lunes, 27 de diciembre de 2010

Conversaciones con mi barriga. Parte 1ª

He estado guardando un secreto, incluso para mi misma, durante hace ya cinco meses.

No se lo he dicho ni a mi cuerpo, que el pobre, engañado vilmente por mis miedos, no se ha atrevido siquiera a protestar, expansionarse o a pedir ayuda, tan atareada estaba mi mente tratando de sobrevivir el día a día, sin soñar, hacerme ilusiones o pensar en un futuro, que probablemente podía malograrse en cualquier momento, como las otras dos veces.

Hoy, sin embargo, que los médicos me han confirmado que lo que crece en mi vientre plano es un niño, un niño que además está sano, me he atrevido a mirar hacia abajo, hacia la zona esa de mi tripa que empieza a moverse, y a creerme que es verdad, que realmente una vida está creciendo dentro de mi. Y por vez primera, me he permitido que mi barriga empiece a crecer sin miedo.

Se ha alegrado, al menos me ha obsequiado con unas cuantas patadas, unos retortijones y un poco de acidez, pues me atrevo a asegurar que cada vez que tengo ardor de estómago, no es por culpa de mi hernia de hiato, sino simplemente porque estoy embarazada.

Es la primera vez que me lo digo a mi misma, que lo hago público, que me atrevo a verbalizar un estado, que las mujeres muchas veces tenemos la suerte de poder compartir con nuestros hijos.

Estoy esperando un hijo, estoy encinta, preñada, hay muchas formas de decirlo, que se resumen en todo un surtido de ilusión, miedo, pereza, desencanto y casi siempre mucha esperanza, que duran la friolera de cuarenta semanas.

Tiempo suficiente como para conocer a ese pequeño ser que va creciendo dentro de una, sin molestar mucho, o a veces todo lo contrario, pero que será probablemente el tiempo en el que menos molestará.

Un tiempo para entenderlo y que te entienda a ti. Un periodo mágico de encuentro donde dos corazones laten en un mismo cuerpo y por mucho que se alejen en la vida, en lo que acotentezca en el futuro, habrán compartido un pedazo de momento para siempre, y sin que nadie nos lo pueda quitar.

-¿Nos acordaremos?, le pregunto hoy a mi hijo Daniel, que ya me va resultando familiar, cercano y hasta un poco incordiante, porque cada día se mueve más.

Mi hijo no contesta, seguramente estará jugando al fútbol con un pedazo de pan que acabo de comerme en la merienda, que se ha colado en su líquido anmiótico para alimentarlo a él también.

No le interesa todavía todo lo mundano, ni siquiera se plantea grandes enigmas. Vive para crecer, formarse, hacerse a si mismo y reconocerse como un ente que un día saldrá de la burbuja donde ahora está.

Es casi imposible de entender, me digo a mi misma sentada en una mecedora cruel que mantiene ergida mi maltrecha espalda. Casi tanto como hablarle a una barriga, y sin embargo, lo hacemos casi todas las mujeres cuando nos quedamos a solas con nuestro hijo.

Él sabe todas nuestras inquietudes, estados de ánimo. Es más, me atrevería a decir que intervienen en nuestro criterio, en nuestro genio y en nuestros gustos.
Cuantas veces nos sorprendemos a nosotras mismas con cosas que sabemos que no son nuestras, que no nos identifican ni pertenecen.
Comer cosas que nunca nos gustaron, despreciar olores que siempre están ahí y sin embargo resultan insoportables, tener caprichos que jamás nos atrevimos a verbalizar.
Son cosas que a mi no me han ocurrido de momento, pero que le ocurren a cientos de mujeres, y yo las creo. A mi no me pasan, quizá, porque mis hijos, Miguel que ya tiene cinco años, y Daniel, que está dentro de mi desde hace cinco meses, no son demasiado exigentes, ni su caracter es tan marcado como para diferir demasiado de lo que soy yo.

Mis cambios, las cosas que yo voy identificando como no mías, son mucho más profundas, más difíciles de explicar. Unas ganas de vivir tremendas, de aprender y de saber pero, sobre todo de recordar, cuando me quedé embarazada de Miguel, y una serenidad no exenta de sabiduría, ahora, que siento que mi hijo me empuja con toda su energía a que no desespere, a que crea, a que me deje llevar por la felicidad que supone la vida misma, la existencia misma.

Sentimientos que sé de sobra que son de ellos, que ya tienen alma, ya tienen conocimiento, ya saben cómo van a ser porque son ya. Esencia que todavía no tiene un cuerpo completo, un rostro o un color de pelo, que no tiene conciencia de si misma y que no se pregunta ni siquiera qué hace ahí flotando en un espacio donde sólo escucha el latido de un corazón.
Esencia que se mezcla con la mía, que dialoga con mis adentros para tratar de entenderme y yo a ella, en simbiosis imposible y sin embargo mágica, que mezclará por única vez lo que Daniel es de lo que soy yo. Y que ya mezcló una vez a Miguel conmigo, sin que pudiera ni quisiera evitarlo, y me convirtió en lo que soy.

Mañana seré un poco Daniel también cuando pasemos un tiempo juntos. Y él será un poco esta madre que le ha tocado en suerte o que yo creo que ha elegido él, porque ya quería venir a la vida y estar en esta familia.

Es algo que ya tengo claro, y sigo sintiendo ahora.
Lo sentí muy claramente en mi otro embarazo. Tenía miedo de no ser suficiente, de no ser buena madre, y mi hijo se encargó en asegurarme que había venido precisamente por mi, que me había elegido de la misma manera que le había elegido yo a él.

Ahora no tengo dudas. Sé que Daniel nos ha elegido a nosotros y ese miedo ha pasado. No ha pasado sin embargo el miedo a llevarlo dentro, a que no le pase nada, a que tenga que protegerlo siempre porque algo vaya mal. Un miedo que ahora sé, que no te abandona nunca, ni te abandonará hasta que mueras.

Sin embargo, confío en él, en su serenidad. Es él el que se encarga de recordarme lo fuerte que se ha convertido en todas esas veces que ha intentado venir y ha tenido que luchar por seguir adelante. Es él el que me da la tranquilidad suficiente como para confiar en la vida, en que se abre paso siempre que hay una razón poderosa para existir.

-Hay una razón muy poderosa para existir. Para que yo exista, me dice siempre.

Yo le creo, aunque le he escuchado poco hasta ahora. No me atrevía, no quería creer que era verdad.

Hoy sin embargo, que estoy segura de que por ahí anda ya, he decidido mantener alguna que otra conversación con él y compartirla con vosotros. Para no olvidar jamás, que la magia de la vida existe, y que todo lo que se siente cuando estás embarazada no son sólo caprichos, antojos y mal humor, sino un mundo de sensaciones que no volveremos a sentir, a no ser que otra vida, acampe en nuestra barriga.

Querida barriga, prepárate, porque en los próximos meses, los diálogos no serán tan sólo conmigo misma ni con los interlocutores callados que se acerquen a este espacio, serán, lo quiera o no, contigo, testigo indiscreto de mi intimidad.

HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...