martes, 10 de marzo de 2009

LA CAJA DE LOS SUEÑOS IMPOSIBLES

Ayer, sentada en el pollete del jardín, mientras mi hijo, aún con una infección de oídos, se empeñaba en meter un camión en la fuente pequeña que tenemos, recordé un sueño de esos que son imposibles.

Uno de esos sueños que se sueñan desde que eres pequeña, que se guardan en una caja de galletas de cartón o latón antigua, y se esconden en la tierra de un jardín que casi nunca es tuyo, pero que sueles frecuentar de vez en cuando, porque no vives allí, pero ciertamente, te gustaría mucho haber vivido.

El jardín donde yo escondí mi caja de latón, donde guardé todos esos sueños que quería que se hicieran realidad cuando fuera mayor, (cuando fuera ya una mujer hecha y derecha, como me decían mis mayores), está lejos de aquí, en un pequeño pueblecito, donde mis abuelos paternos tenían una casa de verano.

Era una casa solariega, regia, pero rota por todas partes. Enferma, deteriorada, pero señora de sus paredes. Aunque los muebles estaban desvencijados, las grietas recorrían las habitaciones, como surcos y arrugas hechas a fuerza de golpes, de lo vivido, de lo aprendido y de la historia familiar. Para mi era la casa de mis sueños.

Tenía una cocina antigua, con un fuego vivo y una cazuela colgando del techo, donde mis hermanos y yo jugábamos, cuando nos escapábamos de los mayores, porque estaban muy ocupados con sus cosas, y conseguíamos saltar el cerco de la Abuela Flora, atrincherada en la cocina, haciendo esos guisos que siempre nos gustaban tanto.

La otra cocina, la cocina antigua, estaba en el salón, en un frío cuarto que daba a la entrada de la casa, muy cerca de una ventanita donde se veía a las visitas subir cuando llamaban a la puerta.

Esa casa mágica y maravillosa, es el testigo vivo de mis sueños de niña, el guardián del tesoro que esconde mis sueños imposibles en una caja de latón que enterré en el jardín, con apenas siete años. Cuando empecé a soñar con ser mayor, con hacer algo grande en mi vida, con dejar algo para la eternidad.

Muy culpable de mis sueños de niña, sin que él pueda sospecharlo siquiera (tan empeñado sigue todavía en hacer de mi una mujer de provecho), fue mi padre y sus historias a la luz de la Luna, mirando las estrellas, que desde la casa de Brihuega, se veían más brillantes, más cercanas, casi, casi al alcance de la mano.

Tumbados en las tumbonas de la huerta, (como llamaban los mayores al jardín de la casa, sin que pudiéramos entenderlo pues hortalizas nunca hubo) mi padre nos contaba historias lejanas a mis hermanos y a mi.

Yo, cuentista desde que me alcanza la memoria, soñaba con volar hasta el cielo, y dejar mi luz en una de esas estrellas, para que alguien pudiera un día verlas, y recordar lo que fueron sus sueños y lo cerca que pueden parecer a veces alcanzarlos.

Muchas veces nos quedábamos un rato más, cuando los demás se iban a dormir, en la huerta o en la ventana del salón de casa, mi hermano pequeño y yo. Casi siempre empezábamos por contarnos nuestras aventuras, a compartir lo que éramos y siempre acabábamos por soñar despiertos, en voz alta. Soñabamos sobre lo que haríamos cuando pudieramos escaparnos de casa y volar por nuestra cuenta, en la dorada época esa de ser mayores, que era lo que todos los niños de nuestra generación, queríamos ser siempre.

Mi hermano quería correr veloz con una moto grande y roja, como la que había visto por el barrio a un vecino. Quería que viviéramos todos juntos, en casas que estuvieran muy cerca, con nuestros hijos y familia cuando fuéramos mayores. Quería llegar a hacerse famoso con algún inventillo de los suyos.

Yo quería ser una científica y descubrir un remedio infalible contra el cáncer. También quería tener muchos hijos y una casa grande, un chalet, muy cerca de mis hermanos, el mismo que muchas veces hacían mis hermanos con las contrucciones que teníamos y que mi padre también soñaba con construir para nosotros.

Muchos sueños heredados y otros muchos que no nos atrevíamos a confesar, se quedaron colgando del cielo en aquellas noches estrelladas que nos quedábamos un rato más, aquellos dos niños que ahora pasan ya de los treinta, para soñar despiertos, ya que la noche, vestida con sus mejores galas en días claros, es propicia a esa clase de locuras.

Ayer, sentada en el jardín de mi casa, la casa de mis sueños, aquellos que sí se hicieron realidad, como el niño que corre por ellos o el marido que me llamó por teléfono a ver que tal seguía del catarro, pensé en cuántos sueños imposibles, quedarían aún en aquella caja enterrada en el jardin de Brihuega. Caja, que nunca enseñé a nadie, que no compartí siquiera con mi hermano pequeño, porque expresé en bajo, mientras mi padre nos contaba los suyos, en la tumbonas de la huerta.

Pensé y me atreví a volver a soñar, con ese sueño tan grande, tan dificil, casi imposible, que tiene que ver con las estrellas, con los Dioses, con todo aquello que consigue nuestro esfuerzo pero que necesita el aliento divino, el empuje del Dios Eólo, la fuerza del Cosmos y el Destino, que reserva tan sólo a sus hijos predilectos privilegio tan regio, tan preciado regalo es.

Tan sólo unos pocos son merecedores de tan alto presente, y yo no soy uno de ellos, concluí mirando como un pajarito claudicaba y se marchaba volando. Llevaba un rato tratando de acercarse a las migas del bocadillo que había dejado mi hijo caídas en el suelo de terrazo del balcón que conduce al jardín.

Somos tan pequeños, y a veces tan osados, me dijo una mariquita que se me subía a la pierna por error, y no sabía cómo encontrar el camino de vuelta. Inconscientemente, había querido subir el monte Everest y ahora casi se arrepentía de no poder hacerlo sola.

La atrapé en mi rodilla, y cariñosamente la deposité con mi mano en el suelo y huyó lo más rápido que pudo. Supongo que los Dioses de vez en cuando nos tienen una mano y nos sacan de todos esos embolados donde nos metemos sin querer, tan sólo por osadía.

Quizá por eso, enterramos esos sueños de grandeza en una caja vieja, ponemos tierra encima, de un jardín lejos de casa, y seguimos viviendo como si no existieran, como si fueran tan sólo la osadía de una niña pequeña, que sueña con ser mayor.

Ahora que ya soy mayor, ahora que me quedo dormida y no tengo mucho tiempo para mirar estrellas o soñar despierta, he recordado uno de esos sueños olvidados e imposibles, que nunca conté y que solo los Dioses conocen.

Mirando hacia lo alto de la montaña que rodea mi casa, pensando en que la morada de los Dioses debe estar siempre muy cerca del cielo, les he pedido una oportunidad, me he atrevido a recordar dónde escondí esa caja y poder ir a rescatarla.

Me han contestado que no me equivoco, que, en medio de la rutina, del mundo de los mayores y de la realidad, hay que recuperar parte del pasado y de los sueños imposibles, para seguir vivo, para seguir siendo niño, para recobrar la ilusión y poder seguir adelante.

Me han pedido que vaya a buscarla, que corra a desenterrarla, y sobre todo, que escriba, que siga escribiendo cuentos, que siga soñando a la luz de la Luna con una historia que poder dejar a nuestros hijos...

HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...