martes, 23 de agosto de 2011

De canicas que acaban por aparecer y pájaros que cagan morado..

Me he despertado esta mañana con un ruido seco.
Ha sonado más bien a melón cayendo desde la mesa de la cocina al suelo para romperse al menos en dos mitades. Luego ha seguido un aullido leve y prolongado que ha terminado con un me cago en el puto desorden, esto no hay quien lo aguante.

Me he levantado sin gafas y he salido al borde de la escalera. Entre tinieblas he adivinado a Antonio a mitad de camino por los escalones. Se había caído de culo.
-¿A que no adivinas dónde estaba la caniquita del niño, esa que no encontrábamos?.

Estaba claro que todo acaba por aparecer, por mucho que los duendes lo requisen. No siempre en los lugares más convenientes. Si bien estaba claro que la encontraría mi querido esposo, que es especialista en esta clase de prendas, lo que no estaba tan claro es que rodaría escaleras abajo.

Le he agarrado y ayudado a sentarse en una silla que inexplicablemente estaba vacía. No tenía ni ropa tendida y medio mojada porque ayer llovió, ni los pantalones de Miguel tirados, ni siquiera el ordenador medio abierto, como acostumbra a soportar.

Antonio gemía de dolor, pero sobre todo juraba en arameo las mismas cosas de siempre. Que así no se puede vivir, que no entiende el desorden y que tarde o temprano tendremos que enfrentarnos con la realidad...

Yo no le oigo ya, o mejor dicho, no le escucho. He ido arriba descalza a por mis gafas, agarrada a las paredes de la escalera para no caerme yo también.
Las he buscado en la mesilla pero no están, y luego a tientas por el suelo, con miedo a que Daniel se despierte en su cunita y se ponga a berrear.
Con ellas puestas y ya a cuatro patas he buscado mis zapatillas y algo que echarme encima. Hace fresco a las seis de la mañana en la sierra, aunque todas las ventanas están cerradas.

Daniel me ha escuchado. Especialmente porque me he chocado de bruces con su cuna.
Ayer Antonio estuvo meciéndole a las tantas y no ha dejado en su sitio la cunita, asi que claro, entre las sombras he tropezado con él.

Berrea vigorosamente. Quiere el biberón, que si hubiera estado lleno y en su sitio, seguramente se lo habría tomado sin rechistar. Pero, efectivamente, no está ni en su sitio ni lleno, así que, ya sé lo que me toca.

Mientras berrea a lo bestia, me llama Antonio desde abajo preguntándome por el lilimento de la espalda y Miguel gime que en esta casa no puede dormir. No contesto ni a uno ni a otro y me concentro en la búsqueda de la leche de Daniel y la botella de su agua, que ni que fuera el Santo Grial.

No está en la mesilla ni en el cuarto de invitados ni en el despacho, donde a veces la pone Antonio para prepararla a las tres de la mañana.
Me bajo abajo para descubrir que inexplicablemente está en la repisa del baño y que la botella está vacía.
Encomendándome a los dioses porque Daniel y sus berridos van a despertar a los vecinos de al lado, que duermen justo pegados a su cuna, busco en el garaje una garrafa de agua mineral, porque la otra se ha acabado.

Con la garrafa en la mano, Miguel se ha presentado en la cocina sin pantalones y descalzo. Tiene fiebre y dice que tiene mucha sed, que le de Acuarius.
Dado que su padre está liado con el armario del pasillo, derrotando a las medicinas a base de mamporros, mientras busca el Calmatel para darse unas friegas en las espalda, no tengo otra opción que ponérselo antes, escuchando un berreo insoportable.

Le doy el vaso y cojo los aperos para subir arriba a hacer el biberón.
Con el bote de leche, la garrafa y con el babero en los dientes subo por la escalera traqueteando.
Daniel parece que va a perder un pulmón de tanto gritar.

Busco un mesa para apoyar la garrafa y echar el agua en la botella más pequeña, y trato de hacerlo no sin derramar agua encima de los bodys limpios de Daniel.
Echo los polvos de la leche y cierro mal el biberón, porque entre las prisas y los alaridos de mi marido que se ha tirado el café ardiendo en un pie, no sé ni cómo consigo atinar con nada.

Miguel se rie abajo viendo a su padre en pleno ataque de nervios. Daniel sin embargo no tiene tal sentido del humor.
Le encajo la tetina en la boca, acallando el berrido estridente y alcanzando un segundo de calma. Segundo porque dura poco, pronto me doy cuenta de que la leche se está derramando más en las sábanitas del niño que en su propia boca y encima se está poniendo perdido porque he olvidado el babero no sé dónde.

-"Soy un desastre de madre", le confieso a Daniel que lejos de molestarse, está muerto de risa con la boca y el cuello lleno de leche.
No querrás creerlo, pero me paso el día recogiendo juguetes, limpiando y recogiendo los desastres de la casa. No lo parece, ¿verdad, enanito?. Más me valdría esparcir el polvo y las telarañas durante el día, como Lily Monster, para que hiciera todo juego en mi mansión tétrica.
Quizá así hasta pudiera presentarla a un concurso, pienso divertida, imaginando que por un momento fuera un mérito eso de tener una casa patas arriba en lugar de una tortura que todos padecemos, no precisamente en silencio.

Daniel se toma el biberón él solito. Mientras lo hace, recojo los Playmobil que ha dejado Miguel desperdigados por el suelo. Por lo visto estaban buceando por el mar, mientras el barco estaba anclado en la bahía de la alfombrilla del baño.

Antonio no encuentra su camisa planchada, sencillamente porque no las planché ayer.
-No tuve tiempo, cariño, me disculpo, recordando que tampoco hice la cena y que acabamos comiendo una pizza que calentó él mientras trataba de dormir a Daniel porque estaba imposible.

Sin atreverse ya a reprocharme nada, se pone una arrugada y el pantalón vaquero que se sostiene solo de pie. Yo, en compensación, tampoco le reprocho que haya dejado el baño hecho un desastre, pues bastante tenemos con sobrevivir.

Cuando se marcha, no sin darme un beso y diciéndome que no me preocupe, que todo esto es eventual y que ya aprenderemos a organizarnos, miro a mi alrededor con desolación comprimida.
No recuerdo el salón recogido o de qué cólor era el sillón cuando lo compramos.
No recuerdo la vida ordenada o por lo menos con todo en su sitio.
No recuerdo una mañana sin incidentes o el armario con los vestidos colgados, las camisas planchadas y los pantalones clasificados al menos por las estaciones del año.Quizá nunca lo estuvieron, quien sabe.

Si recuerdo un tiempo en el que todo era más fácil, o por lo menos lo parecía. Mañanas donde sonaba el despertador y te ibas a trabajar sin penar más que en el metro o en qué ibas a dar en tu clase de las nueve.
No había biberones que hacer, ni juguetes por el suelo. No había canicas ni coches decorando tu salón. Dormías de un tirón y limpiabas los sábados por la mañana, sobre las doce o la una, con el aspirador y el trapo del polvo por encima de la tele y los adornos.

No es que añore esos tiempos, ahora que me veo a través de los churretes del espejo en el baño o me escondo entre camisetas amplias y vestidos sueltos que sean sufriditos, para que no se vean las manchas de babas que me deja Daniel.
O quizá sí.

Sin embargo, no tengo mucho tiempo para reflexionar. El que tengo me hace falta para seguir adelante, derrotando a las manecillas del reloj.
A eso de las once, después de la pelea con el desayuno y las camas deshechas, cuando el sol parece asomar por la ventana, a aparecido por detrás un pequeño estratega lleno de churretes. Se ha agarrado a mis piernas y casi me hace caer.

Antes de que le regañe, me explica sus razones. Viene a que juguemos a algo con la caja mágica de la imaginación. Dice que Bob Esponja se lo pasa bomba con Patricio con esas cajas que apiladas en el garage no valen ya para nada.

Dejo los cacharros del desayuno y la cena de ayer en la pila para alcanzarle una de esas cajas de los pedidos de Carrefour. Con ella nos hemos sentado en el suelo y como no cabemos, la hemos puesto como un toldo sobre la cabeza.
Daniel desde su sillita, se parte de risa porque aparecemos y desaparecemos sin que pueda explicarse cómo lo hacemos.

Mi hijo mayor me explica que Daniel quiere entrar con nosotros y lo cojo en brazos.Los tres hemos empezado el camino hacia las estrellas en una nave espacial.
Lejos ha quedado el desorden, los juguetes desperdigados, la mesa a medio poner o el biberón sin terminar. Las camas hechas donde Miguel ha saltado hasta el techo, el polvo en las estanterías y los muslos de pollo que he dejado para que se descongelen en la encimera.

Miguel pilota la nave mientras su hermano nos deleita con una charla amena que no entienden más que los alienígenas que van pasando mientras surcamos el espacio del pasillo.
De pronto, desde las cristaleras del jardín hemos visto pasar un pájaro enorme que se ha posado encima de las sábanas limpias.
Miguel ha abierto la puerta y el pobre ha echado a volar.

-Hala mamá, ha cagado morado, me dice como si tal cosa. De sobra sabemos que cuando hay moras en el monte, son las sábanas las primeras en enterarse.

Cojo el teléfono, que ha sonado más de diez veces y no lo encontraba, riéndome a carcajadas. Es mi madre.

-¿Qué tal estáis?, me pregunta extrañada, pues hay un jolgorio a este lado del hilo que no entiende.
-Pues nada, por aquí en la casa Monster, navegando entre el polvo y el desorden. Con todo patas arriba.

Mi madre se queda callada, pensando seguramente que me entiende muy bien.Que todavía recuerda aquellos tiempos en que era ella Lily Monster y nosotros sus mostruitos.

-Pero, te veo contenta, me dice extrañada, pues normalmente no es así como contesto.
-¿Qué quieres, madre?, o me asimilo al entorno o me vuelvo loca. Y yo, como tú he acabado por comprender, que no me queda otra. Por eso me río.
-¿Por eso?.
-Por eso, por las canicas que siempre acaban por aparecer y porque hemos descubierto que los pájaros cagan morado...




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QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...