lunes, 19 de enero de 2009

PASEANDO POR HYDE PARK

He estado en estos últimos días viviendo una experiencia mágica, la sensación única e irrepetible de pasear todas las mañanas por Hyde Park. Lo único cierto de esta bella frase es que hemos pasado una semanita de vacaciones en Londres, y nuestro Hotel estaba a escasos metros de los jardines de Kesintong, que están, de hecho, pegados a Hyde Park.

¡Cuánto había pasado desde mi último paseo por esos parajes!.
No quería recordar y sin embargo era verdad que veinte años hacía ya, que no paseaba tranquilamente por esos jardines. Y si bien dice el dicho popular que veinte años no es nada, lo cierto es que algo del devenir del destino, en forma de enanito con anorak y gorro de lana, no dejaba de recordarme que ya no era la veinteañera española sin un pennie en el bolsillo y con el travel card trucado, que estaba estudiando un poco de inglés en la ciudad de la Reina.

Sin embargo, si no miraba más que al frente, sin detenerme en las voces de mi hijo gritando detras de las palomas, o en mi marido armado de su cámara, fotografiando hasta las placas de hielo del Serpentine, podía hacer un viaje en el tiempo.

El paisaje era el de siempre. Los árboles vestidos de oro viejo y las avenidas alfombradas de hojas caídas. Las ardillas recorriendo su consabido trayecto del árbol a la verja, y de la verja al árbol, a veces un poco decepcionadillas, porque pocos transeúntes llevan en el bolsillo unas avellanas para dárselas a las pobres. Casi todos van deprisa y corriendo. Los que no van haciendo footing, van en patinete o paseando un coche de bebé, y los hay, y muchos, que van agarrados a sus cámaras de fotos, esperando captar esa instantánea mágica que resuma un poco ese agradable paseo en un espacio verde, en medio del insensato y absurdo sinsentido de la gran ciudad. Y sobre todo, cientos de españoles, enfrascados en oír algo en español, algo que les haga darse la vuelta y preguntarte con descaro, de dónde eres, cuánto tiempo llevas allí y dónde te alojas.
Si te gusta la ciudad, si has visto el cambio de guardia o cúando te vuelves para allá para volver a comer jamón serrano y aceite de oliva.
¿Qué si me gusta Londres?, te preguntas con ironía, ciudad cuna de las prisas, de los trabajos part time y del olor a fish and chips, a wafles o a sopa caliente, que se vende por la calle y se toma de una estación de metro a otra, sentados en el metro, si es que el tumulto te lo permite.
Ciudad odiada y amada por todos, por sus rincones, sus prisas, su encanto.
¡Y qué decir de sus pintorescos personajes!, que tampoco parecen haber cambiado demasiado a pesar del paso del tiempo. Si acaso ahora, me extrañan menos que entonces, que no había visto fauna semejante en la España de la transición, por mucho que había asomado la nariz a la famosa movida madrileña, paseando por la cera de enfrente del Rock Ola. Los personajes de entonces, esos que adornan las calles de piercings imposibles o de pelos que desafían a la gravedad, de chaquetas que te llegan hasta los pies o labios negros perfilados en morado, siguen pateando Carnavy street.
Y no dejan de causarnos una mezcla de extrañeza y ternura por muy repetidos que estén en las películas inglesas, esa señora inglesa típica con su bolso amarrado por una absurda asita y pegado a la falda, que tanto se parece a la Reina, como el transformista vestido de mujer que escandaliza a cualquier gentelman inglés, que le dedica una mirada de soslayo mientras se cruza, educadamente, de cera.

Nada ha cambiado, ni los autobuses rojos de dos pisos que van a toda velocidad por las calles del centro. Ni las placas de las calles, ni los taxis negros, ni siquiera la tela de los asientos de los vagones del metro, que siguen siendo amarillos de cuadritos, raídos y sobados, pero enteros, conservando aún ese aspecto de usado que ya me pareció entonces casi extraño en la ciudad donde todo parece requetepensado y perfecto.
-"Es que me parece estar paseando por el ayer, sabes, hasta los anuncios pequeños enmarcados en las paredes de las escaleras del metro me parecen decir las mismas cosas, anunciar las mismas marcas..."-le decía alucinada a mi marido, que el hombre no dejaba de decir que mil vueltas le da el metro de Madrid al cutrerío del tube londinense.

Veinte años no es nada, decía aquél. Sin embargo, a las seis de la tarde, noche cerrada y con un frío en las manos que para qué contar. Llegando al hotel ya reventados, arrastrando los pobres pies encerrados en unas botas que ya no aguantas, tras recorrer horas las calles asfaltadas de la City, sí que ha pasado el tiempo, sí que pesa el pasado. Ya no somos los mismos, pensaba mientras recordaba que después de un largo día de trabajo, yo me iba con las chicas de la residencia a recorrer las calles del centro o a entrar en algún garito hasta altas horas de la noche. Y al día siguiente estaba trabajando ya en el Hotel de Bayswater a las siete de la mañana. Para salir pronto y dar mis clases de inglés en el colegio de Parsons Green.

Eran otros tiempos, tenía entonces veinte años. Pensaba otras cosas, me resultaban importantes otros asuntos que nada tenían que ver con llegar a fin de mes, pagar las facturas atrasadas o el colegio del niño. No sabía entonces gran cosa de Historia, aún no había empezado la carrera, y no podía imaginar que pasarían veinte años hasta que pudiera volver a enseñarle a mi hijo pequeño, el lugar donde empecé a soñar, donde empecé a ver el mundo y a vivir de otra manera.
Realmente, a ser la persona que soy ahora mismo.

Estoy contenta, le dije a un pájaro gris que me miraba perplejo desde las frías aguas del Serpentine en el mismo corazón de Hyde Park. Creo que entonces, si me hubieran preguntado cómo veía mi futuro o como me vería a mi misma veinte años después, no hubiera sabido contestar que lo que tengo ahora mismo, es lo que siempre quise por mucho que el entorno, lo vivido y lo aprendido, difiriera tanto de lo que me parecía entonces aburrido y tradicional. Lo que entonces aprendí a no querer para mi.

Parecía todo tan complicado entonces, y no había visto ni la mitad de lo que es la vida, las dificultades, la realidad de la vida esa que dicen los mayores que no sabemos cuando somos unos sabiondos jovenzuelos que presumen de saberlo todo. No sabíamos nada, pienso ahora convencida de que dentro de otros veinte, estaré segura de que no sé nada y no he sabido nada nunca.
Pero, hoy sé una cosa, que hay algunas cosas mágicas que permanecen en el tiempo, en el recuerdo y en un lugar especial del corazón.

Y una de ellas, fue, es y será siempre, un paseo por Hyde Park...

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HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...