lunes, 23 de mayo de 2011

Dormidos

Llevo unos días dormida. Dormida hago el café y dormida hoy le he tirado por encima a mi hijo el biberón, porque se me ha olvidado ponerle la tapa y la tetina, y cuando he ido a incrustárselo en la boca, dormida, claro, me ha despertado un berrido estridente a las cinco y cuarto de la mañana, porque mi hijo, curiosamente, no estaba tan dormido y quería comer, pero no a caño gordo.

-Perdona, hijo, es que estaba dormida, me disculpo.

Dormida. Dormida me levanto y me acuesto por la noche. En el intervalo entre la cama de la mañana y la de la noche, apenas recuerdo cuatro cosas. Hacer el desayuno, la comida y la cena, dar de comer a mis hijos, mascullar alguna respuesta a mi marido cuando me habla y contestar el teléfono con alguna incoherencia, pues quien me llama suele preguntarme una y otra vez, qué digo, que apenas se entiende.

Debo hacer algo más, porque la vida sigue su curso, mi bebé está precioso en su cunita, limpito y ha comido ya, y las cosas siguen pasando en el mundo, incomprensiblemente para mi, porque el tiempo y el espacio parecen haberse detenido en mi morada, querido lector.

Sin embargo, están pasando cosas en este país, he leído por ahí en alguna parte. Me ha parecido escucharlo en la radio y en la tele, cuando mi hijo deja un espacio entre Bob Esponja y las Pop pixies, para dejarnos ver un rato el telediario, cuando le castigamos porque se niega a tomar la tortilla para cenar.

Entre sueños, protestas de mi hijo y lloriqueos del pitufo que se queja en su cuna, he creído entender que España se está movilizando, que la gente se ha lanzado a la calle con su maleta de reivindicaciones y sobre todo con su cargamento de indignación, para acampar en las plazas públicas y denunciar la situación en que vivimos, que parece que, mientras estaba yo dormida, ha pasado a ser más de castaño oscuro.

Los jóvenes, los parados, que suman ya casi cinco millones, que se dice pronto. Los que han perdido sus casas y siguen pagando la hipoteca, que tiene bemoles la cosa. Los que pagan impuestos abusivos, los que no llegan a fin de mes. Los que han perdido el trabajo después de veinte años, los que tienen que quedarse hasta las tantas porque si no no te contratan más. Los que ya no van al cine o a la moda y se conforman con campear el temporal, los que no saben ya qué votar porque son todos unos mangantes.
Los funcionarios y los de la economía sumergida, los que ya no reciben su pensión o les han recortado el sueldo y ya no pueden asumir las facturas que se acumulan en su basura, para tratar de ignorar que en el banco, ya no les hacen reverencias o les ofrecen otra hipoteca, sino que ahora los llaman morosos...
Los que estamos dormidos y los despiertos, los que son jóvenes y los más mayores.
Los de derechas y los de izquierdas, los más radicales y los más razonables.

Vamos, que, menos la Duquesa de Alba que anda pensando en si casarse o no con un hombre veinte años menor, porque la mujer no sabe ya en qué ocuparse, y los cuatro famosos que se pelean embarrados en la isla por un puñado de monedas, creo que allí debiéramos estar todos, pues se me ocurre que al menos un noventa por ciento del personal, en éste país, está más indignado que nunca, porque en el colmo de la agonía, encima hay quien pretende convencernos de que todo esto es culpa nuestra.

Como no tengo yo cabeza ahora para comprender, me derrumbo encima de la mesa mientras me dan datos en la tele. Campamentos organizados, reuniones, manifestaciones y manifiestos proponiendo posibles soluciones. Algún que otro cabeza de chorlito que no dice nada coherente, al lado de una señorita muy razonable que apela a la paz y a la negociación antes de que vengan los militares a sacarlos de allí a gorrazos.
Me duermo en directo a las doce de la noche, cuando el gobierno ha declarado que no permite a los indignados dormir en la puerta del sol una noche más.

Sueño que Zapatero sale corriendo a refugiarse en la Moncloa.
-No pasarán, grita cerrando las puertas,advirtiendo a sus hijas que de alli no le sacan un grupo de locos, ni con agua caliente.

Los políticos mientras tanto van metiendo en el saco todo lo que encuentran. Las lámparas del palacio, el reloj de época y los fondos reservados que ya requisaron por si la cosa se ponía fea.

-Un poco de tiempo, reclaman ingénuos al populacho, que armado de sartenes, hachas para cortar la leña y escopetas de perdigones, les persigue hasta la misma entrada del Palacio, para que reaccionen y al menos dejen el poder en otras manos.

-¿Pero qué piden?, pregunta ignorante la vicepresidenta a un Zapatero aferrado a las cortinas del salón dorado que no quiere abandonar ni atado. Convencida que con las reformas que han introducido en el empleo, con las ayudas a los parados y con la noche en la que abren los museos, son suficientes para el vulgo desagradecido, que con tal de montar el pollo se inventa lo que sea.

-Pues un poco de dignidad, señora, responde un camionero que con cuatro hijos paga su hipoteca y vive con los suegros porque los embargaron hace ya dos años.

Me despierto a tiempo para que no revienten las puertas de la Moncloa los cientos de indignados que corean a unísono que caigan las barricadas, que bastante dormidos hemos estado ya, para no denunciar antes la vida que llevamos, aguantando lo que nos echen y encima contentos porque el año pasado ganamos el mundial.

-¿Qué ha pasado con los insurrectos?, le pregunto a mi marido,que sonámbulo le da el biberón al pitufo que asoma sus ojitos para mirarme asombrado.
Como está dormido, ni entiende lo que digo, farfulla que me duerma otra vez, qué más vale dormirse para no ver la realidad que nos envuelve y nos confunde.

Como dos marmotas, nos quedamos dormidos, abrazados, ajenos a las elecciones y a los gritos de protesta. A sabiendas de que precisamente por estar dormidos, atontados y sin querer saber, han aprovechado otros para sacar partido y hasta los higadillos a todos nosotros, ahora que dicen que hay tanta crisis.

Que tontos somos, me da tiempo a reflexionar. Quisiera despertar, despertar a los que como yo viven el día a día, apostando por sobrevivir con las condiciones que se presenten. Sobreviviendo a la rutina, a lo que tenemos y lo que nos han quitado, a lo que ya no es para nosotros y nos conformarmos con soñar.

Dulce utopía, querido lector. Cansados, confundidos y convencidos de que poco podemos aportar, las marmotas maltrechas, al final nos conformamos con soñar.
En volver a dormirnos y soñar...

jueves, 12 de mayo de 2011

FELICIDAD PRESENTE

Hay un par de cosas, por lo menos, donde todo el mundo se pone de acuerdo siempre. Es un poco raro. Los humanos siempre tenemos ideas dispares sobre todo y sobre todo hay siempre opiniones. Basta que haya uno que piense que ahora es de día, para que argumenten otros que el cerebro nos engaña, que en realidad es de noche. No entro en cuestiones más baladíes, pues seguramente perderé el hilo de mi propia cordura o al menos el de esta narración.

Hace unos días he vivido uno de esos momentos en los que todos estamos de acuerdo.

Fue en un quirófano, hace apenas quince días. Con las piernas abiertas, asustada, cansada, aferrada a unos manillares, escuchaba al menos a diez personas, que me rodeaban por todas partes y de cuyo nombre no quiero acordarme, que estaban completamente de acuerdo.
-"Empuja, empuja", me gritaban todos a la vez.

Maltrecha, aturdida, asentía con la cabeza y les hice caso, empujando con todas mis fuerzas. No era cuestión de contradecir al Universo, ni siquiera a los humanos que al unísono se habían puesto de acuerdo. Lo que tenía que hacer era eso, empujar.
Por si tuviera alguna duda, la petición se repetía y se repetía. Estaba claro, si algo había dudado alguna vez sobre lo que tenía o no que hacer, ahora encontraba su sitio. Empujar.

Atenta a la solicitud, el mundo se volvió un pequeño momento en el que todo se concentraba en un punto. Una vida que quería salir, un segundo que quería llenarse con un llanto. Un alma que entraba en el mundo de los vivos por un pequeño agujero que era mio, y que sólo necesitaba de un último esfuerzo: un esfuerzo que tenía que hacer yo.

Con el poder que sólo una madre sabe buscar en lo más recondito de sus propias fuerzas, empujé por última vez y se me arrancó de cuajo un pedazo de alma. Un pedazo de alma que ahora duerme en su cunita y que se llama Daniel.

Nada más depositarlo en mi regazo, esos instantes en que lo ves por primera vez, experimenté otra de ese par de cosas en que todos los humanos estamos de acuerdo. Esa suerte de felicidad que por añadididura, es presente, es efectiva, es tan real como el momento que se llena de sentido por una vez en la vida. Una felicidad que te permite vivirla con intensidad, sabiendo lo afortunado que eres por haber vivido eso que justifica la vida entera, los errores, las penurias, los dolores o la ausencia. Felicidad que justifica toda una existencia de sinsentidos, de nadar contra corriente o soñar con sueños que nunca parecen hacerse realidad.

Una felicidad responsable además, porque al mirarlo, al ver su indefensión, su chillido incipiente a punto de romper el aire y llenar la sala, entiendes que por mucho que él pase en la vida, por muy indefenso que esté, le pase lo que le pase en su existencia, que no podrás controlar por mucho que quieras, al menos ese hijo de tus entrañas, ese pedazo de alma que te ha arrancado la vida misma, será querido, será protegido, será lo más importante en tu existencia, que más allá de tu misma, será lo que llene todo y lo que justifique todo, incluso que uno pierda la dignidad.

"Tener un hijo es algo que no se puede explicar", otra cosa en la que todos los humanos estamos de acuerdo. Algunos intentamos ponerle palabras, otros imágenes, música, emoción, lágrimas o una foto en el móvil para enseñarla a quien se acerque.
Otra cosa es vivirlo, sentirlo, dar forma a toda esa sinrazón que durante nueve meses te permitió vivir habitada, llena, compartiendo el mismo espacio con otro corazón pequeño, que late sin que adivines quién está usurpando tu vida, tu cuerpo, tus sentimientos y tus anhelos.

De pronto te abre los ojos y se hace presente. Te mira, te sonrie, te pega un berrido o se acurruca en tu seno, buscando comer o un poco de calor. Buscando que lo ayudes, que le enseñes a vivir, que le des tu apoyo, tu cariño, tus ganas de luchar y sobre todo una razón para que él encuentre su propio camino.

Sabes que siempre será así. Que incluso en la otra vida, si es que la hubiera, estarás pendiente de él, de lo que hace, de lo que hará y de lo que a lo mejor no entiendes. Sabes que pasarás horas cuidándolo, acunándolo, cuidándolo si se pone enfermo o jugando con él en el suelo mientras la espalda te mata.
Sabes que todo tu espacio y tu tiempo se llenará de sus risas, de sus llantos, de sus biberones o sus papillas, de sus chupetes tirados por el suelo o sus cochecitos, rotos y sin ruedas desperdigados por el salón.

Lo sabes porque lo has vivido ya, porque lo vives ya en primera persona y sabes de la ingratitud de tu tarea, de lo que cuesta dejar de ser una misma para convertirte en otro, para pensar de otra manera, mirar al mundo de otra manera.

Lo sabes y has repetido, inexplicablemente, sin que entiendas por qué era un sueño hecho realidad ver los ojitos de esa criatura que latía en tu seno y que ahora ha venido a tu vida a ser todo para ti.

Que eso produzca felicidad, querido lector, es algo que sólo puede entender otro ser humano que ha pasado por lo mismo, que no necesita de explicaciones o dar vueltas al tema, porque sabe que es así.

Seguramente, si no es padre o madre, no podré convencerlo de que esa suerte de responsabilidad, esa carga para el resto de la vida, y quien sabe si de la muerte, es felicidad tangible, presente. Felicidad, que no se alimenta de recuerdos o se nutre con anhelos y esperanzas para el futuro, que se siente en primera persona y en presente.
Por mucho que haga un segundo que ha pasado, quince días o años y años, como les pasa a nuestras madres. Por mucho tiempo que haya pasado y hayamos olvidado el dolor, el esfuerzo, el miedo y el peso de la responsabilidad, se repetirá en el alma hasta el infinito, para recordarnos que a fin de cuentas, no era tan malo ser humano.

HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...