Todos los días, en cuanto da la una y media en el reloj del salón, me levanto de mi ordenador, demasiado caliente, después de toda una mañana trabajando. Me pongo las botas, las cómodas, esas que no me hacen daño de lo viejas que están. Me peino, cojo el abrigo, las llaves y el móvil y abro la puerta de casa, camino del pueblo.
No pongo la alarma (aunque mi marido si se entera me echaría la bronca) porque entre mis problemas para activarla y luego reconciliarme con ella y que no estoy fuera mucho tiempo, pues eso, que he convenido en dejarla descansar y que vaya a su bola, que luego, sino se enfada conmigo y salta a la primera de cambio.
Cerrando la puerta, me pongo las gafas de sol estos días, más que nada para animarme a mi misma, pues así me creo la ilusión de que los tiempos aquellos de mal tiempo, acabarán de una vez por todas.
Vana ilusión, aunque harta estoy de enfundarme en el abrigo, con el polar debajo, las botas de nieve y los guantes, lo cierto es que los lugareños saben que al menos una nevada queda, vaya que si queda.
Parto calle arriba hacia La Tejera, una de las arterias principales de San Rafael. Si enfilas la calle hasta arriba, te encuentras con la Nacional, y de ahí al colegio de mi hijo, dos kilómetros te esperan de camiones, jaleo, ruido ensordecedor, que contrasta exponencialmente, con esa tranquilidad que reina en tu urbanización, en la falda de la montaña, donde las vacas pastan ajenas a todo, incluso unas de otras, que ni se miran siquiera.
Hay días, que pàsear por una de las orillas de la carretera, viendo los camiones pasar y entreteniéndote en las casitas que adornan su serpenteante forma, consigues incluso perder la noción del tiempo y del espacio. Incluso, hacerte a la idea de que estás en el campo y que no hay ruido.
Otras, sin embargo, como hoy, o te subes a la calle paralela, o te tiras de bruces a un camión cisterna, presa de la desesperación.
A pocos pasos de la Nacional, y subiendo un poco de cuesta (o bastante, según y quién lo mire), el panorama no tiene nada que ver con el mundanal ruido, con el peso de la civilización occidental y su legado de historia, capitalista y basada en el poderío del vil metal, que impregna tus sensaciones anteriores, allá en la carretera principal.
A escasos pasos, se respira aroma de pueblo, a vaca, a leña, apilada en la puerta de las casas. Se ven las enredaderas calvas, las hojas caídas en el suelo, cubriendo con su manto las mansiones abandonadas que quedan, y muchas además. Se intuye la pobreza de la mano y al lado de una insultante riqueza, en los palacetes serranos que esculpen el paisaje montañés, recordándonos que si el cielo es de todos, desde luego la tierra no lo es.
Me descubro con las manos en los bolsillos vacíos, tocando con las yemas de mis dedos el móvil, que sólo si suena, me devolverá a la realidad. Eterna, vacía y a la vez llena de sensaciones aparentemente irreconciliables. La vida que quería tener, en contraste con la dureza de esa vida, expuestos como estamos a las inclemencias del tiempo, a la ignorancia de la civilización emergente y los grandes progresos para el futuro. La fragilidad del campo, la sencillez de lo consabido y lo de siempre. La vida basada en el autoabastecimiento, en calentarse ante el fuego o salir a por huevos al corral, a dos pasos del supermercado con los precios más competitivos, que pone en tus manos media docena, por apenas un euro.
Miseria en lugar de abundancia, depresión permanente que no entiende de globalización ni crisis mundial, y sí de trabajar de sol a sol para encontrar el sustento y la paz amparados todos juntos a la lumbre del fuego y sin poner la televisión.
Un viaje en el tiempo, al pasado, por descontado, pienso recordando cuando hace largos años, fui a Estados Unidos y me pareció que se pueden hacer viajes en el espacio y también en el tiempo, pues había llegado al futuro, a lo que nos esperaba a los pobres Occidentales dentro de unos años.
No me equivoqué entonces, y hoy, paseando por el pueblo, también creí pasear, si no fuera por los coches o las antenas de las casas, por el siglo pasado o quién sabe si algunos siglos más.
En mitad del paseo, olvidando que seguramente mi hijo me esperaba con su cartera a la puerta del cole, de la mano de Isabel, su profesora, miré al cielo, y un águila majestuosa planeaba cerca de donde yo me entretenía en mirar.
No sabía, porque no se estudia en la universidad, a distinguir un águila de un cernícalo, o de un pájaro muy grande, si la que hoy planeaba por el pueblo, era un águila real, su hermana o una pariente pobre. Pero, lo que sí me resultó un buen presagio digno de figurar en mi blog de hoy, fue el vuelo tan majestuoso con el que me obsequió, deteniéndose en girar en redondo justo encima de donde yo me había parado a ver su bello perfil.
En una última pasada, sentí que se despedía de mi, emprendiendo el vuelo, muy lejos de mi pobre realidad, en medio de la nada, o del centro del universo, según se mire.
Me acordé entonces de que el Divino César,ya puso en el escudo del Imperio al águila imperial por algo, pues consideraba un buen presagio el encontrar en sus paseos, para pensar en nuevas estrategias a seguir, un águila que acercara el vuelo a sus pasos, y se obsequiara con sus maravillas. Era considerado en la República y para los sacerdotes, un buen augurio para futuros cercanos y acometidas diversas. Anunciaba que, los dioses aprobaban y concedían secretos ocultos.
En semejante devaneo me hallaba, y tratando de imaginar qué quería decirme aquella visión, cuando mis pasos llegaron a la verja del colegio, donde las madres, abuelas, papás estresados y profes aliviados, repartían a cada cual y por tiempo indefinido (pues hoy empiezan las vacaciones de semana santa) a los niños, que como caballos desbocados salían por todas partes.
Mi hijo me esperaba sentadito en su silla en la clase. La profa recogía las sillas y se lo había metido dentro porque su mamá llegaba tarde.
Al verme, su sonrisa iluminó toda el aula y también mi corazón, que ocupado en otros menesteres, por unas horas, había olvidado qué es realmente lo importante y lo que da sentido a todo en mi vida....
A LOS CUARENTA DESCUBRES QUE YA NO ERES JÓVEN, QUE EMPIEZA EL DECLIVE Y QUE QUEDAN POCAS AVENTURAS POR VIVIR. YO HE QUERIDO ENGAÑAR AL TIEMPO,SIN CIRUJIAS O MAQUILLAJES. TRATANDO DE VIVIR, DE OTRA MANERA...
viernes, 3 de abril de 2009
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HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...
QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...