jueves, 29 de diciembre de 2011

Santa Claus is coming to town



Me ha invitado Tio Eugenio, con su blog y su entusiamo contagioso, a participar en un reto que a mi siempre me parece apasionante. El hecho de que alguien plantee un tema y te obligue a escribir, por no quedar mal o porque te pica el gusanillo, no es algo baladí, y mucho menos si se trata de un tema navideño.

Vamos que a mi me encanta. Y si bien es cierto que tengo poco tiempo, y que encima tengo que parar mil veces y pierdo el hilo de lo que escribo, porque un pequeño mostruito de ojos claros me reclama desde su cuna, no he querido dejar pasar esta oportunidad y recojo el guante.
Así, que Maestro, tomo la alternativa y me lanzo al toro...

Tengo que contar tres cosas que me gusten y otras tres que no me gusten de estas entrañables fechas. Se me ocurre a bote pronto que son días en los que el tiempo no sólo el pasa volando, que podía ser una de esas cosas que no me gustan, sino que parece adquirir su importancia tan sólo por colorearse de rojo en los calendarios durante casi tres semanas, porque no hay colegio o la gente trata de estar de vacaciones.

Sé que siempre peco de incoherente, pero, paradójicamente es la primera cosa que sí me gusta, eso de que se sean días señalados, pues de hecho me impulsa a colorear de otro tono estos días nada más comprarme la agenda que cae cada año para Reyes y que últimamente ilustra a todo color la fotógrafa Anne Geddes,

Lo hago porque quiero creerme que es un periodo mágico, querido lector, eso de inventarse un tiempo de paz y felicidad en medio de la mediocridad, del ruido y la materialidad de nuestra era. Un hecho que nos ennoblece y nos convierte en buenas personas, buscando siempre en creernos que todo es posible y que los demás, como nosotros mismos, en el fondo, tenemos buenas intenciones y deseamos a la humanidad lo mejor.

Pero, como no podía ser de otra manera, porque humanos somos, en la mayoría de los casos, se convierte un poco en luz de gas.
Quizá porque nosotros, faltos de recursos o buen gusto, convertimos la Navidad en un reducto de paz familiar que en la mayoría de los casos ni nos convence, porque en el fondo y la superficie, sabemos que es una falacia.

Porque ¿en qué cabeza cabe que en estas ilustres fechas se reuna alrededor de una mesa a toda la familia, incluyendo al primo de Cuenca?. ¿En qué cabeza bien amueblada cabe el llevarse a los niños, primos, sobrinos, amiguitos y demás animales, al circo o a ver las iluminaciones, a tomar chocolate con churros o a aporrear una pandereta en la puerta de los vecinos, así todos juntos, sin distinguir sexo o edad?.¿Y en enfundarse una y otra vez en un vestido de fiesta y pasarse la noche y el día siguiente comiendo y bebiendo, bailando hasta casi la extenuación para convencernos de que el fin de año hay que celebrarlo por todo lo alto o si no al año siguiente lo pagaremos con la peor de las suertes?.

Por mucho que estudio la naturaleza humana y sobre todo su devenir en la Historia, no alcanzo a comprender la mayoría de los desatinos que cometemos una y otra vez en cada época del año.

Pues es algo universal, con sus toques de masoquismo, especialmente entre la especie autóctona, que lejos de atrevernos a hacer un viaje a las Bermudas, por ejemplo o un crucero por el Báltico como sería de recibo, nos empeñamos en planear un tiempo de reencuentros familiares que casi siempre acaban en tragedias.

Nos empeñamos en reunirnos todos, sin que falte nadie, en la casa de una pobre sufridora, que el cielo se gana esa noche, preparando toda clase de viandas y parabienes, que no sólo incrementan en una cuarta nuestras nutridas cinturas, sino que provocan más de una indigestión.

Enfundados con el traje del año pasado con las costuras a reventar, nos acercamos al timbre, con la bolsa de regalos y la sonrisa pintada de carmín, que decía el bueno de Perales. La anfitriona nos abre la puerta con el moño ya torcido pues el sobrinito la ha dado un mamporro con el mando de la Wii, mientras daba a la pelota y se ha cargado en un momento los cien euros de peluquería. Con cara de asco, al ver que incrementamos sus mostruitos en dos más, nos invita a pasar.

Siempre, en los sillones del salón, ocupando el mejor sitio, está esa suegra que no soportas o la cuñadita contando sus grandezas, por no contar con el cretino del primo lejano, al que arrearías un buen porrazo con la barra del turrón duro, que al verte, te besa sonoramente.

Con una sonrisa, en los postres, y sin dejar de preguntarte qué has hecho tú para merecer esto, le alargas ese premio a sus impertinencias con un regalito. Por lo bajo, cuando tu marido, que lucha a brazo partido para que los niños no tiren abajo el árbol, le aclaras que es del todo a dos euros envuelto con papel celofán con lazo y todo. Seguramente no dará el pego más que un segundo, porque ya su mujer está cuchicheando con tu cuñada, que eres de lo más agarrada, pues en el chino de abajo cuesta menos todavía.

En fin, querido lector, esa es la segunda cosa que no me gusta de la Navidad. Lo que hemos transformado los humanos este tiempo entrañable lleno de magia, para ponernos todavía más enfadados con nosotros mismos.

Me encanta que todavía queden familias que saben encontrar ese espíritu Navideño, que se reunan todos sin discutir y que pidan sillas a los vecinos y cierren la puerta de la casa a cal y canto, porque sino no caben en la mesa. Aquellos a quienes les sirven hasta los regalitos de los chinos para sacarles una sonrisa, a quienes saben ser como niños y disfrutan con ellos en la cabalgata de los Reyes, en el Cortilandia y en el cine, viendo una consabida peli de Santa Claus.

Por aquellos que saben encontrar en la Navidad un tiempo de alegría y de reconciliación familiar, yo adoro la Navidad y me reconcilio una y otra vez cada año con el género humano, con su capacidad para sorprenderme y sobre todo para generar ilusión.

Y aquí entra la tercera cosa que no me gusta de la Navidad, que es precisamente no ser yo o mis encuentros familiares ese ejemplo a seguir que ya hemos visto en las películas. Que por cuatro tonterías, una discusión familiar, un fastidioso encuentro o por gastar demasiado y que la cuesta de enero suponga más de un problema, no pueda recordar este periodo como algo más que un tiempo de comilonas que luego pagamos en el gimnasio o con recoger la casa de espumillones y llevar a rastras a un niño de vuelta al cole, cuando ya se creía que se había acabado el cole para siempre y todo iban a ser regalos.

Crear magia, inventarse la ilusión de que todo es posible estos días, reconciliarse con la humanidad y tener fuerzas hasta para creer que Papá Noel sabe si te portas bien para traerte todo eso que deseas es lo que más desearía creer en Navidad. Un tiempo mágico, especial, que los humanos necesitamos después de un año de penurias y cansado caminar sin rumbo, para seguir creyendo en algo, aunque sea en esa estrella que iluminará nuestro camino hacia la esperanza.
Eso debiera ser la Navidad y eso es lo que me encanta de ella.

...el problema es que al levantarse, a menudo con resaca o vomitando los excesos, caemos en la cuenta de la realidad supera la ficción, y que o bien vemos otra vez la mítica película de Qué bello es vivir, por enésima vez, o olvidaremos enseguida que es Navidad y que los buenos propósitos no son más que eso, propósitos.

En cuanto a pasarle el testigo a otro blog, siento comunicar a mis lectores más fieles que pocos blog sigo yo en este momento de mi vida en el que no sigo más que el llanto de mi nene cuando se acerca a mi oídos mientras limpio el desastre que el otro me ha dejado después de jugar con los juguetes que le ha dejado el bueno de Papá Noel.

No quiero desaprovechar la oportunidad para recordar que si bien Santa seguramente no viene a la ciudad, bien me gustaría creer que este año va a traernos un poco de prosperidad, esperanza y sobre todo fé para creer que las cosas van a cambiar para mejor, después de estos años de crisis y desesperanza. Tengo la certeza de que eso debiera ser este año la Navidad, por mucho que haya caído ya en las trampas que cada año me atrapan sin que pueda evitarlo.

Tras las celebraciones, el turrón, la cartilla de ahorros con telarañas y el ánimo de ver a los primos y sobrinos más mermado que el año pasado si cabe, os deseo a todos que las estrellas y las campanas que iluminan hoy las calles de nuestras ciudades y pueblos que tanto nos gustan, iluminen nuestro ánimo y nos impulsen a creer que aunque no lo parezca: lo mejor está siempre por llegar.

¡¡¡¡Feliz Navidad a todos!!!!

lunes, 19 de septiembre de 2011

Qué será de los pensamientos...


Caminando entre las hojas caídas, que ya en Septiembre, en los albores del otoño, van alfombrando el suelo, he pensado esta mañana de vuelta a casa, en una historia genial para un libro fantástico.

Me he encontrado después con Yolanda, la vecina de al lado, he cruzado con ella unas palabras para ponernos de acuerdo sobre quién irá a por los niños al colegio y luego con otra vecina que hacía tiempo no veía. Ha parado el coche y se ha acercado a ver al niño que, dormido, asomaba su cabecita por la mochila donde le llevaba colgando. Hemos cumplido con el formulario básico, dicho lo mismo de siempre: "que ya quedaremos, que no nos vemos y eso que vivimos puerta con puerta. Que queda un café pendiente para otra ocasión, pues hoy era tarde y no había mucho tiempo".

Seguro que a ambas nos ha parecido un poco absurdo esta forma de hipocresía social. La última vez que lo dijimos la excusa era mi embarazo y hoy lo es tener un bebé de casi cinco meses llorando por las esquinas y la casa hecha un desastre.
¿A dónde iría esa invitación que ambas hemos hecho y no cumpliremos?.

Luego, he hablado con mi madre por teléfono y también hemos prometido que un día iríamos al cine, a ver esa película que quitarán antes de que tengamos tiempo de dejar a los niños con alguien y de encontrar un hueco para quedar como antes. Ambas sabemos que seguramente ese propósito irá a alguna parte, pero desde luego, no se hará realidad.

Después de recoger la casa, pensar en qué hago de comer y recoger todo lo que estaba a mi alcance, he respondido unos cuantos emails, he mirado algunos correos y ofertas de trabajo que no conseguiré y he discutido con Antonio por teléfono porque no tenemos dinero ya para pagar todas las facturas y eso que no ha pasado mucho de mediados de mes.
Y me ha dado por pensar, al colgar, ¿a dónde iría esa discusión?. A dónde irían los propósitos de gastar menos, intentar ahorrar algo para comprar un cajetín para la chimenea o arreglar la puerta del baño, si de sobra sabía que al final, todo eran eso, propósitos que desaparecerán.

Cuando me he querido dar cuenta y he buscado en mi memoria, no he podido encontrar nada coherente. Mi idea genial de esta mañana se ha perdido en el marasmo de realidad que he vivido en apenas unas horas y no he sabido recuperarla.

Ya no podía recordar a la hora del té de las once a dónde había ido aquella historia, ni siquiera dónde estaría alojada en mi mente a unas horas de haber nacido. Y sin saber muy bien por qué, la he echado de menos.

Me ha dado por pensar, con una manzana en la boca, mientras Daniel dormía agotado en su cuna, después de un buen rato berreando, ¿a dónde irían sus berreos, nuestras noches sin dormir, cada nueva jornada que se repite en el tiempo y parece asimilarse a una sola?. ¿A dónde va la hipocresía social, el qué dirán de nosotros, las sensaciones vividas, el tiempo pasado?.
¿A dónde irían los pensamientos, las creaciones matutinas y las ideas geniales que no salieron del cerebro, que acabaron olvidadas en algún armario del alma o en desvanes escondidos de nuestro propio cerebro?.

¿A dónde van todos los besos que les he dado a mis hijos, las cartas de amor, las palabras que se llevó el viento pero pronunciamos y creímos ciertas?. ¿A dónde va la esperanza, los sueños que no se hicieron realidad, los anhelos?. ¿A dónde va la añoranza por el pasado perdido, la nostalgia que sentimos por personas queridas que se fueron?.
¿¿¿A dónde van los pensamientos???.

¿Qué será de nosotros sin ellos, cuando los hayamos olvidado todos, cuando se acaba nuestra vida y nos quede un minuto para pensar en ellos?.
¿Se agolparan en la puerta del alma cuando el alma se marche de nuestro cuerpo?.
¿Surgiran de la nada como si fueran nuevos y volverán a ser posibles en nuestra memoria al menos por otro momento?.

¿Alcanzarán su importancia y parecerán originales?. ¿O creeremos que todo al fin y al cabo ya estaba pensado y vuelve a repetirse para convencernos de que no hay nada de verdad que hayamos inventado nosotros, pues todo en el fondo es algo que hemos oído, recordado o hablado y habiendo caído en el olvido ha quedado en un reducto del cerebro y por algo ha salido a la superfice como si fuera nuevo?.

No sé por qué desvarío hoy sobre qué será de los pensamientos.

Supongo que me gustaría que todo este tiempo perdido, desperdiciado en cambiar los pañales a un niño o cuidarle de noche para que vuelva a dormirse o jugar con él diciendo tonterías para que se ría un poquito, hayara su eco en la estrellas.

Me gustaría que toda esa rutina, días que parecen exentos de sentido, pero que llenan más de tres cuartos de la vida de los humanos, se guardaran en un tarro que un día alguien se molestara en desenroscar, para olerlo y saborear con él un café que recordara siempre.
Que ese vivir con el piloto automático puesto, sin crear, sin hacer algo de relevancia quedaran impresos en el registro arqueológico, para que un dia, dentro de millones de años, fueran la cueva de Atapuerca donde buscamos hoy el significado perdido de nuestro propio origen.

¡¡Qué cosas piensas, amiga, cuando el cerebro dormita sobre las teclas del ordenador en lugar de en una buena cama, como Dios manda!!.

No me he dado por vencida.
He pensado en coger una caja vacía y llenarla de pensamientos. Buscar un sitio en la montaña que corona nuestro paisaje, a donde nos aventuramos con los niños a buscar piñas y leña para la chimenea en invierno, y enterrarla allí mismo.
Voy a meter un papel que ponga que iré al cine la semana que viene.
La otra será una grabación de los berreos de Daniel y un dibujo de los que hacía mi hijo cuando era pequeño.
Voy a meter una hoja del suelo alfombrado con una pisada de Miguel y sus pies pequeños. Y en otra las notas de esa novela que nunca escribí porque me daba pereza o no encontraba el momento.
Meteré también una nota de esas que nos escribíamos Antonio y yo con cualquier excusa cuando todavía éramos sólo dos.

Quizá si un día, caminado por el bosque, si recuerdo dónde la escondí, desenterraré ese tesoro y todo alcanzará su sentido. Entenderé de su importancia y quizá pueda recuperar parte de lo que fui, con tan sólo tenerlos entre mis manos. Sabré entonces lo que fue de los pensamientos y de esa rutina que hoy parece casi inservible, una vez que haya pasado el tiempo.

martes, 23 de agosto de 2011

De canicas que acaban por aparecer y pájaros que cagan morado..

Me he despertado esta mañana con un ruido seco.
Ha sonado más bien a melón cayendo desde la mesa de la cocina al suelo para romperse al menos en dos mitades. Luego ha seguido un aullido leve y prolongado que ha terminado con un me cago en el puto desorden, esto no hay quien lo aguante.

Me he levantado sin gafas y he salido al borde de la escalera. Entre tinieblas he adivinado a Antonio a mitad de camino por los escalones. Se había caído de culo.
-¿A que no adivinas dónde estaba la caniquita del niño, esa que no encontrábamos?.

Estaba claro que todo acaba por aparecer, por mucho que los duendes lo requisen. No siempre en los lugares más convenientes. Si bien estaba claro que la encontraría mi querido esposo, que es especialista en esta clase de prendas, lo que no estaba tan claro es que rodaría escaleras abajo.

Le he agarrado y ayudado a sentarse en una silla que inexplicablemente estaba vacía. No tenía ni ropa tendida y medio mojada porque ayer llovió, ni los pantalones de Miguel tirados, ni siquiera el ordenador medio abierto, como acostumbra a soportar.

Antonio gemía de dolor, pero sobre todo juraba en arameo las mismas cosas de siempre. Que así no se puede vivir, que no entiende el desorden y que tarde o temprano tendremos que enfrentarnos con la realidad...

Yo no le oigo ya, o mejor dicho, no le escucho. He ido arriba descalza a por mis gafas, agarrada a las paredes de la escalera para no caerme yo también.
Las he buscado en la mesilla pero no están, y luego a tientas por el suelo, con miedo a que Daniel se despierte en su cunita y se ponga a berrear.
Con ellas puestas y ya a cuatro patas he buscado mis zapatillas y algo que echarme encima. Hace fresco a las seis de la mañana en la sierra, aunque todas las ventanas están cerradas.

Daniel me ha escuchado. Especialmente porque me he chocado de bruces con su cuna.
Ayer Antonio estuvo meciéndole a las tantas y no ha dejado en su sitio la cunita, asi que claro, entre las sombras he tropezado con él.

Berrea vigorosamente. Quiere el biberón, que si hubiera estado lleno y en su sitio, seguramente se lo habría tomado sin rechistar. Pero, efectivamente, no está ni en su sitio ni lleno, así que, ya sé lo que me toca.

Mientras berrea a lo bestia, me llama Antonio desde abajo preguntándome por el lilimento de la espalda y Miguel gime que en esta casa no puede dormir. No contesto ni a uno ni a otro y me concentro en la búsqueda de la leche de Daniel y la botella de su agua, que ni que fuera el Santo Grial.

No está en la mesilla ni en el cuarto de invitados ni en el despacho, donde a veces la pone Antonio para prepararla a las tres de la mañana.
Me bajo abajo para descubrir que inexplicablemente está en la repisa del baño y que la botella está vacía.
Encomendándome a los dioses porque Daniel y sus berridos van a despertar a los vecinos de al lado, que duermen justo pegados a su cuna, busco en el garaje una garrafa de agua mineral, porque la otra se ha acabado.

Con la garrafa en la mano, Miguel se ha presentado en la cocina sin pantalones y descalzo. Tiene fiebre y dice que tiene mucha sed, que le de Acuarius.
Dado que su padre está liado con el armario del pasillo, derrotando a las medicinas a base de mamporros, mientras busca el Calmatel para darse unas friegas en las espalda, no tengo otra opción que ponérselo antes, escuchando un berreo insoportable.

Le doy el vaso y cojo los aperos para subir arriba a hacer el biberón.
Con el bote de leche, la garrafa y con el babero en los dientes subo por la escalera traqueteando.
Daniel parece que va a perder un pulmón de tanto gritar.

Busco un mesa para apoyar la garrafa y echar el agua en la botella más pequeña, y trato de hacerlo no sin derramar agua encima de los bodys limpios de Daniel.
Echo los polvos de la leche y cierro mal el biberón, porque entre las prisas y los alaridos de mi marido que se ha tirado el café ardiendo en un pie, no sé ni cómo consigo atinar con nada.

Miguel se rie abajo viendo a su padre en pleno ataque de nervios. Daniel sin embargo no tiene tal sentido del humor.
Le encajo la tetina en la boca, acallando el berrido estridente y alcanzando un segundo de calma. Segundo porque dura poco, pronto me doy cuenta de que la leche se está derramando más en las sábanitas del niño que en su propia boca y encima se está poniendo perdido porque he olvidado el babero no sé dónde.

-"Soy un desastre de madre", le confieso a Daniel que lejos de molestarse, está muerto de risa con la boca y el cuello lleno de leche.
No querrás creerlo, pero me paso el día recogiendo juguetes, limpiando y recogiendo los desastres de la casa. No lo parece, ¿verdad, enanito?. Más me valdría esparcir el polvo y las telarañas durante el día, como Lily Monster, para que hiciera todo juego en mi mansión tétrica.
Quizá así hasta pudiera presentarla a un concurso, pienso divertida, imaginando que por un momento fuera un mérito eso de tener una casa patas arriba en lugar de una tortura que todos padecemos, no precisamente en silencio.

Daniel se toma el biberón él solito. Mientras lo hace, recojo los Playmobil que ha dejado Miguel desperdigados por el suelo. Por lo visto estaban buceando por el mar, mientras el barco estaba anclado en la bahía de la alfombrilla del baño.

Antonio no encuentra su camisa planchada, sencillamente porque no las planché ayer.
-No tuve tiempo, cariño, me disculpo, recordando que tampoco hice la cena y que acabamos comiendo una pizza que calentó él mientras trataba de dormir a Daniel porque estaba imposible.

Sin atreverse ya a reprocharme nada, se pone una arrugada y el pantalón vaquero que se sostiene solo de pie. Yo, en compensación, tampoco le reprocho que haya dejado el baño hecho un desastre, pues bastante tenemos con sobrevivir.

Cuando se marcha, no sin darme un beso y diciéndome que no me preocupe, que todo esto es eventual y que ya aprenderemos a organizarnos, miro a mi alrededor con desolación comprimida.
No recuerdo el salón recogido o de qué cólor era el sillón cuando lo compramos.
No recuerdo la vida ordenada o por lo menos con todo en su sitio.
No recuerdo una mañana sin incidentes o el armario con los vestidos colgados, las camisas planchadas y los pantalones clasificados al menos por las estaciones del año.Quizá nunca lo estuvieron, quien sabe.

Si recuerdo un tiempo en el que todo era más fácil, o por lo menos lo parecía. Mañanas donde sonaba el despertador y te ibas a trabajar sin penar más que en el metro o en qué ibas a dar en tu clase de las nueve.
No había biberones que hacer, ni juguetes por el suelo. No había canicas ni coches decorando tu salón. Dormías de un tirón y limpiabas los sábados por la mañana, sobre las doce o la una, con el aspirador y el trapo del polvo por encima de la tele y los adornos.

No es que añore esos tiempos, ahora que me veo a través de los churretes del espejo en el baño o me escondo entre camisetas amplias y vestidos sueltos que sean sufriditos, para que no se vean las manchas de babas que me deja Daniel.
O quizá sí.

Sin embargo, no tengo mucho tiempo para reflexionar. El que tengo me hace falta para seguir adelante, derrotando a las manecillas del reloj.
A eso de las once, después de la pelea con el desayuno y las camas deshechas, cuando el sol parece asomar por la ventana, a aparecido por detrás un pequeño estratega lleno de churretes. Se ha agarrado a mis piernas y casi me hace caer.

Antes de que le regañe, me explica sus razones. Viene a que juguemos a algo con la caja mágica de la imaginación. Dice que Bob Esponja se lo pasa bomba con Patricio con esas cajas que apiladas en el garage no valen ya para nada.

Dejo los cacharros del desayuno y la cena de ayer en la pila para alcanzarle una de esas cajas de los pedidos de Carrefour. Con ella nos hemos sentado en el suelo y como no cabemos, la hemos puesto como un toldo sobre la cabeza.
Daniel desde su sillita, se parte de risa porque aparecemos y desaparecemos sin que pueda explicarse cómo lo hacemos.

Mi hijo mayor me explica que Daniel quiere entrar con nosotros y lo cojo en brazos.Los tres hemos empezado el camino hacia las estrellas en una nave espacial.
Lejos ha quedado el desorden, los juguetes desperdigados, la mesa a medio poner o el biberón sin terminar. Las camas hechas donde Miguel ha saltado hasta el techo, el polvo en las estanterías y los muslos de pollo que he dejado para que se descongelen en la encimera.

Miguel pilota la nave mientras su hermano nos deleita con una charla amena que no entienden más que los alienígenas que van pasando mientras surcamos el espacio del pasillo.
De pronto, desde las cristaleras del jardín hemos visto pasar un pájaro enorme que se ha posado encima de las sábanas limpias.
Miguel ha abierto la puerta y el pobre ha echado a volar.

-Hala mamá, ha cagado morado, me dice como si tal cosa. De sobra sabemos que cuando hay moras en el monte, son las sábanas las primeras en enterarse.

Cojo el teléfono, que ha sonado más de diez veces y no lo encontraba, riéndome a carcajadas. Es mi madre.

-¿Qué tal estáis?, me pregunta extrañada, pues hay un jolgorio a este lado del hilo que no entiende.
-Pues nada, por aquí en la casa Monster, navegando entre el polvo y el desorden. Con todo patas arriba.

Mi madre se queda callada, pensando seguramente que me entiende muy bien.Que todavía recuerda aquellos tiempos en que era ella Lily Monster y nosotros sus mostruitos.

-Pero, te veo contenta, me dice extrañada, pues normalmente no es así como contesto.
-¿Qué quieres, madre?, o me asimilo al entorno o me vuelvo loca. Y yo, como tú he acabado por comprender, que no me queda otra. Por eso me río.
-¿Por eso?.
-Por eso, por las canicas que siempre acaban por aparecer y porque hemos descubierto que los pájaros cagan morado...




jueves, 18 de agosto de 2011

El eco de los Templarios.

Juana miró hacia la lejanía con la mirada melancólica.
Sus informadores le habían dicho que su las huestes de su hermano Rodrigo se acercaban al galope por lontananza. Se dirigían sin duda hacia el castillo donde ella aguardaba serena.
Sabía que venía a reclamar sus derechos de sucesión y que no escatimaría en prendas contra ella con tal de que volviera a ser suyo.

No es que estuviera excesivamente preocupada. Confiaba en sus caballeros, el castillo tenía sólidas resistencias y las almenas podían albergar lo menos dos centenas de lanceros. Por si eso fuera poco, tenía el beneplácito de los Reyes y el apoyo incondicional de los señores de Castilla.
El origen de su preocupación era más bien una cuestión de conocimiento de su propio hermano. Su carácter y sobre todo de tozudez, le eran de sobra conocidos. Rodrigo no se rendiría, no acataría órdenes de nadie, ni siquiera de a quienes había prometido rendir vasallaje.

Por sus venas corría ese tipo de sangre que ansía ser derramada por el honor y la gloria de quien sabiendo que la causa bien lo merece, es incapaz de serenar su cauce.
Era sangre templaria, o al menos eso le habían dicho su entendimiento y también sus pesquisas. Juana no había escatimado en medios con tal de entender a su hermano, pero no estaba del todo segura. Y si bien su fiel ayuda de cámara, Sancho, le había espiado, nunca había sabido con certeza si estaba en lo cierto.

Sancho la había informado de sus reuniones con cierta frecuencia. Rodrigo acudía siempre disfrazado, al amparo de las sombras y jamás hablaba con nadie de tales encuentros.
Si alguna vez ella le preguntó, su hermano había sabido responder con evasivas. Juergas entre compañeros, conspiraciones secretas para urdir algún plan de conquista o simples devaneos de caballeros, que no encontrando en sus esposas alivio, se lanzaban hacia barrios de fama probada con mujerzuelas ataviadas con picos pardos.

Juana no se engañaba. Si bien nunca pudo probarlo, su corazón le decía que su hermano pertenecía a una sociedad secreta. Alguna vez, siendo niña, recordaba haber oído alguna frase intrigante: Santo Grial, secreto escondido, Maese del Temple, cosas que no acababa de comprender porque sus mayores siempre decían que eran cosas prohibidas; pecado mortal.
Su padre una vez, cansado ya de su insistencia, quiso curarla de su delirio confesándole que el Rey no permitía ya semejante órden.

Estaba en lo cierto su progenitor. Prohibida desde antaño en Castilla, los monjes guerreros se habían desperdigado por la estepa si no habían acabado muertos.
Pero, Juana sospechaba que seguían existiendo en la sombra. Que aunque en las crónicas y manuscritos se insistía en que se habían disuelto, la órden del maese Rodrigo Yánez, que entregó el castillo donde vivían ahora su familia y descendientes, los nobles Osorio, no había desaparecido del todo.

Fue en el siglo XIV, un siglo antes de que Juana mirara aquel atardecer por la ventana, pero aún escuchaba el eco de aquellos lamentos.
Desde la ventana de la Torre del Homenaje, viendo la villa de Ponferrada apagar sus velas y empezar su jornada de sueño, escuchaba el susurro del viento, que aún lloraba la muerte de aquellos hombres santos que prefirieron morir que entregar su secreto.

Rodrigo Yánez le susurraba al oído que jamás se rendirían, que jamás aceptarían el chantaje de la iglesia y mucho menos de la mano ejecutora que sacaría provecho.
Juana apenas podía entender a qué se refería Rodrigo, que curiosamente, tenía el mismo nombre que su hermano.
Pero, sentía con violencia su tozudez, su insistencia. Intuía en su alma blanca y pura que nada era más importante que mantener un secreto, luchar por lo que se desea y morir si hace falta en el intento.
Era escalofriante recordar las palabras de su propio hermano.

Quizá su hermano no quería el castillo como ella suponía. Deseaba desentrañar un secreto, algo oculto, escondido, enterrado desde antaño para no ser descubierto.

Juana, que teniendo fama de bruja entre sus familiares, demasiado ciegos para comprender que una mujer también tenía la facultad de pensar con la cabeza, supuso, mirando el astro brillante claudicar a su suerte diaria, que su morada debía ser interesante en más de un sentido.
El lugar donde había nacido y crecido, corrido y jugado con su hermano, escondiéndose de sus mayores, albergaba algo más que viejos libros, vestiduras de Templario y la crónica de aquellos caballeros monjes. Aquellos muros descoloridos y fuertes, que habían soportado más de un asedio, escondían el eco de voces que había silenciado el tiempo, secretos que no debían ver la luz.

Quizá su hermano sí sabía de qué se trataba, o quizá todavía no, pero presuponía que era extremadamente importante.Quizá por ello se había enfrentado a reyes, a voluntades paternas e incluso a ella misma. Y necesitaba entrar en el castillo, recuperar su identidad perdida. Recuperar ese secreto le llevaría por el camino recto hasta conseguirlo.

Rodrigo no se detendría, no dejaría de luchar, no claudicaría hasta la muerte, resolvió viendo aparecer a los primeros caballos ondeando el pendón de su familia.

El capitan de la guardia estaba esperando a su espalda. Había olído su fuerte olor corporal antes de escuchar sus palabras.

-Milady, todo preparado. Esperando que dé la orden para prestar batalla.

Juana tragó saliva un segundo antes de darse la vuelta.
Incomprensiblemente no era capaz de pronunciar palabra.
El capitán iba a volver a hablar cuando Juana pronunció una frase incomprensible.
-No opongan resistencia. Que un emisario traiga a mi hermano al castillo para parlamentar.
-Pero, señora, ya hemos agotado todos los cauces diplomáticos, su hermano no querrá pactar nada más que la derrota incondicional del castillo.

Juana lo sabía de sobra, su hermano había querido siempre ese Santo Grial que por una razón u otra, creía emparedado entre los muros del castillo.
Ella nunca había buscado tan grande honor o tan osada prebenda, quizá su vida carecía de gran sentido por ello.
-Déjenle entrar, yo hablaré con él por última vez...

Las crónicas de la época, hablaron de un asedio que sin cobrarse víctimas, rindió el castillo de Juana de Osorio. En su lugar, su hermano Rodrigo ocupó la plaza durante meses.
Dicen que su victoria no tardó en vengarse. Los Reyes Católicos no pudieron permitir que su dueña legítima no cumpliera la voluntad de su verdadero señor y le fueran devueltos sus bienes, como Dios manda.
De Rodrigo nunca más se supo. Si acaso fue visto, en tierra Santa sería el sitio donde seguramente habría encontrado lo que había ansiado toda su vida. Su ansiado Santo Grial.

viernes, 5 de agosto de 2011

Conversaciones con el Tajo

Entre el cielo y el suelo, navegando con los veleros que surcan el Tajo y con la mente abstraída de todo, he aprendido a hacer un hueco al silencio. He aprendido a surcar los océanos con la mente, a caminar descalza por el césped o a escuchar la voz de mis adentros, sin escuchar las voces que a mi lado se hacen sordas y pequeñas,por mucho que me importen.

No tiene mucho mérito. Yo creo que es una habilidad que desarrollamos las madres por instinto. De otra manera, nos volveríamos locas. Locas por el sonido estridente de los juguetes que pitan sin parar, por la voz chillona de un mico de cinco años que cuenta lo mismo más de cien veces o el berreo de un bebé que para expresarse, martillea tu mente y tus pobres tímpanos, porque no sabe hacerlo de otra manera.

Quizá por ello, porque ya había abierto un hueco a mi silencio, encontré la manera de desconectarme de Miguel que me agarraba cada vez que escalaba la pared hasta mí para tirarse por el otro lado o del berreo de Daniel, que pedía un biberón y su padre le preparó a orillas del Tajo, en la misma Plaza de Comercio de Lisboa.

En ese silencio escuché el eco de la voz del Tajo.

-Ya estás de vuelta, amiga, me dijo con su tono profundo y sereno.

-Son muchas veces ya, le dije feliz, complacida al comprobar que me había reconocido por mucho que había cambiado. En el fondo las golondrinas aprenden nuestros nombres, quise decirle al señor Bécker, al escuchar que me llamaba por mi nombre.

Con la imaginación, abriendo una pantalla invisible que ambos podíamos compartir, me vi la primera vez que me asomé a sus aguas.

No fue una vista muy agradable, pues me asomé al mismo balcón que ahora compartía con mis hijos, para echar la pota, como se dice ahora vulgarmente.
Fue hace casi veinte años, reconocí ruborizada al río, a medio camino entre la verguenza de mi inoportunidad y la coquetería, pues aún tenemos la esperanza las cuarentonas de parecer un poco jóvenes todavía.

Era la primera vez que pisaba Portugal. Fue en un viaje organizado, de esos que hacíamos mi hermana y yo cada verano, empeñadas como estábamos en ver el mundo y sus rincones. Ahorrábamos todo el año y si las notas no eran malas, nuestro padre completaba el resto del importe. Nos pasábamos al menos quince días traqueteando en autobus por la vieja Europa, divisando desde la ventanilla los cientos de paisajes que, al menos yo, jamás he olvidado y que me hicieron creerme, un poco más, lo que ya Sócrates denominó: ciudadana del mundo.
Llegando al Tajo, después de una noche en blanco de Fados y discoteca, mi maltrecho estómago no pudo soportar la visión de un Lisboa sucio y polvoriento, horadado por tranvías que ahujereaban sus suelos empedrados y sus casas con la ropa tendida y grisacea por todas partes.

Hube de reconciliarme con Lisboa, y sobre todo contigo, Tajo, años después, cuando me acerqué de nuevo a tus aguas, a la altura de Belem. Entonces ya era otra persona. Intentaba explicarle a mi amiga Athiná, griega de nacimiento y políglota por añadidura, la diferencia que existe entre el verbo ser y estar en español, que tanto trabajo cuesta diferenciar a los extranjeros.
En animada charla (que por cierto, he vuelto a repetir en contadas ocasiones), con la mochila en la espalda y los pies colgando de un bordillo, debajo del Momumento a los Descubridores, me miré en tus aguas por primera vez.

Joven todavía, aventurera de nacimiento y descubridora de mi misma en los rincones que iba visitando, me reconocí sóla y sin identidad definida.
Amiga de personas diferentes, que me ofrecían visiones diferentes del mundo. Deseosa de descubrir entre los restos olvidados de una ciudad perdida, una parte de mi misma. Garabateando mis pensamientos en hojas de cuadritos que acababa perdiendo siempre, reconocí ante tus aguas que me faltaba una parte de mi misma que completara mi mitad.

Tardé mucho tiempo en encontrar esa mitad. Tanto que todo se volvió doblemente especial al volver a tus aguas. Era incapaz de recordar la ciudad polvorienta y caduca que había adivinado en mis anteriores viajes, para convertirla en el rincón del mundo más romántico y apasionado que había visto jamás.

Sin el dolor de pies que ahora me acompaña, de la mano de la pasión, la ilusión y el amor recién redescubierto, recorrimos de la mano andando parte de tu cauce, sin reparar en que anochecía y que la oscuridad se abría paso entre las nubes encarnadas y el sol se ponía por fin.
Encendiste tus velas y un violín parecía sonar en la lejanía. Ya no me miré en tus aguas sino en los ojos de quien habiendo entendido que tenía que traerme precisamente hasta ahí, se instalaba a sus anchas en mi corazón, para siempre.

Feliz, di gracias a tus aguas. Y te prometí volver con nuevas buenas, de una vida que prometía encauzar sus aguas por derroteros que siempre quise recorder y reconocí hacía largos años, cuando hablaba mitad español y el resto en inglés con mi amiga griega.

Cumplí mi promesa con la llegada de mi primer hijo y también ahora, con la llegada del segundo, y entre medias, vine a llorar la pérdida, la ausencia, el dolor contenido por la decepción y sobre todo la sensación de fracaso, cuando la vida se encargó en demostrarme con toda su crudeza, que nada es tan bonito como en los sueños que creemos que se hacen realidad.

He sido soltera, soñadora, princesa de cuento que viene con su caballero. Madre de familia, doliente pensadora y dolorida con la vida y los demás, mirándome en tus aguas. Siempre la misma, por mucho que cambiara el color de mi pelo, mis gafas que ahora me identifican, mi condición personal o mis sueños.

Tú has sabido siempre reconocer entre el barullo de turistas, mi presencia. Reconocer mi eco silencioso y lejano invocando el espíritu de un río bravo e imponente, que sabe que acaba su camino unos pocos kilómetros allá, muriendo en el mar.

Y hoy, asomada de nuevo al balcón de tus flancos, con la mirada fija en el horizonte, he girado la cabeza para comprobar, que los ojos de una mujer mayor me miraban con ternura. Con su moño plateado y una sonrisa de oreja a oreja, detrás de Antonio, que tranquilo, estaba concentrado en el biberón de Daniel, me miraba fijamente, sujetando a Miguel que por enésima vez subía por las piedras salientes del otro lado y pasaba por encima de mis rodillas para caer al suelo y cumplir su misión secreta.

-"Congratulations for this beatifull family"-se acercó a decirnos con un fuerte acento que no supe si era flamenco o alemán.
Sí que es beatifull, sí, quise decirle a la mujer, pero me quedé a medio camino, tratando de comerme el nudo que apretaba mi garganta con la fuerza de la emoción.

Hubiera pensado que sólo el río y yo compartíamos mi felicidad, pero me equivocaba.
A mi lado, mi compañero de fatigas, áquel que me acompañaba siempre, intuyó que en un momento, yo había vuelto a reconciliarme con mi misma y con mi vida, como tantas veces.

-Volveremos pronto, ya verás- me dijo guiñándome un ojo.
Aquí o a tantos otros lugares mágicos que te recuerdan todavía.

-Me recuerdan...-dije emocionada, con lágrimas en los ojos.Recordando que se equivocaba el poeta, que las oscuras golondrinas que recuerdan nuestos nombres, sí volveran...

lunes, 23 de mayo de 2011

Dormidos

Llevo unos días dormida. Dormida hago el café y dormida hoy le he tirado por encima a mi hijo el biberón, porque se me ha olvidado ponerle la tapa y la tetina, y cuando he ido a incrustárselo en la boca, dormida, claro, me ha despertado un berrido estridente a las cinco y cuarto de la mañana, porque mi hijo, curiosamente, no estaba tan dormido y quería comer, pero no a caño gordo.

-Perdona, hijo, es que estaba dormida, me disculpo.

Dormida. Dormida me levanto y me acuesto por la noche. En el intervalo entre la cama de la mañana y la de la noche, apenas recuerdo cuatro cosas. Hacer el desayuno, la comida y la cena, dar de comer a mis hijos, mascullar alguna respuesta a mi marido cuando me habla y contestar el teléfono con alguna incoherencia, pues quien me llama suele preguntarme una y otra vez, qué digo, que apenas se entiende.

Debo hacer algo más, porque la vida sigue su curso, mi bebé está precioso en su cunita, limpito y ha comido ya, y las cosas siguen pasando en el mundo, incomprensiblemente para mi, porque el tiempo y el espacio parecen haberse detenido en mi morada, querido lector.

Sin embargo, están pasando cosas en este país, he leído por ahí en alguna parte. Me ha parecido escucharlo en la radio y en la tele, cuando mi hijo deja un espacio entre Bob Esponja y las Pop pixies, para dejarnos ver un rato el telediario, cuando le castigamos porque se niega a tomar la tortilla para cenar.

Entre sueños, protestas de mi hijo y lloriqueos del pitufo que se queja en su cuna, he creído entender que España se está movilizando, que la gente se ha lanzado a la calle con su maleta de reivindicaciones y sobre todo con su cargamento de indignación, para acampar en las plazas públicas y denunciar la situación en que vivimos, que parece que, mientras estaba yo dormida, ha pasado a ser más de castaño oscuro.

Los jóvenes, los parados, que suman ya casi cinco millones, que se dice pronto. Los que han perdido sus casas y siguen pagando la hipoteca, que tiene bemoles la cosa. Los que pagan impuestos abusivos, los que no llegan a fin de mes. Los que han perdido el trabajo después de veinte años, los que tienen que quedarse hasta las tantas porque si no no te contratan más. Los que ya no van al cine o a la moda y se conforman con campear el temporal, los que no saben ya qué votar porque son todos unos mangantes.
Los funcionarios y los de la economía sumergida, los que ya no reciben su pensión o les han recortado el sueldo y ya no pueden asumir las facturas que se acumulan en su basura, para tratar de ignorar que en el banco, ya no les hacen reverencias o les ofrecen otra hipoteca, sino que ahora los llaman morosos...
Los que estamos dormidos y los despiertos, los que son jóvenes y los más mayores.
Los de derechas y los de izquierdas, los más radicales y los más razonables.

Vamos, que, menos la Duquesa de Alba que anda pensando en si casarse o no con un hombre veinte años menor, porque la mujer no sabe ya en qué ocuparse, y los cuatro famosos que se pelean embarrados en la isla por un puñado de monedas, creo que allí debiéramos estar todos, pues se me ocurre que al menos un noventa por ciento del personal, en éste país, está más indignado que nunca, porque en el colmo de la agonía, encima hay quien pretende convencernos de que todo esto es culpa nuestra.

Como no tengo yo cabeza ahora para comprender, me derrumbo encima de la mesa mientras me dan datos en la tele. Campamentos organizados, reuniones, manifestaciones y manifiestos proponiendo posibles soluciones. Algún que otro cabeza de chorlito que no dice nada coherente, al lado de una señorita muy razonable que apela a la paz y a la negociación antes de que vengan los militares a sacarlos de allí a gorrazos.
Me duermo en directo a las doce de la noche, cuando el gobierno ha declarado que no permite a los indignados dormir en la puerta del sol una noche más.

Sueño que Zapatero sale corriendo a refugiarse en la Moncloa.
-No pasarán, grita cerrando las puertas,advirtiendo a sus hijas que de alli no le sacan un grupo de locos, ni con agua caliente.

Los políticos mientras tanto van metiendo en el saco todo lo que encuentran. Las lámparas del palacio, el reloj de época y los fondos reservados que ya requisaron por si la cosa se ponía fea.

-Un poco de tiempo, reclaman ingénuos al populacho, que armado de sartenes, hachas para cortar la leña y escopetas de perdigones, les persigue hasta la misma entrada del Palacio, para que reaccionen y al menos dejen el poder en otras manos.

-¿Pero qué piden?, pregunta ignorante la vicepresidenta a un Zapatero aferrado a las cortinas del salón dorado que no quiere abandonar ni atado. Convencida que con las reformas que han introducido en el empleo, con las ayudas a los parados y con la noche en la que abren los museos, son suficientes para el vulgo desagradecido, que con tal de montar el pollo se inventa lo que sea.

-Pues un poco de dignidad, señora, responde un camionero que con cuatro hijos paga su hipoteca y vive con los suegros porque los embargaron hace ya dos años.

Me despierto a tiempo para que no revienten las puertas de la Moncloa los cientos de indignados que corean a unísono que caigan las barricadas, que bastante dormidos hemos estado ya, para no denunciar antes la vida que llevamos, aguantando lo que nos echen y encima contentos porque el año pasado ganamos el mundial.

-¿Qué ha pasado con los insurrectos?, le pregunto a mi marido,que sonámbulo le da el biberón al pitufo que asoma sus ojitos para mirarme asombrado.
Como está dormido, ni entiende lo que digo, farfulla que me duerma otra vez, qué más vale dormirse para no ver la realidad que nos envuelve y nos confunde.

Como dos marmotas, nos quedamos dormidos, abrazados, ajenos a las elecciones y a los gritos de protesta. A sabiendas de que precisamente por estar dormidos, atontados y sin querer saber, han aprovechado otros para sacar partido y hasta los higadillos a todos nosotros, ahora que dicen que hay tanta crisis.

Que tontos somos, me da tiempo a reflexionar. Quisiera despertar, despertar a los que como yo viven el día a día, apostando por sobrevivir con las condiciones que se presenten. Sobreviviendo a la rutina, a lo que tenemos y lo que nos han quitado, a lo que ya no es para nosotros y nos conformarmos con soñar.

Dulce utopía, querido lector. Cansados, confundidos y convencidos de que poco podemos aportar, las marmotas maltrechas, al final nos conformamos con soñar.
En volver a dormirnos y soñar...

jueves, 12 de mayo de 2011

FELICIDAD PRESENTE

Hay un par de cosas, por lo menos, donde todo el mundo se pone de acuerdo siempre. Es un poco raro. Los humanos siempre tenemos ideas dispares sobre todo y sobre todo hay siempre opiniones. Basta que haya uno que piense que ahora es de día, para que argumenten otros que el cerebro nos engaña, que en realidad es de noche. No entro en cuestiones más baladíes, pues seguramente perderé el hilo de mi propia cordura o al menos el de esta narración.

Hace unos días he vivido uno de esos momentos en los que todos estamos de acuerdo.

Fue en un quirófano, hace apenas quince días. Con las piernas abiertas, asustada, cansada, aferrada a unos manillares, escuchaba al menos a diez personas, que me rodeaban por todas partes y de cuyo nombre no quiero acordarme, que estaban completamente de acuerdo.
-"Empuja, empuja", me gritaban todos a la vez.

Maltrecha, aturdida, asentía con la cabeza y les hice caso, empujando con todas mis fuerzas. No era cuestión de contradecir al Universo, ni siquiera a los humanos que al unísono se habían puesto de acuerdo. Lo que tenía que hacer era eso, empujar.
Por si tuviera alguna duda, la petición se repetía y se repetía. Estaba claro, si algo había dudado alguna vez sobre lo que tenía o no que hacer, ahora encontraba su sitio. Empujar.

Atenta a la solicitud, el mundo se volvió un pequeño momento en el que todo se concentraba en un punto. Una vida que quería salir, un segundo que quería llenarse con un llanto. Un alma que entraba en el mundo de los vivos por un pequeño agujero que era mio, y que sólo necesitaba de un último esfuerzo: un esfuerzo que tenía que hacer yo.

Con el poder que sólo una madre sabe buscar en lo más recondito de sus propias fuerzas, empujé por última vez y se me arrancó de cuajo un pedazo de alma. Un pedazo de alma que ahora duerme en su cunita y que se llama Daniel.

Nada más depositarlo en mi regazo, esos instantes en que lo ves por primera vez, experimenté otra de ese par de cosas en que todos los humanos estamos de acuerdo. Esa suerte de felicidad que por añadididura, es presente, es efectiva, es tan real como el momento que se llena de sentido por una vez en la vida. Una felicidad que te permite vivirla con intensidad, sabiendo lo afortunado que eres por haber vivido eso que justifica la vida entera, los errores, las penurias, los dolores o la ausencia. Felicidad que justifica toda una existencia de sinsentidos, de nadar contra corriente o soñar con sueños que nunca parecen hacerse realidad.

Una felicidad responsable además, porque al mirarlo, al ver su indefensión, su chillido incipiente a punto de romper el aire y llenar la sala, entiendes que por mucho que él pase en la vida, por muy indefenso que esté, le pase lo que le pase en su existencia, que no podrás controlar por mucho que quieras, al menos ese hijo de tus entrañas, ese pedazo de alma que te ha arrancado la vida misma, será querido, será protegido, será lo más importante en tu existencia, que más allá de tu misma, será lo que llene todo y lo que justifique todo, incluso que uno pierda la dignidad.

"Tener un hijo es algo que no se puede explicar", otra cosa en la que todos los humanos estamos de acuerdo. Algunos intentamos ponerle palabras, otros imágenes, música, emoción, lágrimas o una foto en el móvil para enseñarla a quien se acerque.
Otra cosa es vivirlo, sentirlo, dar forma a toda esa sinrazón que durante nueve meses te permitió vivir habitada, llena, compartiendo el mismo espacio con otro corazón pequeño, que late sin que adivines quién está usurpando tu vida, tu cuerpo, tus sentimientos y tus anhelos.

De pronto te abre los ojos y se hace presente. Te mira, te sonrie, te pega un berrido o se acurruca en tu seno, buscando comer o un poco de calor. Buscando que lo ayudes, que le enseñes a vivir, que le des tu apoyo, tu cariño, tus ganas de luchar y sobre todo una razón para que él encuentre su propio camino.

Sabes que siempre será así. Que incluso en la otra vida, si es que la hubiera, estarás pendiente de él, de lo que hace, de lo que hará y de lo que a lo mejor no entiendes. Sabes que pasarás horas cuidándolo, acunándolo, cuidándolo si se pone enfermo o jugando con él en el suelo mientras la espalda te mata.
Sabes que todo tu espacio y tu tiempo se llenará de sus risas, de sus llantos, de sus biberones o sus papillas, de sus chupetes tirados por el suelo o sus cochecitos, rotos y sin ruedas desperdigados por el salón.

Lo sabes porque lo has vivido ya, porque lo vives ya en primera persona y sabes de la ingratitud de tu tarea, de lo que cuesta dejar de ser una misma para convertirte en otro, para pensar de otra manera, mirar al mundo de otra manera.

Lo sabes y has repetido, inexplicablemente, sin que entiendas por qué era un sueño hecho realidad ver los ojitos de esa criatura que latía en tu seno y que ahora ha venido a tu vida a ser todo para ti.

Que eso produzca felicidad, querido lector, es algo que sólo puede entender otro ser humano que ha pasado por lo mismo, que no necesita de explicaciones o dar vueltas al tema, porque sabe que es así.

Seguramente, si no es padre o madre, no podré convencerlo de que esa suerte de responsabilidad, esa carga para el resto de la vida, y quien sabe si de la muerte, es felicidad tangible, presente. Felicidad, que no se alimenta de recuerdos o se nutre con anhelos y esperanzas para el futuro, que se siente en primera persona y en presente.
Por mucho que haga un segundo que ha pasado, quince días o años y años, como les pasa a nuestras madres. Por mucho tiempo que haya pasado y hayamos olvidado el dolor, el esfuerzo, el miedo y el peso de la responsabilidad, se repetirá en el alma hasta el infinito, para recordarnos que a fin de cuentas, no era tan malo ser humano.

martes, 22 de marzo de 2011

¿IGUALES?

He leído una entrada de Tío Eugenio sobre la lucha de sexos que me ha recordado reflexiones muy profundas, conclusiones complicadas y probablemente, sinsentidos. Sin embargo, recordando momentos del pasado, situaciones en las que esa guerra es más patente o sensaciones de que realmente no tenemos nada que ver, que igual que graciosas, son también más que reales, no he podido evitar publicar una entrada.

Ojalá al menos, os haga sonreir.

Daniel se había esmerado especialmente en acondicionar su casa para el encuentro, aquella noche en que había quedado con Valentina.

No sólo había limpiado el salón de arriba a abajo, recogido los cd apilados en el suelo, cerca de la cadena de música y limpiado por encima de las estanterías, para eliminar la capa de polvo que llevaba con él desde tiempos inmemoriales.Sino que había quitado de enmedio las revistas porno, cambiado las sábanas de la cama e incluso pasado la fregona por el baño, que aunque se lavaba con él cada vez que se duchaba, presumía que a Valentina no le iba a parecer suficiente.

Valentina por su parte venía dispuesta a todo. Era verdad que casi no conocía a Daniel, pero era bien cierto que todo lo que sabía de él le había gustado.
Era Ingeniero de Caminos, llevaba trabajando mucho tiempo ya, vivía sólo y parecía un hombre medianamente maduro, con ganas de comprometerse incluso, o al menos no huir de las mujeres que olían como ella de lejos lo que estaba buscando.

Con treinta y muchos años, Valentina sabía perfectamente lo que quería. Estaba harta de conocer a hombres para tener que olvidarlos. La llamada de la sangre y el reloj ese biológico que decían las revistas, debía haber sonado pues quería formar un hogar, encontrar de una vez la pareja de su vida y asentarse en un estado más o menos coherente, por lo menos para contestar cuando le preguntaban por su condición o estado civil.

Estaba harta de llegar a casa por las noches después de pasarse la vida trabajando, arreglándose, vistiéndose para gustar a quien sabe quién que podía aparecer por quién sabe dónde.
Daniel no es que fuera el hombre más inteligente, ameno y sobre todo encantador del mundo, pero al menos le había parecido un tipo normal, con gustos normales y con el que poder entablar una buena conversación de más de diez minutos.

Así que se había puesto de tiros largos, se había acercado a la peluquería y se había comprado un conjunto de satén que no estaba mal de precio, por cierto, por si surgía lo que tenía que surgir, porque esta noche parecía la propicia.

Nerviosa, tocó el timbre. Daniel le abrió la puerta y se quedó perplejo. Estaba claro que Valentina se había vestido así por él y así lo debieron decir sus ojos claramente.
Por si Valentina no se había avergonzado suficiente, Daniel lo hizo explícito con sus palabras.
-Vaya, no imaginaba alguien podría cambiar tanto, sólo con pintarse.

Valentina se sintió descubierta, casi ridícula. Si hubiera tenido un dispositivo para desaparecer en ese instante, seguramente se hubiera desmaterializado allí mismo, pareciendo a los ojos de Daniel un espejismo, una visión.
Desgraciadamente no lo tenía y Valentina tuvo que cruzar el umbral de la puerta.

Cuando se había recuperado un poco del bochorno, no puedo evitar mirar a su alrededor. La casa le pareció un horror. Estaba claro que Daniel era un adán y que había intentado con muy poco acierto disimular un poco su condición de hombre que vive solo y se conforma con sobrevivir.
Pero, Valentina ahogó lo que estuvo a punto de salirle por la boca nada más ver que detrás de la puerta, había en el suelo un calcetín sucio, y que sobre el sillón donde se sentó, podía escribirse hasta el nombre.
-Muy acojedor, dijo sin embargo, convencida de que si hería los sentimientos de Daniel, él no podría soportarlo.
A él sin embargo el comentario le pasó desapercibido, ya iba hacia el congelador para traer la bandeja de hielos y ponerle una copa a Valentina.

Ella desconfió enseguida de la estrategia. Estaba claro que Daniel prefería las copas a todo lo demás, y no sólo había traído los hielos chorreando por la alfombra y las copas llenas de polvo, sino que encima tenía un surtido bar que seguramente sería muy importante en su existencia.
Sin embargo se calló, no dijo nada porque no sabía por dónde empezar.

-¿Te ha costado mucho llegar a la casa?. Las mujeres no se orientan muy allá, y claro, no está lo que se dice fácil de encontrar la casa. Me ha extrañado que no me llamaras por el camino, la verdad.

Valentina se sintió atacada. Siempre se había orientado de maravilla y encima era geógrafa por lo mucho que le gustaban los mapas. Por si eso fuera poco, era cartógrafa en su profesión, y eso era lo primero que le había dicho a Daniel, así que el hombre había metido la pata pero hasta el fondo.
Irónica y casi maliciosa no pudo menos que aclarar a su acompañante.
-Pues, sí, lo cierto es que siempre me ha molestado sobremanera la gente que generaliza y sobre todo que incluye en un mismo saco personas de la misma condición sexual. ¡Que ordinariez soltar los mismos tópicos de siempre!. Que si las mujeres somos complicadas en lugar de inteligentes o torpes para orientarnos porque sabemos preguntar a la gente antes de dar veinte vueltas a la manzana como vosotros.

Daniel se quedó atónito y con cara de no entender una palabra, así que Valentina le aclaró:
-Que sí, hombre, que tengo en el coche un GPS.
-Ah, contestó antes de meterse el trago en el coleto.

Valentina empezó a pensar en cómo salir de alli. Ya veía la escena. A Daniel le faltaban segundos para lanzarse sobre ella y besarla en el sillón, y minutos para llevarsela a la cama y fumarse el cigarrillo de después.
No podría soportar luego la famosa frasecita de marras.
-¿Qué tal he estado, nena, yo creo que no ha estado mal...?

Así que empezó a poner excusas.
-¿Dónde está el baño?- preguntó casi al borde de los labios de Daniel, que efectivamente ya iba directo.

Al fondo del pasillo tenía que ser, pensó Valentina en la puerta, viendo que había abierto la puerta del dormitorio y que incluso había dejado los armarios llenos hasta los bordes y a medio cerrar.

Mirándose al espejo Valentina pensó alguna estrategia.
Había sido una estúpida al venir hasta la casa de Daniel, pensando en que realmente iba a ser la noche más romántica de su vida.
Estaba claro que Daniel era un tío, que lejos de pensar en romanticismos o en tonterías como ella, estaba dispuesto a ir al grano y ella le había dado pie.
Pensó en salir por el ventanuco del baño, pero era un séptimo y seguramente el culo no le cabría por el agujero, pensó mirándose, y dándose cuenta de que ni con el vestido negro disimulaba sus posaderas.

Tendría que dar explicaciones, contarle a Daniel que todavía pensaba en Lucas, que no se lo había quitado de la cabeza. Que no la merecía, que realmente quería una relación estable y que estaba en un periodo de transición, que seguramente aquello no la iba a llevar a ninguna parte.
Más o menos así debió explicarle al atónito Daniel todo aquello y algo más, porque en el ascensor, todavía sonrió al recordar la cara de poker que se le había quedado al pobre antes de abrir la boca para decir,
-¡Pero, hay que ver lo complicadas que sois, coño!.

Ya a solas, Daniel cogió el móvil para llamar a Arturo.
-Nada tronco, no ha habido suerte. La tía no ha colado, por cierto, ¿tienes el movil de aquella que conocimos la misma noche, que la llamo, a ver qué pasa?.

En el coche, Valentina miró el suyo. Tenía un mensaje de Mónica preguntándole qué tal había ido la cosa.
Hablaron lo menos veinte minutos de lo ridículos que son los tíos y de la vecina de arriba, que se había hecho una lipo, antes de arrancar el coche. Ambas, no pudieron evitar, acabar muertas de risa.
-Anda hija, ¿y qué le has largado?. ¿El rollo de tu ex, o que no le mereces?.
-Ambas cosas. Me ha parecido que a un Ingeniero, de caminos, nada menos, no era tan fácil de engañar.
-...Y con lo fácil que hubiera sido decirle que no y ya está, ¿verdad?- concluyó Mónica sabiendo que ella hubiera hecho exactamente lo mismo.

martes, 1 de marzo de 2011

PREMIOS




Querido lector, he pasado casi las 24 horas anteriores a estos escritos, gimoteando de emoción. Emoción desbordada y casi exagerada, quizá, por mi avanzado estado ya de gestación, no digo que no.
Quizá también porque, mi querido tío Eugenio ha concedido un premio a mi blog, y eso me llena de inmensa emoción.

No puedo dejar de decir, que si bien a sido así, sin sobornarle ni nada, lo cierto, es que no puedo evitar pensar que algo de trampa sí hice...
Bastó un día en nuestra casa en la sierra, con una comida, para que se acercara a mis escritos. Y si bien ya sabía yo que "al hombre se le conquista por el estómago", es también bien cierto que no hay blog que aguante dos entradas si es que no interesa al espectador, y por muy buenas viandas que le ofrezcas, ni media soporta algo tedioso y empalagoso.

Así que estamos en tablas, y si malas artes utilicé, algo de mérito tienen que tener mis entradas para recibir un premio. Por ello, no puedo estar más feliz de recibir dicho galardon, que no sé si es merecido o no, pero ahí queda.

Dicho galardón me satisface doblemente, pues es a quien pretendía yo darle el premio, Pues no hay blog que últimamente siga más. Así que no hay mayor premio, que quien de tan blancas manos es concedido, y devuelto queda a su destinatario, pues mi ganador es sin duda el Tío Eugenio, y no es peloteo.



En cuanto a la definición que de mi personaje tengo que hacer, para ser merecedora de tan alta distinción, poco he de decir que sea ya consabido por quienes me siguen más o menos fervorosamente.

Conocida hasta la saciedad por mis conocidos y demasiado desconocida para quienes se acercan a mis escritos, pecaría de ingénua al pensar, que mi verdadera esencia y personalidad, esa que a mi me está vetada, no se trasluce en lo que escribo, por mucho que sepamos los escribanos, que el personaje de autor debería quedar en la sombra y no dejar translucir ni un ápice de sus demonios o sus encantos, que para eso es contador de historias y no de sus propias conclusiones.

Sin embargo, empachada de orgullo, con la oportunidad que me ofrece el premio de explayarme un poco, no puedo menos que añadir unas cuantas pinceladas a un cuadro que seguramente, no volveré a pintar.
Al menos con los mismos trazos, pues el tiempo, ya se encargará de empolvar o guardar, quizá para torturarnos con su deterioro.

Cuarentona, soñadora, escritora, arqueóloga y madre por añadidura de una criatura que se dedica a romper puertas de jardín con un patinete, mientras otra crece en su seno, me defino siempre como personaje audaz, en los tiempos que corren, capaz de vivir de las más absurdas inutilidades, que me llenan hasta el mismo borde.

Porque vivo de la fantasía que constantemente creo en mi cabeza. Vivo de leer sin medida o de escribir sin tregua aunque las croquetas se estén quemando en el fuego. Me alimento de una tarde jugando con un niño de cinco años. De la ilusión de volver a tirarte por un tobogán sin recordar que tienes una lesión de espalda y no deberías correr aventuras innecesarias.
Bebo de los recuerdos, de los personajes que fui y ya no soy. Respiro, pensando que de aprender de otros, de tener nuevas experiencias, cerca o lejos de casa, está conformado lo que sé y lo que soy, que no vale ni para que en el curriculum valoren tu esencia o te concedan un escritorio, un ordenador y un pobre sueldo, con el que pagar las facturas que se acumulan sin abrir, y algunas sin pagar, en la entradita de casa.

En el mundo real soy personaje inútil, un poco fracasado y sobre todo ingénuo, que sigue pensando que de pedazos de sueños, de recortes de historias y de saber extinguido y enterrado en un yacimiento olvidado en la cima de la montaña, se puede fabricar un personaje que deja una huella en los corazones de quien se acercan a su soledad.
Porque soy soledad coloreada. Ingénua presencia en un mundo que no acepta a los mercaderes de sueños. Escritora que deja apilados sus escritos en el fondo de un armario que no se atreve a abrir. Arquéologa de la ironía de saber que nada es en el fondo tan verdad como el momento que vivimos, que sentimos, que experimentamos en cada instante y que mañana olvidaremos, simplemente ya no será.

Reina sin embargo de Imaginaria soy en mis escritos. Hada buena que gobierna un mundo transparente y lleno de magia que me gustaría entregar a mis hijos como legado cuando ya no esté aquí, cuando crezcan y comprendan que de otros paisajes, también pueden sacarse las más bellas conclusiones.

Poco más...

miércoles, 5 de enero de 2011

Conversaciones con mi barriga. Parte 2ª. El nuevo año que empieza

-No te lo vas a creer, Daniel, pero desde el año pasado no hablo contigo.

Me vas a decir que no lo entiendes, que es un lío. Que es verdad que llevamos tres o cuatro días sin hablarnos pero que de ahí a un año....que es absurdo, y tienes un poco de razón, no creas.

Todo se debe al cómputo de la Tierra, a esa manía que tenemos los humanos de establecer periodos, de contar el tiempo, de agrupar las sensaciones y las actividades según tablas y según parámetros.
Ya sé que te estoy hablando en chino, pero deja que te explique mejor.

Tú no lo sabes todavía, pero eso hacemos los humanos. En cuanto tenemos uso de razón, ya nos están explicando lo de las estaciones del año, lo de los días, los meses, las horas y los minutos.
Tu hermanito Miguel tiene un poco de lío con todo eso, y yo le entiendo. El pobre se pasa la vida escuchando planes, que vamos a hacer esto y lo otro, que mañana o pasado, que cuando sea mayor, cosas de esas. Él quiere todo ya, quizá por eso se pasa la vida también preguntando cuándo vienen los abuelos, o cuando vamos a ir a ver a sus amigos, o cuándo se acaba el colegio y empiezan las vacaciones, o cuando llega Papa Noel en su carro lleno de juguetes y aparca por casa.

Yo intento explicarle que hay calendarios colgados en la pared donde pone en qué día estamos y en qué estación. Relojes en las muñecas y en la pared que dicen qué hora es y si falta mucho para acostarse, para comer o volver del cole.

La gente sabemos donde estamos y qué hay que hacer gracias a ellos, y sin ellos, pues eso, que no sabemos vivir.

Ahora por ejemplo estamos en Navidad, a principio del Invierno. Los humanos además nos empeñamos en festejar todo este tipo de cosas, asi que cuando llegan estas fechas nos reunimos todos en las casas y nos liamos a comer, a cantar y a regalar cosas a nuestros niños y nuestros seres queridos.
Casi siempre las ciudades se llenan de luces y estrellas, y la gente está más contenta, más feliz. Luego llega el día 31 de diciembre y nos dicen que se ha acabado el año, que ya han pasado doce meses y que el año viejo no da para más.

Y eso es lo que pasó el otro día, desde que no hablo contigo. Era 31 de diciembre y era otro año, aunque no lo parezca, aunque parezca que han pasado tan sólo cinco días.
-Ah, bueno, si tú lo dices, me contesta Daniel un poco excéptico.

Ahora hemos entrado en el 2011. Se ha acabado ya el 2010 que ha sido un año muy malo hijo, para la economía mundial, para el trabajo, que han cerrado no sé cúantas empresas y han despedido a no se cuantísimas personas, que todo ha amenazado con desplomarse y que hemos tenido que apretarnos todos el cinturon porque estamos en crisis.
La crisis es una cosa que vivimos todos, que no llegamos a fin de mes. Todo está más caro, los sueldos congelados, las facturas cada día más altas y no se puede hacer casi nada.
Como diría tu hermano, todos estamos sin dinero, y sin dinero, no podemos ser felices..

Casi todo el mundo, si le preguntas, te dirá que quería que se acabara este año, sabes. Los humanos somos un poco tontos, y creemos que por eso de que pase una hora más, nos comamos unas uvas y lo deseemos todos en bloque, igual cambian las cosas y el año que viene viene lleno de alegrías, se solucionan las cosas y todo cambia.

Yo no estoy del todo segura. Dicen algunos iniciados, en ciencias que no todos los humanos comprendemos, que en realidad, sólo el deseo unificado de todo el mundo, puede hacer que el rumbo del universo cambie, y que igual si nos ponemos todos en comunión con el cosmos, las cosas pueden mejorar.
Ojalá que no se equivoquen, sabes.

Hoy, contigo dentro, pensando en que la cuesta de enero cuesta más subirla que con bolsas del mercado desde la estación de autobuses a casa, pienso que yo también me sumaría a esa plegaria.

Me gustaría, cariño, que vieras un mundo como yo lo he visto muchas veces. Un mundo lleno de promesas, de prosperidad y sobre todo en paz. Un mundo injusto, donde los ricos despilfarran lo que los pobres no pueden soñar, porque la mayoría se mata a trabajar para poder vivir, pagar sus deudas, darle un buen cole a sus hijos y una buena vida. Una vida que pasa rápido, entre problemas, trabajo hasta las tantas y poco que hacer cuando queda tiempo, pero donde al menos se pueda ir los fines de semana al campo, se pueda comprar de vez en cuando un juguete y donde se pueda celebrar todavía la navidad con un poco de turrón y las doce uvas el 31 de diciembre.

Ya sé que no sabes muchas cosas, que no has probado el turrón y que eso de las uvas te suena a chino, pero déjame que te cuente que en esas celebraciones de los humanos, casi todos tenemos nuestros deseos ocultos que queremos que se cumplan el año que viene.

Cuando suenan las campanadas de fin de año, cada cual con su platito de uvas, esperando que el reloj suene en la Puerta del sol, en Madrid, todos sin darnos cuenta, empezamos nuestra plegaria sin palabras.

-Universo, ayúdame este año a que las cosas vayan mejor, a que el año que viene estemos todos aquí y si viene alguno más, que esté con bien. Ayuda a los dignatariosa que tengan un poco de criterio. Ayuda a que haya paz, para que se abra camino la economía. Para que todo vaya mejor, para que la gente no pierda los nervios o la perspectiva. Ayuda a las familias que no tienen nada o que se van a quedar en la calle. Ayuda a la vecina para que todo le vaya bien, o a mis padres para que estén tan bien como este año.
Ayudanos a todos, especialmente a nosotros, que para eso el ser humano es de naturaleza egoista. Ayudanos a llegar a fin de mes, a pagar la hipoteca, a seguir teniendo trabajo, a disfrutar con salud de la vida, de lo bueno que tiene, de nuestros hijos que van creciendo.
Este año además, Daniel, no podía dejar de pensar que, el año que viene, cuando acabe este 2011 que ahora empieza, seguramente tú estarás trasteando por el salón, agarradito a la mesa baja, como ya hizo tu hermano, cuando tenía apenas ocho meses.
Estarás vivo y podré mirarte la carita, abrazarte y darte besos.

Seremos felices entonces, pensamos todos, con la cabeza llena de promesas y de propósitos para el nuevo año, pero sabiendo en el fondo que ni vamos a adelgazar más, ni nos vamos a apuntar por fin al gimnasio o gastar menos en las rebajas.
Que todo son promesas, deseos que todos tenemos y le pedimos a los Reyes Magos o al nuevo año, o al gordo de Papá Noel.

Y esa es la época que estamos viviendo, Daniel, lo que pone en el calendario. En la palabra Diciembre y los primeros días de Enero, debía poner en mi agenda que es el mes de las promesas, de los deseos, de los propósitos, del cambio de año, de calendario y de dígito en la fecha. Y este año es especialmente mágico, porque no queda mucho para que vengas tú.

HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...