en unos días para ver como sigue. Sólo quería invitarla a una comida de amigas que se reúnen después de mucho tiempo, pero dadas las circunstancias, no creo que pueda venir.

No me atreví a llamarla en mucho tiempo y como para saber desgracias uno prefiere esperar a que vengan solas, quise olvidar lo que a Rebeca y a Eugenia les estaba pasando hasta que Susan me llamó para la siguiente reunión de amigas y acudí a la cita como cada año. Más que nada para no perder el contacto y hacer un pequeño paréntesis en mi vida, en el que te concedes incluso la pequeña licencia de compararte con las demás.

Muy delgada, demacrada y con aspecto de tener diez años más, pero con la sonrisa pintada de carmín, estaba esperando Rebeca en la esquina de la calle, frente al restaurante.
Me acerqué y la saludé efusivamente, pues de sobra sabíamos las dos que su madre me había contado todo.
Ella sin embargo me preguntó a mi por mis hijos, por mi trabajo y mi marido, y bromeó acerca del tiempo tan malo que hacía y que las otras llegaban tarde.

Enseguida llegaron y no tuve tiempo de preguntarle cómo estaba, cómo había superado todo y si realmente las cosas habían empeorado para ella. Sin embargo, estaba claro que era una superviviente. Que si de algo le había servido su vida, era para pasar pantallas, como ella decía siempre, sin perder la sonrisa, sin perderse a sí misma.

-¿Sabéis qué tal anda Eugenia?, preguntó Susan ya en los postres, después de que pedimos la carta, estuvimos bromeando de los kilos de más de Isa o de la operación de pecho de Maribel, del novio de Esther, que se había quedado viuda o de los bomberos que habían venido mi casa mientras dormía y creía haberme despertado ya en el cielo, rodeada de ángeles cachas.

Rebeca, que hablaba en ese momento con Isa, se dispuso a escuchar y a decir algo, pero se quedó con la frase colgando de la campanilla.

-Bueno, pues estuve visitándola el otro día en la Residencia donde está y lo cierto es que está como siempre- contestó Maribel.

Estaba claro que Rebeca se había perdido algo, aunque no pudo dejar de decir.

-Pero, ¿estamos hablando de esa pija que se tomó un té conmigo, que por cierto pagué yo, que soy la pobretona?. ¿La misma que ridiculizó mi aspecto y se rió de mi, restregándome por la cara su posición y lo bien que lo había hecho todo en la vida?.
¿A dónde fuiste a verla a su Residencia de Aspen?.

Todas nos quedamos calladas.

Por ser yo la culpable de su ignorancia, le expliqué que no, que Eugenia estaba arruinada, que si estaba en una residencia era porque sus hijos no querían hacerse cargo de ella, y que al menos la mantenían allí para no tener que cuidarla.
Rebeca no acababa de comprender que una mujer tan riquísima se hubiera arruinado de la noche a la mañana.

-No son así las cosas en la vida, amiga, y tú lo sabes. El día que quedó contigo ya estaba arruinada, aunque ella intentó negarlo hasta que le embargaron la última casa.
Ni hijos en el extranjero, ni marido forrado, ni nada de nada. Pero, sabes, ella no quería aceptarlo.
Ni eso ni la enfemedad degenerativa que tenía, que por cierto, ¿cómo no te diste cuenta que iba en una silla de ruedas?- le pregunté a Rebeca.

La pobre no salía de su asombro. Mucho menos cuando le conté que Andrés habia fallecido a consecuencia de un ataque al corazón, porque no pudo soportar que se le hundieran todas las empresas, y que Eugenia, casi sin recursos, estaba casi paralizada, como una ancianita, sóla y diciéndo a las visitas que estaba en tratamiento, pero, que muy pronto, la iría a buscar su marido cuando volviera de sus negocios en Suiza, para que descansara en su palacete de Santander.

-¡¡Qué centrados en nosotros mismos nos hallamos!!, dijo gravemente. Pensar que me sentí empequeñecida, frágil, estúpida al no haber sabido aprovechar los atajos de la vida, las trampas que podemos gastarle al destino para engañarlo un poco. Le reproché que se había saltado unas cuantas pantallas de ordenador y que vivía en una pantalla irreal y sobre todo en la misma. No tenía ni idea hasta qué punto tenía yo razón. Eugenia será siempre incapaz de pasar de pantalla.

Las amigas nos quedamos de piedra, yo intuía lo que Rebeca quería decir, pero Susan le pidió que se explicara mejor.

-Es un simil que utilizo ahora con los adolescentes que no quieren estudiar y me dicen que es un rollo eso de aprender. Les digo siempre que no es cuestión ni de conseguir un mejor trabajo, ni de aprender un montón de nombres o de malgastar el tiempo mientras otros se lo pasan bomba, bebiendo y fumando porros. Es más bien aprender a tener el criterio suficiente como para saber salir de las situaciones que las pantallas de ordenador del juego de la vida nos ofrece. Poder pasar de pantalla para lograr al final ganar el juego. Sabiendo qué herramienta coger, qué pasillo o qué arma utilizar, será más fácil llegar al final. Todo eso, a mi me lo ha ofrecido estudiar como una loca o leerme cientos de libros.

Todas se quedaron calladas y asintieron, en realidad Rebeca lo había explicado muy bien. Eugenia seguía en su mundo y allí estaría bien, cuando era incapaz de cambiarlo o al menos pasar de pantalla.

-Aunque visto lo visto, repasando mis pantallas y lo que he aprendido, igual es mejor estar siempre en la ignorancia más absoluta y en la misma pantalla- concluyó, sabiendo que ninguna de las que estábamos presentes, por mucho que hubieramos pasado en la vida, nos cambiaríamos ni por un instante con Eugenia.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Pasando por las pantallas de la vida.

Eugenia ya estaba esperando cuando llegó Rebeca.
Sentada, con sus collares de perlas y su ropa de marca, se hayaba depositando suavemente la taza de té sobre el platito.
Se la quedó mirando llegar, atropellada, sin gracia, arrancándose de la cabeza el gorro de lana y los guantes con dibujos andinos.

Sus miradas se encontraron un segundo en el que Rebeca se sintió empequeñecida por la aureola plateada que desprendía su amiga de la infancia. Hacía muchísimo tiempo que no la veía, de hecho, hasta que se topó con ella y su marido en aquellos grandes almacenes, no había sabido nada de Eugenia, su mejor amiga del colegio de monjas.
Apenas la había reconocido: con el abrigo de visón, colgada del brazo de su marido, que miraba las corbatas de Loewe, hubiera dicho que era una empingorotada estúpida de esas que no soportaba ni ver en la puerta del colegio de Zoe, cada vez que iba a buscarla.
No se había equivocado, entendió al mirar sus ojos enmarcados de rimel carísimo,
sin embargo, el hecho de aceptar su invitación a aquella cara cafetería madrileña, sólo tenía la intención de tratar de bucear un poco en sus adentros y encontrar en sus abismos un atisbo de aquella colegiala con coletas que tanto había compartido con ella en sus años escolares.

Eugenia, por su parte, no daba crédito tampoco. Era verdad que Rebeca había sido siempre un poco alternativa y bastante hippie, pero era de buena familia, estaba bien educada, concluyó. ¿Qué caprichos del destino le habrían hecho convertirse en ese adefesio que se acercaba a ella con el pelo sin peinar y enfundada a su edad en unos vaqueros gastados y un jersey de lana viejo?.

-¡Qué gorda te veo!, se le ocurrió decir por no decir algo peor.

Rebeca estuvo a punto de contestar, y yo que estúpida, pero se limitó a contestar:

-Embarazada de cinco meses, si es que no te parece mal.

-Pues hombre, ya a nuestra edad, como mínimo me parece una temeridad o un snobismo. Ahora, que tú sabrás, pero yo después de la última lipo como comprenderás, no voy a quedarme preñada y perder mi espléndida figura.

Rebeca sintió que las nauseas de los primeros meses volvían a su estómago.
Pero, ¿es esta la hija de la portera de casa, la que iba con mi padre en el coche todas las mañanas al cole?, se volvió a preguntar.

-Yo ya tengo a los niños creciditos. Sabes que Samuel está trabajando ya de ingeniero en Manchester y a Tesa la tengo en un colegio inglés que me cuesta un potosí, pero que espero que la convierta en una mujer hecha y derecha. A Javi, que está todavía en el Montesory, no tengo muy claro si mandarlo a Inglaterra o a Paris. ¿Tú que piensas?. Porque Andrés es partidario de que ingrese en una universidad americana, pero son tan horteras los americanos, que no quiero que se me malogre por su mala influencia.

-Ya, claro, supongo que pudiendo elegir...

-Sí, querida, es lo que tiene ser tan riquísima. Pero por favor, cuentame algo de ti. De mi marido y sus negocios seguro que ya sabes por los periódicos y aburrirte con la lista de nuestras propiedades me parece inadecuado, dadas las circunstancias...

Rebeca estuvo a punto de levantarse e irse. Con su amiga enfrente y ese tribunal de la santa inquisición mirándola a través de sus gafas de cerca, fijamente, se sintió tan empequeñecida como el día en que le dijo a su padre que no iba a seguir con el negocio familiar para irse a estudiar lenguas muertas muy lejos de casa.

Sintió que las piernas le flaqueaban y la voz, incluso, cuando el camarero vino a preguntarle qué quería tomar. Con un hilo de aliento le dijo que un té con leche no estaría mal, pero sin pastas, claro, dada la observación de su esbelta acompañante, que ya se había metido entre pecho y espalda las cinco que venían en el plato.

-Pues no sé qué quieres que te cuente, dadas las circunstancias...

Eugenia se deshizo en explicaciones
-Pues no sé, algo de tu vida, claro, que no sé de tí desde las monjas. ¿Te casaste?, claro, ¿tienes sólo este hijo o más?. ¿Qué hiciste al final?. Un resumen, por favor, que tampoco vamos a estar aquí hasta mañana.

Rebeca no supo muy bien qué decir. Ni casada, ni un trabajo concreto, ni una casa propia, ni siquiera un poco de dinero todos los meses para comprarse un modelito o salir con las amigas. Por no tener no tenía ni teléfono fijo en casa, que no estaban los tiempos.

-Pues poca cosa, la verdad. Dejé la carrera de ingeniería química por Filología, para desgracia de mi padre. Luego, estuve en Israel unos años, volví a casa y no saqué las oposiciones, asi que me fui con unos amigos unos años para ver mundo. Fueron los mejores de mi vida, aunque eso sí, no teníamos un duro. Cuando volví no encontraba trabajo, pero, aquí me tienes, con una niña, otro en camino y mantengo una relación con David, un médico que conocí. Hace unos meses abandonó su consulta y se marchó a Haití, a ayudar con lo del cólera, para Medicos sin fronteras.

-¡Qué horror!. Quiero decir , pero tú ¿cómo le dejaste hacer semejante desatino?- expresó teatralmente, agarrando la taza de té y alargando la mano al camarero para que le trajera otro platito de pastas.

Engullendo una pasta con guinda encima, escuchó decir a Rebeca que no era que le dejara o no dejara hacer las cosas. Que conociéndolo, sabía que era su vida, que había sentido que su deber era eso y que no había podido detenerlo.
La había dejado, efectivamente, con una niña de cinco años y otro en camino, en su casa de Recoletos, su antigua consulta. Pagando un montón de deudas, facturas sin pagar que no eran suyas, con el poco dinero que le mandaba desde allí. Ganaba ella muy poco, en un puesto del Rastro los domingos y a base de clases particulares. Pero, quizá lo que más le dolía era la soledad. La soledad y la voz de la conciencia de su madre que no hacía más que recordarla que en realidad había hecho el negocio de su vida, pues ni casada estaba con él.

Es verdad que a sus cuarenta años no había conseguido gran cosa: ni hacienda, ni una futuro prometedor, ni trabajo estable, ni nada de nada, pero era lo que la vida le había estado dando y llevando de la mano. Su vida, lo que había aprendido y por lo que había luchado.
Sin embargo, era incapaz de explicar a quien era incapaz de entender, y quizá era verdad que había hecho el negocio de su vida, sobre todo comparada con Eugenia, tan segura de si misma, tan lleno estaba su bolso y su propio ego.

Así que volvió a sentirse desgraciada, como tantas veces, más que por su situación, que ya había pasado incluso por cosas peores, por el gesto de incomprensión de los demás, que compartían desde luego otra realidad: otra pantalla de ordenador, que, desde luego, no era la suya.

-Bueno, hija, si así eres feliz, no seré yo quien te diga lo contrario, ahora, imagino que tus padres no estarán lo que se dicen orgullosos de tu trayectoria...

Explicar a la ignorante de Eugenia que no se hablaba con ellos, más que para recibir reprimendas y que ni siquiera querían conocer a su nuevo hijo, se le antojó una carga dificil de llevar, así que cambió de tema.

-Y tú por lo que veo, te casaste con Andrés, y todo de maravilla. Imagino que terminaste tus estudios de arte, ¿no?.

-Pues no, para qué, querida. Me quedé embarazada a los 16 y la familia de Andrés no tuvo otro remedio que casarlo conmigo, más que nada por el escándalo. Desde entonces ¿para qué preocuparse de nada?, para eso hay servicio. Ni estudios, ni trabajo, ni nada más que ocuparse de las amistades y las reuniones sociales, hija, que tampoco son moco de pavo.

Rebeca no daba crédito, Eugenia no sólo comentaba sus exitos sin tapujos o mentiras, sino que lejos de avergonzarse, pensaba que era lo mejor que había podido hacer una mujer.

-Vamos que te saltaste unas cuantas pantallas en la vida, con unas cuantas trampas, y te instalaste en la tuya desde entonces hasta ahora, ¿no es así?.

-¡¡¡Qué pantallas, ni qué pantallas, hija, no entiendo una palabra de lo que dices!!!. Hablamé en cristiano y no en tus lenguas muertas esas, que no entiendo ni jota.

Rebeca se levantó de un respingo, ni una gota de té había podido tragar. Sin tener por qué, se deshizo en explicaciones. Zoe estaba con una vecina y se le había hecho tarde, no era cosa de hacerla esperar. Ya se verían otro día, pero ahora tenía que irse, estaba segura de que, si se quedaba un segundo más, seguro que perdería la educación y las formas.
Se puso el gorro y el abrigo de David, que le sobraba por las mangas.

-Me parece una sonada ordinariez que te vayas sin darme tiempo siquiera a llamar a mi chofer, para que venga a buscarme, pero me imagino que es lo que tenéis los pobres, que os sentís en el derecho de hacer lo que os de la gana sin preguntar a nadie más.

Lo que le faltaba por oír.

Sin apenas mirar atrás llamó al camarero:
-La cuenta por favor, esta pobre puede incluso invitar a esta ricachona a tomarse un té.

-Dieciocho con cincuenta, contestó el camarero sin inmutarse.

¡¡Por dos tés y unas pastas que no había ni probado!!. Alargó uno de veinte, sabiendo que no tendría ni para el autobus, y añadió morbosa, y traigame la vuelta, que vamos, cobrada está la propina.

Rebeca, apenas se atrevió a volver a mirar a su amiga para despedirse, estaba indignada, maltrecha y sin saber muy bien qué hacer, cuando sonó su movil que le llegaba un mensaje. Ojalá sea de David, pensó añorando que le dijera que volvía a casa y que se quedaría con ella.
Era del banco, para decirle que se había agotado el saldo de su tarjeta.

Se sintió morir, mientras se alejaba sin escuchar aparentemente, a Eugenia decir que le había decepcionado mucho el encuentro.
En realidad, lo entendía, pero seguramente, su amiga, nunca podría entenderla a ella.
El precio que supone no pasar de pantalla, pensó con amargura, dando por hecho que incluso para Eugenia, eso era lo mejor.

CONTINUARÁ...

Azaria, DICIEMBRE DE 2010
PARA UNA ESPECIE DE DESAFIO CON EL TÍO EUGENIO PARA HACER UN POST CON EL MISMO TEMA. No está concluído, pero me parecía una ordinariez hacerlo más largo.

p.d. El nombre de Eugenia, en absoluto tiene nada que ver con el Tío Eugenio, pues acabo de darme cuenta ahora que el subconciente es terrible. Pero, quiero aclarar, que en este caso, no me ha traicionado.

martes, 7 de diciembre de 2010

FOOT OF THE MOUNTAIN

Letra [Lyrics] A-ha - Foot of the Mountain

Keep your clever lines
Hold your easy rhymes
Silence everything
Silence always wins
It’s a perfect alibi
There’s no need to analyze
It will be all right
Through the longest night
Just silence everything

But we could live by the foot of the mountain
We could clear us a yard in the back
Build a home by the foot of the mountain
We could stay there and never come back

Learn from my mistake
Leave what others take
Speak when spoken to
And do what others do
Silence always wins
So silence everything
It will be all right
In the morning light
Just silence everything

But we could live by the foot of the mountain
We could clear us a yard in the back
Build a home by the foot of the mountain
We could stay there and never come back
We could stay there and never come back

We could live together

But we could live by the foot of the mountain
We could make us a white picket fence
Build a home by the foot of the mountain
we could stay there and see how it ends
We could stay there and see how it ends

Video y Letra en: http://sentimusica.blogspot.com/2009/06/ha-foot-of-mountain.html#ixzz17STw4MyP
Under Creative Commons License: Attribution

Un cuento para Miguel

Es verdad que Miguel era un niño muy especial. No porque tuviera unas ideas originales o hablara con su media lengua todo desde que tenía dos años. No por su fequillo tan gracioso o porque su remolino en el pelo le concedíese poderes especiales, como decía su abuela Pilipam, sino porque tenía dos vidas: una en la Tierra, con sus padres en su casita del ocho en la montaña, y otra en su casa del cielo, no lejos de las nubes y de las casitas de los duendes, allá en las montañas.

Todos los días, cuando se aburría o por la noche antes de dormirse, abría la ventana, sacaba su Arco iris plegable del bolsillo y lanzaba un camino de su casa en la tierra a su casita del cielo. Por él subía sin problemas, por el Arco iris duro, sin que nadie supiera nunca donde se metía.

Arriba, en su casa del cielo, estaban todos sus juguetes, sus inventos y sus secretos más bonitos. Pero, sobre todo, vivían sus mejores amigos, con los que compartía su vida, sus sueños y también sus aventuras.

Simón siempre estaba haciendo la comida, limpiando los cristales y preparándolo todo. Era su ángel, el que había venido a buscarle cuando nació y el que más le cuidaba siempre para que no le pasara nada.

Gweedy era su mejor ayudante a la hora de hacer inventos. Por ser un robot sabía más que nadie del mundo en cuestiones de tuercas, clavos e inventos.

Kiko le ayudaba en sus travesuras, en sus juegos, porque era un duende de estrella que se había encariñado con él desde pequeño. Y lo cierto es que se sabía juegos muy divertidos y historias que no podía imaginarse nunca el bueno de Miguel, que confiaba en él para pasarlo bomba.

Pero, a quien más mas quería Miguel era a su hermano Daniel. Un niño rubito, con ojos verdes, blanquito y pequeño que se parecía mucho a él. Era también a él a quien le contaba todo lo que le pasaba en el colegio de la tierra, en la nieve con sus amigos tirando bolas y con sus abuelos, cuando iba a verlos al Escorial.

Daniel le miraba entusiasmado, casi queriendo vivir esas cosas. Pero, le daba mucho miedo bajar por el Arco iriis duro para acompañarle y ver ese mundo. Asi que Miguel se pasaba la mayoría del tiempo, intentado convencerle para que bajara de la casa del cielo a su casa y se quedara con él y su papá y su mamá.

Un día de Navidad, que Miguel le había traído a su hermano un poco de turrón de chocolate y unas figuritas de mazapán, Miguel le pidió llorando que se bajara a su casa y se quedara con ellos para siempre, pues se sentía muy solo en su casa grande.
Daniel se lo pensó mucho, pero armándose de valor, se cogió de la mano de MIGUEL y bajó las escaleras con mucho, mucho cuidadito, agarrado como una lapa a su hermano.

La mamá de Miguel y el papá estaban poniendo el árbol de Navidad y el Belén cuando vieron aparecer a dos niños en su salón. Uno que estaba limpiándose la mano en el abrigo, porque su hermano tenía las manos pegajosas de tanto comer caramelos y mazapanes. Y un niño nuevo, pequeño, recién nacido que venía contento y dispuesto a quedarse aquella Navidad con ellos y muchas otras...

Sonrieron felices y pasaron la mejor navidad de su vida.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

AZARIA PORQUE MIGUEL LE CONTÓ ESTE CUENTO UNA NOCHE Y LE GUSTÓ MUCHO.
NAVIDAD 2010

miércoles, 1 de diciembre de 2010

EL VERDADERO SENTIDO DE LA NAVIDAD.

-¡Cariño, trae el calendario, que vamos a organizarnos para las fiestas!.

Solícita y tratando que mi hijo se coma el yogur de plátano y las galletas, mientras está hipnotizado delante de los anuncios de la tele, llenos de juguetes que también quiere, le alargo el calendario engrasado de la cocina, que apenas sostiene ya su última página.

Mi marido se queda mirandolo con interés, a mitad de camino entre el escepticismo y la pereza, pues este año además no hay muchas fiestas, pues la Navidad y el Año nuevo caen en sábado.

-Bueno, ya he quedado con mi madre para celebrar la Nochevieja y luego el Año nuevo al día siguiente. Con mis primos para tomar las uvas y con mis hermanos para que vengan el día de Reyes a casa con los regalos para el niño. Así que tachamos ya el finde del 31 y el día de Reyes.
Teniendo en cuenta que en Nochebuena y Navidad iremos con tu familia y que ese finde también está ocupado, que tengo la cena de empresa el viernes 17 y quiero que me acompañes, y dejamos al niño con la abuela también el fin de semana, para ir a comprar los regalos de navidad y reyes y los de los primos, también ese fin de semana lo tenemos hasta arriba.
Y si contamos también que el día 12 es el cumple del niño, y entre celebrarlo con la abuela en Madrid, con los amiguitos en casa, con los abuelos en el Escorial y con nosotros en la Warner, por lo menos desde el viernes al domingo estamos hasta arriba de eventos.

Yo empiezo ya a marearme, porque pienso que no ha contado con la reunión con los vecinos, con quedar con mis amigas o con salir con los niños a que vean las luces que ya quedé hace meses con mi amiga Mar y sus hijos. Que vendrá de Barcelona un amigo de la infancia y también quedaremos con él y que también queda pendiente que invite a sus antiguos compañeros de trabajo a una chuletada en casa y a una comida a su amigo de la infancia y su hijo.

¡¡Vamos que para quedar bien con todos, y para que haya días suficientes, supongo que las navidades debían haber empezado hace lo menos un mes!.
Porque si a eso le sumas la compra de regalitos, las compras navideñas de turrón, buenas viandas, prepararlas con tiempo en la cocina, sóla, claro. El ir a Madrid a llevarle la carta a Papá Noel, a la chocolatada en el pueblo, a ir a Segovia a ver el belén que monta la diputación y a Cortilandia y a la Plaza Mayor a comprar la figurita de todos los años, seguramente algo se quedará en el tintero, porque la cabalgata de Reyes este año, seguro que tiene que ser, que todos los demás, dejamos al niño con las ganas.

-¡Ah, y no te he contado que vienen mis primos de Valladolid y que quieren celebrar una cena para conocernos mejor!. Que ni siquiera los conoces, amor...Les quería invitar a casa, y hacer cualquier cosita, no te preocupes, que con unas buenas chuletas y unos langostinos, estamos ya listos.

¡¡Claro, claro, con unos langostinos, estamos listos!!. Y con unas chuletitas de cordero, y con un besugo para tu madre, y con un coctel de mariscos para los vecinos, y turrones, polvorones, mazapanes...Y champán del caro y licorcitos para después, y bombones y una buena hucha para comprar un comprón en Carrefour. Que esa es otra, otra fecha tachada en el calendario, pues para ir alli y comprar todo lo que hace falta en Navidad, sólo para comer, sin contar con los regalos, hay que preparar un buen tiempo y sobre todo un buen dinero.
...y señores, les recuerdo que estamos en crisis. En crisis.

Me derrumbo al recordar que no estoy contando con los regalitos para los primos, para los abuelos, que este año ni idea de qué querrán, para el niño, que quiere todo el catálogo y para mi marido, que el pobre nunca saca nada especial de la navidad, pues eso, que entre el dinero que va a costar y el esfuerzo de cumplir todos los compromisos, pues eso, que no habrá tiempo, ni seguramente, dinero...

-¡Y pensar que me da una pereza todo, cariño. Que ya estoy deseando que se pasen las fiestas y sea ya enero, porque es que encima tengo que trabajar...!

Tiene razón, todo es absurdo. De locos. No tiene sentido tanta celebración, tanto ajetreo, tanto ir de un lado a otro para cumplir con todos, para cumplir con la Navidad.
Y entre la estupidez humana, los compromisos y los niños, se pasa la navidad sin apenas reparar qué significa o debería significar este periodo que todos los años gastamos demasiado, comemos demasiado, bebemos demasiado y nos cansamos demasiado.

Quería reflexionar sobre eso hoy, y realmente no sé muy bien por dónde empezar.

Se me ocurre así para empezar que el verdadero sentido de la Navidad es conseguir que algún sueño se nos convierta en realidad.
Supongo que, a estas alturas de la vida, será que te toque la lotería de Navidad, para poder pagar la hipoteca, los créditos, las deudas y los regalos de navidad, al menos. Que materialista, desde luego...
También podría ser que nuestros hijos recuperen la ilusión, las ganas de soñar, en pensar en que la magia existe, que todo al final es posible. ¡Como si alguna vez ellos lo hubieran perdido!, concluyo pensando que es otra estupidez.

Para unir a los mayores, para que la gente se olvide de los rencores, de la rivalidad, de los malos rollos y se cree un espacio de confianza, de tregua, de amor y concordia entre todos simplemente porque es Navidad.
Tampoco debe ser eso, pienso mientras recuerdo con horror las reuniones familiares.

Las cenitas embutida en un trajecito de esos que ya te estalla porque has cogido un par de kilitos. Por cierto que tu querida hermana se encarga en recordarte, porque ella es así.
Los niños montando el pollo tirando por la mesa el pudding de pescado con salmón que está malísimo y la primita, untando en el traje nuevo el canapé de foi gras a tu hijo, mientras el otro la tira del pelo y coge una perra que para qué contar.
Tu padre ejerciendo de patriarca mientras enumera los vinos que atesora en la bodega y tus hermanos dicen que no valen nada, comparados con los que tomaron en la cena de empresa el año pasado.
Tú trayendo y llevando las bandejas para todo el mundo, mientras tu madre recoge los mil y un platitos, copitas y cubiertitos de plata pringados de grasa de cordero que no salen ni con el bote entero de fairi.

Todo con prisa para hacer la entrega de regalos, que por cierto, no les gustan a nadie y que acabaremos cambiando, cuanto antes, que luego como empiezan las rebajas, no hay quien vaya a los centros comerciales. Las fotitos que está haciendo tu marido, para que al menos quede un testimonio gráfico de la familia entera con sonrisa profidén, para recordar el año que viene, lo felices que fuimos.

En fín, un horror que no tiene fin, que lejos de recordarte lo bonito que es todo en Navidad, no haces más que desear meterte en el coche y quitarte esos malditos zapatos de charol que te hacen polvo en el ojo de gallo.

Vamos, que el verdadero sentido de la navidad, no puede ser eso tampoco.

Ni eso, ni gastar por encima de posibilidades, tratar de demostrar a nuestros hijos que les damos lo que piden porque ellos lo merecen, sabiendo que habrá que pagarlo a plazos porque es demasiado.

No sé, después de tanta línea, no encuentro ese verdadero sentido.

Cantar en el árbol canciones de siempre. Esos villancicos que cantábamos de niños que incluso conocen ahora nuestros hijos. Poner el belén, las figuritas, y contar a nuestros hijos historias sobre un niño que vino al mundo a salvar las almas de quienes llenos de pecados no podían entrar en el reino de los cielos.
Ir a misa de Gallo o dar dinero a los niños pobres, ingresando un tanto en una ONG o en el cepillo de la parroquia.
Ni siquiera eso me convence, a estas alturas de la película.

No, definitivamente, no veo yo hoy en día ese verdadero sentido de la Navidad, ni en anuncios de la tele, por mucho que te entren ganas de llorar, porque llega el turrón por Navidad, ni en las luces de colores, ni en los belenes organizados, ni en el Papá Noel disfrazado que recoge cartas ni en los mil compromisos que ya ha generado la Navidad y eso que ni siquiera ha empezado.

Con el alma en los pies y el corazón encogido, reconozco que he perdido ese espíritu que antes me invitaba en creer en lo increíble o en olvidar todo lo malo en Navidad.
En pensar que todo al final merece la pena y que por la sonrisa plateada de mi hijo, hasta arriba de nieve en espuma y con churretes de chocolate en el pijama, tiene sentido hasta el vestido de terciopelo desempolvado que seguro que este año, con tanto turrón desde noviembre, no me sirve ya.
Quizá por una vez, empiezo a encontrar un sentido.

Por su carita de ilusión, tiene sentido el derroche, el cansancio, la estupidez humana, la hipocresía en las reuniones con sonrisa de anuncio. Tiene sentido estar en una cola para comerse un bocata de calamares, que cada vez saben más a chicle.
La sonrisa de un niño, el regalo escondido debajo de la cama que aparece por casualidad, una noche de emoción porque Papa Noel caerá por la chimenea con un saco lleno de regalos. Una función en el cole comprobando que tu hijo se equivoca en la letra y es el que se cae con la túnica de rey mago porque no le hiciste bien el bajo.
Hacer polvorones con un pequeño chef con delantal que ha puesto de harina perdido hasta el suelo del salón. Poner los Playmovil en moto en el belén en lugar de la señora esa que esta tan triste al lado de un niño feísimo. Ver a alguien que no esperabas, después de mucho tiempo. Sentarse en el sillón con pijama y una mantita para ver una peli de esas que te hacen llorar solo en Navidad.

Tonterías sin importancia que apenas valen dinero, que no obligan a ponerse los zapatos de charol ni a aguantar al cuñado pesado o las batallitas del abuelo.

Supongo que eso se parece un poco más a ese sentido auténtico de la Navidad.

Por eso, voto este año por una Navidad alternativa, más baratita, con menos compromisos que sean eso, sólo compromisos, con menos regalos que sean más caros y pretendamos con ellos comprar algún tipo de cariño, como si eso fuera posible. Una Navidad sin hipocresía, sin miedos fundados tan sólo en guardar las apariencias, en quedar bien con la familia o los amigos.

Voto por pensar más en la ilusión, en los sueños que se van cumpliendo y los que están por cumplir. Por jugar más con nuestros hijos en lugar de comprarles muchos juguetes. En ser sinceros y conscientes de que a todo el mundo no le puedes caer bien y ellos a ti por mucho que un señor de barbas te recuerde, que es mejor perdonarlo y olvidarlo todo en estas fechas.

Una Navidad con un calendario vacío. Con más tiempo para ponerse las zapatillas de pana y mirar por la ventana la nieve caer, el belén del barrio o las luces del año pasado en un arbolito que está que se cae pero tanta ilusión le hace a tu hijo.
Una Navidad con más besos y abrazos, con buenas noticias y buenos deseos para todos.

Una Navidad de crisis que nos invite a pensar, que a veces, hasta las vacas flacas, pueden ser por algo, aunque sólo sean para recordarnos qué es lo verdaderamente importante, y que no es precisamente lo más caro, lo más bueno o lo más opulento, por eso, porque es Navidad.

FELIZ NAVIDAD ALTERNATIVA A TODOS.
AZARIA, DICIEMBRE 2010.

HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...