miércoles, 22 de abril de 2009

Lo que cuesta a veces, volver


-"Se me está haciendo un poco cuesta arriba haber vuelto en esta ocasión de nuestro viaje a Bruselas", le comentaba ayer por Messenger a un buen amigo, cuando me preguntaba cúal era el origen de mi aparente apatía y mal humor.

-"No te quejes, tú al menos viajas y mucho además. Todas esas vivencias se quedarán siempre para ti, como un tesoro y muchos las quisiéramos para nosotros, que por un motivo o por otro, no cogemos la maleta y nos vamos a coger una avión cada dos por tres"- me contestó con un poco de resentimiento, que intuí a través de la ventanita azul de mi pantalla.
-"TIenes razón", le dije para no abundar más en el tema. Pero, no es fácil en ocasiones vivir muchas experiencias nuevas, todas condensadas en un corto espacio de tiempo, encima lejos de casa, de lo conocido, de lo habitual, y luego, volver de pronto al mismo escenario, a las mismas paredes, a ver a la misma gente. De vuelta a tu espacio, te das cuenta de que nadie ha vivido lo mismo que tú, y que es ajeno totalmente a tus nuevas conclusiones. Unas conclusiones que a nadie interesa y que tú aún eres incapaz de dar forma, explicar o introducir en tus esquemas mentales.

Ya tienes experiencia en esas lides, ¿recuerdas?. Me dije a mi misma. Lo cierto es que me ha pasado siempre, me acuerdo con un poco con nostalgia. Me costó mucho habituarme de nuevo a la vida en España, cuando estuve viviendo en Londres tantos meses, hace ya la friolera de veinte años.

Desde entonces tengo ese veneno corriendo por mis venas, que no me da tregua en mi ambición viajera.
Uno ve otros paisajes, otros edificios, se monta en un camello para ver el parque de Timanfa en Lanzarote o se sube a un teleférico para arribar una de las montañas más altas de Europa en Zenmaar. Se pasa un par de horas hablando con un musulmán sobre sus costumbres, pasiones y su forma de vivir, o comparte una chocolatina con un niño que juega con tu hijo en el parque y no sabe hablar español, mamá, como Mush.

Respira otros aires, se mezcla con personajes que no son como los del metro de Madrid. Porque, con estos, no sabes lo que están pensado a tu lado, sentados en la silla de al lado tuya en el tranvía. Se fija en las diferencias y no puede evitar buscar similitudes, cosas que os identifican. Porque a poco que mires, te das cuenta de que en España se viste igual que en el resto de Europa ya que todo está lleno de Zaras, H&M, incluso si me apuras hay Corte Inglés en muchos sitios. Los programas de la tele, los dibujos animados, las noticias de la crisis y la situación internacional son también los mismos.
En Bruselas también se habla a todas horas de Obama, del fútbol y la liga, de la crisis que afecta a Europa y al desempleo.

La misma música en inglés que escuchamos en la radio, incluso algunas veces hasta te traslada un segundo a España con la imaginación, pues no te das cuenta que en pleno aeropuerto Kennedy, resulta que estaban poniendo La Macarena en el hilo musical o en el hotel el otro día resulta que estaban poniendo flamenco, y tardamos más de cuatro canciones en darnos cuenta.

A tan sólo un avión de nuestra casa, se hacen viajes en el espacio y muchas veces también en el tiempo. Hay muchos paisajes que aún no habíamos imaginado, no nieva, e incluso hay gente que ni siquiera te entiende en tu idioma, pero que cuando te comunicas con ellos, te das cuenta de que piensa exactamente igual que tú.

Es la experiencia humana la que más te atrae, la que más te gusta. El ver si identificas al típico español entre la multitud que fotografía a la Virgen de Brujas o la Grand Place. Si te haces entender cuando pides un café con hielo en una cafetería frente a la Grotte Mark de Amberes, y te miran como si estuvieras pidiendo la luna embotellada. Después de incontables esfuerzos, aparece un paisano español que les habla en su endiablada lengua y te la traen no sin recelo, porque entender entendían, pero que se haga eso en su país...
Le agradeces al lugareño, completamente asimilado a la cultura belga, pero que es de las Alpujarras, que te haya sacado de semejante brete, y si te apuras, y le das un poco de carrete, va y se sienta contigo un rato. Te cuenta que lleva ventitantos años en Amberes y que sus hijos apenas chapurrean el español.

Luego siempre te preguntará por España, aunque lee el País digital en el trabajo y siempre llama a sus familiares, una semana sí y otra también. Y casi siempre te aconsejan que veas esto y lo otro, que aunque no viene en ninguna guía, es de lo mejor...

¡Qué nostalgia pensar que hace sólo una semana, estaba paseando por Brujas!. Con mi mapa en la mano, mi hijo quejándose de que no había jugueterías y Antonio amparado en un paraguas para que no se le mojara el objetivo de la cámara, que con la lluvia se podía fastidiar del todo.

No dudaría un segundo en dar marcha atrás a las manecillas del tiempo , así, en sentido inverso, para volver a vivir otra vez tantos buenos momentos que hemos pasado estos días, en tierras de canales ganados al mar, que bien se llaman, Países Bajos.

Todo para volver a mezclarme con la gente en el mundo, aprender de sus experiencias, saber de sus pensamientos y sobre todo, coger un tren que parece que nunca llega a su destino y que te transporta o bien a un pueblo de cuento, como Gante, o a el mismo corazón de la civilización del lujo y del poder, como sentí paseando por las calles de Ginebra.

Y bien es verdad que el veneno hace su efecto. Cuanto más viajas, más quieres. Cuanto más ves, más te da la sensación de que te queda por ver. Cuánto más aprecias de otras culturas, otras maneras de entender la historia y la realidad, más piensas que no sabes nada, y que no puedes quedarte con la duda, no puedes renunciar a seguir aprendiendo.

De camino al metro de Madrid, en la misma puerta del baño donde entré nada más salir del avión, estaban tres mujeres hablando alegremente y a voz en grito. La emoción es lo que tiene, que carece de verguenza.

Desde dentro y en la más oscura soledad, pues la luz o estaba fundida o al menos no funcionaba bien, escuchaba cómo departían sobre los sitios del mundo que habían visitado en su larga vida. Mientras la de más edad confesaba que había viajado por el mundo entero del brazo de su marido siempre de negocios, la más jóven manifestaba su inquietud por visitar el sudeste asiático. La tercera no lo recomendaba, pues tanto templo tanto templo budista no tenía nada que envidiar a los castilllos tan fantásticos que tenemos en la llanura castellana.
.-"Pero como las pirámides de Egipto, respondió una voz, (que consiguió que a mi se me dispararan los recuerdos del sol de mediodía asomando entre las cimas de las pirámides, aquel día que arribé Guizé) que se quiten todos los paisajes del mundo, que yo aún no he vivido experiencia mejor", alegaba la de mayor edad y mujer de negociante. ¡Qué templos, que grandiosidad, qué experiencia en los zocos y en el Cairo, a bordo de un autobús y sorteando un trágico infernal!.

Subido ya el pantalón y agarrando los bultos de mano, le pedí encarecidamente a mi marido que volviéramos de nuevo a Abu Simbel solos alguna última vez.
Me entró una necesidad engañosa (creada después de escuchar a hurtadillas una conversación entre viajeras) de no querer morir sin volver a ver los colosos de piedra que custodian la entrada del templo, que aún es más grandioso si cabe en su interior.

-"Volver a ver el desierto, y viajar a Australia, como tu hermano. Volver a Túnez y a sus ruinas de Cartago, o visitar Estados Unidos y darse cuenta de que no es para tanto. Volar hacia la ruta de los mayas o al Machu pichu. Bajar a Tierra de fuego o a Japón. A China a ver su muralla, a Tailandia o a Jordania, a Turquía y a un crucero por el Egeo. Sobre todo a ver la aurora boreal en el Mar del Norte y pasear en trineo en Laponia. Hay tantos sitios, cariño que tenemos que ver..."- me contestó emocionado.

La imaginación siempre se dispara cuando se trata de viajar, de conocer otros lugares y cómo no, visitar otros escenarios que nos inviten a vivir otras vidas, soñar que somos otros personajes, incluso permitirnos a nosotros mismos una pausa, un paréntesis donde todo es posible y donde los problemas cotidianos, el aburrimiento o los malos rollos de cada día, quedan fuera, lejos, más allá de las nubes, y sin embargo a tiro de piedra en un avión.

Pero el sueño termina, siempre demasiado pronto. Un día te levantas y la maleta está ya preparada, los billetes encima de la mesa y los pasaportes en el bolso. Hay que marcharse, la aventura acabó y hay que volver a tu país, a tu sitio.

Llegas a tu casa y con las llaves en la mano, y sin deshacer siquiera las maletas, no quieres sino ver las fotos, el video, las postales que compraste y todas esas galletas, chocolatinas y chucherías que compraste allí, que ya parece otro mundo, ya parece lejano en el tiempo.

Sólo te queda eso, los recuerdos y soñar con un nuevo viaje, un nuevo destino, un trozo de sueño que un dia, quizá, vuelva a hacerse realidad.

HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...