viernes, 5 de agosto de 2011

Conversaciones con el Tajo

Entre el cielo y el suelo, navegando con los veleros que surcan el Tajo y con la mente abstraída de todo, he aprendido a hacer un hueco al silencio. He aprendido a surcar los océanos con la mente, a caminar descalza por el césped o a escuchar la voz de mis adentros, sin escuchar las voces que a mi lado se hacen sordas y pequeñas,por mucho que me importen.

No tiene mucho mérito. Yo creo que es una habilidad que desarrollamos las madres por instinto. De otra manera, nos volveríamos locas. Locas por el sonido estridente de los juguetes que pitan sin parar, por la voz chillona de un mico de cinco años que cuenta lo mismo más de cien veces o el berreo de un bebé que para expresarse, martillea tu mente y tus pobres tímpanos, porque no sabe hacerlo de otra manera.

Quizá por ello, porque ya había abierto un hueco a mi silencio, encontré la manera de desconectarme de Miguel que me agarraba cada vez que escalaba la pared hasta mí para tirarse por el otro lado o del berreo de Daniel, que pedía un biberón y su padre le preparó a orillas del Tajo, en la misma Plaza de Comercio de Lisboa.

En ese silencio escuché el eco de la voz del Tajo.

-Ya estás de vuelta, amiga, me dijo con su tono profundo y sereno.

-Son muchas veces ya, le dije feliz, complacida al comprobar que me había reconocido por mucho que había cambiado. En el fondo las golondrinas aprenden nuestros nombres, quise decirle al señor Bécker, al escuchar que me llamaba por mi nombre.

Con la imaginación, abriendo una pantalla invisible que ambos podíamos compartir, me vi la primera vez que me asomé a sus aguas.

No fue una vista muy agradable, pues me asomé al mismo balcón que ahora compartía con mis hijos, para echar la pota, como se dice ahora vulgarmente.
Fue hace casi veinte años, reconocí ruborizada al río, a medio camino entre la verguenza de mi inoportunidad y la coquetería, pues aún tenemos la esperanza las cuarentonas de parecer un poco jóvenes todavía.

Era la primera vez que pisaba Portugal. Fue en un viaje organizado, de esos que hacíamos mi hermana y yo cada verano, empeñadas como estábamos en ver el mundo y sus rincones. Ahorrábamos todo el año y si las notas no eran malas, nuestro padre completaba el resto del importe. Nos pasábamos al menos quince días traqueteando en autobus por la vieja Europa, divisando desde la ventanilla los cientos de paisajes que, al menos yo, jamás he olvidado y que me hicieron creerme, un poco más, lo que ya Sócrates denominó: ciudadana del mundo.
Llegando al Tajo, después de una noche en blanco de Fados y discoteca, mi maltrecho estómago no pudo soportar la visión de un Lisboa sucio y polvoriento, horadado por tranvías que ahujereaban sus suelos empedrados y sus casas con la ropa tendida y grisacea por todas partes.

Hube de reconciliarme con Lisboa, y sobre todo contigo, Tajo, años después, cuando me acerqué de nuevo a tus aguas, a la altura de Belem. Entonces ya era otra persona. Intentaba explicarle a mi amiga Athiná, griega de nacimiento y políglota por añadidura, la diferencia que existe entre el verbo ser y estar en español, que tanto trabajo cuesta diferenciar a los extranjeros.
En animada charla (que por cierto, he vuelto a repetir en contadas ocasiones), con la mochila en la espalda y los pies colgando de un bordillo, debajo del Momumento a los Descubridores, me miré en tus aguas por primera vez.

Joven todavía, aventurera de nacimiento y descubridora de mi misma en los rincones que iba visitando, me reconocí sóla y sin identidad definida.
Amiga de personas diferentes, que me ofrecían visiones diferentes del mundo. Deseosa de descubrir entre los restos olvidados de una ciudad perdida, una parte de mi misma. Garabateando mis pensamientos en hojas de cuadritos que acababa perdiendo siempre, reconocí ante tus aguas que me faltaba una parte de mi misma que completara mi mitad.

Tardé mucho tiempo en encontrar esa mitad. Tanto que todo se volvió doblemente especial al volver a tus aguas. Era incapaz de recordar la ciudad polvorienta y caduca que había adivinado en mis anteriores viajes, para convertirla en el rincón del mundo más romántico y apasionado que había visto jamás.

Sin el dolor de pies que ahora me acompaña, de la mano de la pasión, la ilusión y el amor recién redescubierto, recorrimos de la mano andando parte de tu cauce, sin reparar en que anochecía y que la oscuridad se abría paso entre las nubes encarnadas y el sol se ponía por fin.
Encendiste tus velas y un violín parecía sonar en la lejanía. Ya no me miré en tus aguas sino en los ojos de quien habiendo entendido que tenía que traerme precisamente hasta ahí, se instalaba a sus anchas en mi corazón, para siempre.

Feliz, di gracias a tus aguas. Y te prometí volver con nuevas buenas, de una vida que prometía encauzar sus aguas por derroteros que siempre quise recorder y reconocí hacía largos años, cuando hablaba mitad español y el resto en inglés con mi amiga griega.

Cumplí mi promesa con la llegada de mi primer hijo y también ahora, con la llegada del segundo, y entre medias, vine a llorar la pérdida, la ausencia, el dolor contenido por la decepción y sobre todo la sensación de fracaso, cuando la vida se encargó en demostrarme con toda su crudeza, que nada es tan bonito como en los sueños que creemos que se hacen realidad.

He sido soltera, soñadora, princesa de cuento que viene con su caballero. Madre de familia, doliente pensadora y dolorida con la vida y los demás, mirándome en tus aguas. Siempre la misma, por mucho que cambiara el color de mi pelo, mis gafas que ahora me identifican, mi condición personal o mis sueños.

Tú has sabido siempre reconocer entre el barullo de turistas, mi presencia. Reconocer mi eco silencioso y lejano invocando el espíritu de un río bravo e imponente, que sabe que acaba su camino unos pocos kilómetros allá, muriendo en el mar.

Y hoy, asomada de nuevo al balcón de tus flancos, con la mirada fija en el horizonte, he girado la cabeza para comprobar, que los ojos de una mujer mayor me miraban con ternura. Con su moño plateado y una sonrisa de oreja a oreja, detrás de Antonio, que tranquilo, estaba concentrado en el biberón de Daniel, me miraba fijamente, sujetando a Miguel que por enésima vez subía por las piedras salientes del otro lado y pasaba por encima de mis rodillas para caer al suelo y cumplir su misión secreta.

-"Congratulations for this beatifull family"-se acercó a decirnos con un fuerte acento que no supe si era flamenco o alemán.
Sí que es beatifull, sí, quise decirle a la mujer, pero me quedé a medio camino, tratando de comerme el nudo que apretaba mi garganta con la fuerza de la emoción.

Hubiera pensado que sólo el río y yo compartíamos mi felicidad, pero me equivocaba.
A mi lado, mi compañero de fatigas, áquel que me acompañaba siempre, intuyó que en un momento, yo había vuelto a reconciliarme con mi misma y con mi vida, como tantas veces.

-Volveremos pronto, ya verás- me dijo guiñándome un ojo.
Aquí o a tantos otros lugares mágicos que te recuerdan todavía.

-Me recuerdan...-dije emocionada, con lágrimas en los ojos.Recordando que se equivocaba el poeta, que las oscuras golondrinas que recuerdan nuestos nombres, sí volveran...

HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...