lunes, 23 de marzo de 2015

Instantáneas para la eternidad.


Ayer leí un artículo sobre la necesitad que algunas personas han creado de hacerse un selfie, colgarlo en internet o en sus móviles y mandarlo a sus amigos. Son imágenes de todo lo que hacen, de lo que comen, de dónde han estado y lo felices que son.
Parece ser que la mayoría de esas personas, según las encuestas, lo hacen como exhibición, para colgarse un trofeo, y la causa intrínseca está en que no acaban de disfrutar, de ser felices ni en sus momentos más especiales. 
He estado pensando en ello...

Suena el móvil, estoy de camino al colegio, a recoger a mis hijos. Lo abro pensando que es algo importante. Ah, no pasa nada, es una foto mandada por whatssap de un amigo que está comiendo en un restaurante con su chica.
-"Que disfrutéis mucho", voy dando a las teclas mientras camino deprisa por la acera de la derecha, de la Nacional VI.
Casi me tuerzo un pie con una piedra en el camino, menos mal que ha sido un simple tropiezo.
Al instante llega otra instantánea. Es un selfie de ellos dos sonriendo.

Recojo a mis hijos, volvemos a casa y después de comer suena el móvil de nuevo.
En esta ocasión es mi hermano. Está dando un curso de esos que da de programación o no se qué en Arabia Saudí. Es una nota de audio.
La enciendo y sale un rezo prolongado, profundo e incomprensible. Me pone los pelos de punta.
Es la oración que mis alumnos están haciendo ahora mismo, escribe mientras nos envía una foto de cuatro tipos inclinados sobre sus alfombras con salvase a la parte en primer plano.
Alucino. En el mismo día he visto un chuletón de buey a la pimienta y unos tíos rezandoa Alá, con tan sólo pulsar un botón.
Le envío una foto de mis hijos comiendo sus macarrones con tomate y con la boca sucia y una nota de audio con Danito, diciéndole a su tío Luis que venga pronto su hijo Oscar, que hace mucho que no le ven porque viven en Barcelona.
Miguel le contradice.
-No hace tanto, Dani,¡ le vimos la semana pasada en Skype!.

Tiene razón mi hijo. El mundo está cambiando, y nosotros con él. Ayer mandé una factura por whatssap y me mandaron del colegio un informe que tengo que escanear y firmar, y volverlo a mandar sin pasar por la oficina. No conozco al novio de mi vecina todavía pero he visto cómo hace la compra, conduce su coche y cómo se encontraron hace dos semanas, porque me lo mandó todo en directo por whatssap. Tampoco he visto a los hijos de mis primos y sin embargo tengo fotos de ellos vestidos de pastorcillos en la función de su colegio.

Hace años que no veo a muchos amigos, unos viven en Malasia y los otros a escasos kilómetros de mi casa, y sin embargo saben casi todo de mi porque hablamos todas las semanas por el móvil, y les mando fotos de las cosas que hago y digo, aunque no los he abrazado hace décadas.
He vivido un año en Barcelona y mis padres nos veían a diario por skype, y aunque no habían estado en mi piso, sabían cómo era tan sólo por pulsar un botón. No he visto la reforma de la casa de mi hermana en directo y sin embargo he visto hasta el último rincón por los vídeos que nos ha mandado. Y aunque no he ido al hospital, he visto cómo entraba mi padre al quirófano con su gorro verde segundos antes de que el camillero traspasara el umbral. He visto los primeros pasos de mi sobrino, la caída de mi otra sobrina en la bici y cómo se viaja en un trineo sin subirme a él porque con una cámara tienes esa misma sensación.

-¡Si el abuelo levantara la cabeza!, le digo a mi madre, recordando a su progenitor, loco de la tecnología, la fotografía y las fotos bien hechas, en los albores del siglo XX, que si hoy pudiera tener acceso a todo esto, pensaría aquello de que "haberlas hailas, como las meigas".

Nada de esto nos extraña, es lo normal, le explico a la foto de mi abuelo, reflexionando que mis necesidades  y las de los hombres de mi tiempo son otras y también la forma de percibir el mundo, la realidad, a los demás.

- Pero, ¿somos más o menos felices?. ¿Por qué lo hacemos?. ¿Son estas personas seres infelices que se dedican a mostrar lo que viven a los demás por exhibicionismo, como decía el artículo, o es que estamos inmersos en una clase de realidad que nos ha cambiado a nosotros mismos y la manera que tenemos de relacionarnos con nuestros seres queridos?.

Un poco de todo, seguramente.

Analizo lo que yo hago, tratando de no juzgar a mis semejantes, partiendo de mi propia experiencia.
Hasta el mes de agosto pasado no tenía ni whatssap, ni datos en el móvil ni una cámara de vídeo con la que mandar nada. No sabía lo que era un selfie, ni mandaba notas de audio para no tener que escribir.
Con mi móvil por si me pasaba algo, y una cámara en ristre, que reservaba tan sólo para los viajes u ocasiones especiales, me dedicaba, y me sigo dedicando, a fotografiar todo aquello que merece ser fotografiado.
Un paisaje maravilloso, una puesta de sol, una palmera que rasca el cielo, un banco con dos ancianos que se miran eternamente, un monumento que me deja boquiabierta, la sonrisa de Miguel cuando mira a su hermano, a mi marido regañando a Danito, a mis hijos en los columpios. A Antonio sin corbata ni chaqueta, con mangas de camisa, tirado en la hierba con sus hijos volando sobre su cabeza.
Una estatua con mis hijos encaramados en ella, una foto improvisada cuando todos se ríen a carcajadas o un salto de esos en el aire que me hacía mi abuelo para verme volar, y que yo ahora me encargo de hacerles a mis hijos cada vez que vemos unas escaleras y yo imito a mi antecesor.

Con un abuelo como el mio, incapaz de salir de casa con sus nietos sin una cámara colgada del cuello, empeñado siempre en hacernos sesiones de fotos interminables que luego nos ponía en su proyector una y otra vez. Habiendo aprendido que la felicidad se puede volver a vivir, si eres capaz de inmortalizar esos momentos, seleccionarlos, sacarles una instantánea y luego rescatarlos del olvido encendiendo un proyector, quizá sea lógico que yo me empeñe en dar una oportunidad al momento para volver a ser, para destacarlo del fondo y vivirlo de nuevo, como revivía yo mi infancia cuando mi abuelo encendía su proyector de diapositivas.

Tengo un recuerdo imborrable de un cuarto de estar de fantasías. Mis hermanos y yo, mi abuela repasando calcetines y mi madre recosiendo un dobladillo, volvíamos a vivir esa visita al Monasterio del Escorial, o una merienda en el Pardo, el cumpleaños de mi hermano pequeño, la boda de mis padres, mi bautizo o el de mis hermanos, viéndonos crecer mientras comíamos un bocadillo de foi gras.
Hoy veo crecer a mis hijos en mi ordenador, envejecer a mis padres, hacerse adultos importantes a mis hermanos y llenar mi rostro de experiencias en esas instantáneas que hicimos para la eternidad.
Y mantengo un deseo incontrolable de compartir todo eso que una foto me enseña de lo vivido, lo aprendido y lo sufrido.

Quizá mucha gente no lo entienda, pero me paso, a veces, mañanas enteras recreando momentos mágicos, como me enseñó mi abuelo. Sentada frente al ordenador y abriendo archivos cargados con imágenes de mis hijos bajando la cuesta de la montaña nevada en trineo, soplando las velas en su cumpleaños o buscando entre los archivos las fotos aquellas del crucero que hicimos y en los que se nos ve más jóvenes e inmensamente felices.
Sonrío mirando al cielo, estoy segura de que mi abuelo está conmigo, disfrutando tanto como entonces con las fotos de su nieta con diez años, saltando en el retiro mientras le hacía una instantánea.

Me he desviado de lo que decía el artículo. En realidad me importa poco por qué la gente cuelga sus imágenes en internet o si quiere tener un trofeo.
Sentada frente a las fotos de un viaje que hemos hecho hace unos días, me siento profundamente agradecida a ser una mujer del siglo XXI, capaz de hacer magia con su cámara y poder dar color a imágenes a todo aquello que guardo en la memoria, en mis escritos y en mi imaginación. Todo lo que elijo como tapiz donde tejo mis recuerdos, mi felicidad ya vivida, mi capacidad para entender lo afortunada que soy por lo vivido ya.

Le doy gracias a la tecnología, al espacio y al tiempo por haberme hecho ciudadana de un mundo que explorando todo aquello en lo que mi abuelo soñaba a principios del siglo XX  es hoy una realidad.
Y mando un whatssap al cielo con la foto de mis hijos comiendo macarrones y un selfie mio, con una nota de audio que dice
-"Abuelo, tenías razón, se puede hacer una instantánea para la eternidad y al revivirla, volver a ser feliz".


HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...