miércoles, 25 de marzo de 2009

SUPERNENAS EN CANTABRIA


Cantabria, 19 de Marzo de 2008, día del padre, (ni nos acordamos), 7:15

Levantadas desde las seis de la mañana, y tras haber arrastrado a niños dormidos, maletas que pesan lo suyo y un sueño de cuidado, nos encontramos en el andén del tren de Santander, Ana y sus hijos, y nosotros.
Nuestro objetivo: embarcamos en el tren, destino nuestra suerte, los primeros tripulantes de la expedición a tierras cántabras, donde habíamos decidido ir a visitar a la supernena Esther.

Tras cuatro horas que no se las salta un gitano, y después de aclarar unas mil quinientas veces a nuestros hijos, que llegábamos, que no quedaba nada ya, encontramos al pie del vagón a Esther, que nos condujo diligente al hotel donde ya esperaban la familia de Mari Mar.

Comprobando la elasticidad de las camas, una a una, y tras una vuelta por el desconocido Santander, donde mi hijo se pegó dos golpes en la frente, (que aun tiene como recuerdo del viaje) pues trataba de seguir a Javi, que saltaba más alto, entramos en un restaurante para intentar comer.

El camarero, tras ver que el panorama incluía a cinco niños y cinco adultos, y no pensando ni en el negocio ni el dinero, evidentemente, nos informó que sitio había, pero que se tenía que pensar el hecho de aceptarnos o no en las dos mesas que quedaban, que por supuesto y dado el lío que suponía, no se podían juntar.

Atónitos por semejante decisión, y sin saber si mandar a freir espárragos a tan osado pensador, y largarnos a otra parte, pero ante la perspectiva aterradora de buscar a las tres de la tarde otro sitio donde comer, cuando todo estaba hasta arriba, la magnífica embajadora, Ana, alias Brie Bandecamp(o como quiera que se escriba el nombrecito), desplegó todas sus dotes de persuasión, para convencer al lugareño de la conveniencia de dejarnos comer en su establecimiento, que diez personas a doce euros el menú, podía incluso compensar las pérdidas.

Después de diez minutos de estar sentados en nuestros sitios y tras la lluvia de aviones, dos vasos rotos y una botella estrellada en el suelo, concluímos con él, que efectivamente, no se lo había pensado suficiente, y sobre todo, no se lo había pensado bien.

El puente no había hecho sino empezar, y viendo que la pobre señora que iba de incógnito, con gafas de sol y de espaldas a la mesa de nuestros churumbeles, recibía estoicamente y sin decir esta boca es mía, las bolas de papel, los meneos de Guillermo cada vez que iba a comunicarle a Javi pequeño sus fechorías, y los gritos, concluímos que no debía saber, como los de la mafia siciliana, que sentarse de espaldas a la puerta, nunca es buena idea...

La comida acabó, gracias a los dioses, sin ninguna baja, pero con flojera de piernas de una servidora, una mancha de tomate en algún que otro pantalón, y con la firme promesa de que, en próximas ediciones, seguramente buscaríamos lugar más recogido, porque en pleno paseo Ribera, a la luz del sol y sin protección policial, acababamos seguro algunas en el manicomio más cercano.

Y sino, al tiempo...

El paseo por la Magdalena con catorce personas esta vez, (pues se sumó la familia de Esther), y la noche del primer día, no revistió mayor trascendencia, salvo que agotados, caímos en la cama a las diez de la noche, exhaustos y maltrechos, para prepararnos para llevar a Cabarceno a los angelitos desfallecidos en sus camitas, al día siguiente.

Amaneció la jornada soleada y llena de promesas, de que el día sería largo, y más viendo el mundo animal que a los niños al menos les distrae un poco de sus diabluras.
A las doce de la mañana, y tras aguantar la cola de la puerta, llegamos a ver el parque, que prometía al menos separar en dos coches a nuestros vástagos, que lejos ya de verguenzas, habían tomado conciencia de la situación, y sobre todo confianza.
¡Porque no sabéis lo que une a dos diablillos, conducir un carro de la compra por el supermercado, a toda galleta y sin frenar ni en la caja!...y lo que se animan los demás, cuando comprueban que ellos también pueden sumarse al cachondeo.

El caso es que Zipi y Zape ya habían estrechado los lazos de amistad (que por cierto, no se romperían en ningún momento en el viaje) y empezaban a hacer de las suyas. Desde que Miguel, inocente criatura, empeñado en seguirles, se tirara de cabeza a una fuente, hasta dar de comer a los burros las manzanas del postre, lo cierto es que llegamos a casa de Esther, sin pantalones y con algún chichón, pero más o menos sin incidencias de interés público.
Nuestra intención era embarcarnos en el viaje a la casa rural, en la localidad de Carmona.

Ya todos juntos, y tras visitar las habitaciones de una casa rural que ocupamos por completo, nos dispusimos a cenar en el restaurante de abajo, donde nos esperaba el indómito Aparicio, lugareño cántabro de toda la vida, que con cara de gremblin asustado, no tenía cabeza para aquel aluvión de peticiones, que se resumieron en un sopa y filete para todos, que la cabeza no le daba para mucho más.

Nos la debió servir la hermana del gremblim, pues la mujer tenía el mismo semblante, y sobre todo la misma pachorra, y pacientemente, (que lo cortés no quita lo valiente) aguantó que el que no quería cola cao para postre, quería un helado de tarrina, y el que había pedido la tarta de queso, prefería la de chocolate del compañero.
Así que, seguramente, los dueños de la posada, agotados y exhaustos se arrastrarían esa noche, presurosos a la piltra. Más o menos, con la misma premura que nosotros.

Después de batallar para que todos se pusieran el pijama y se metieran en sus respectivos sobres, quedamos las supernenas en el pasillo, para hacer una fiesta de pijamas y recordar viejos tiempos.

En el frío suelo, con Aparicio apagándonos la luz desde abajo, para ver si cogíamos la indirecta y podía acostarse él, y con una lucha a muerte, a ver quién se acostaba antes, mantuvimos nuestras posiciones hasta la una y media. Hora en que, Aparicio fuera de combate, y reinando el silencio tan sólo interrumpido por algún que otro ronquido, Ana, tan comedida como siempre, dictaminó que no eran horas ya de seguir despellejando a todo aquel bicho viviente que conocimos entonces. Pues, seguramente, a esas horas, se habrían despertado despavoridos y extrañados, aquejados de un fuerte pitido de oídos.

El día tocaba a su fin, y fuerzas teníamos que guardar todavía, para lo que nos esperaba en las cuevas del Soplao, donde teníamos ya reservado grupo a las once y media de la mañana.

El desayuno, tras el incidente sonado de la entrada de Zipi en nuestro cuarto, donde vestidos de Adán y Eva, mi maridito y yo salíamos de la ducha, (que no le causó ni frío ni calor al niño, pero a nosotros nos traumatizó ya de por vida) fue más bien escaso y cargado de cuchufletas dirigidas, naturamente, a los que pillados infraganti, reconocíamos no cometer esa clase de excesos, ni borrachos perdidos en nuestros mejores tiempos.

El padre Fran, entonces, viendo que aquel cachondeo se salía de madre, y trayéndonos al órden para organizar un poco el día, nos convocó en su cuarto, donde subido en su púlpito y a la voz de queridos hermanos, organizó estupendamente la jornada, que si ya se las prometía felices, con un poco de organización, seguramente, los feligreses sabríamos estar a la altura.

Agarrado Zipi por Mar Mar, Zape por una Brie implacable, que no se dejaba amedrentar, y bajo el peso de la condena de no utilizar la PSP en todo el día si la cosa llegaba a mayores, los gemelos se portaron como era de ley. Permitiendo que todos, visitáramos en trenecito el centro de la tierra, donde nos llegamos para observar con espectación una cueva grandiosa.

Esta estaba llena de estalactitas y estalagmitas de tamaño tan colosal, que algunas calificaron de excesivas, incluso obscenas. Y sin temor a equivocarme, me atrevería a afirmar, que traumatizaron a más de una (y de uno, que no tenía ni idea que semejante tamaño fuera posible), que no podía quitarse de la cabeza, semejante visión, ni siquiera con la comida pantagruélica, que dejó a todos, excepto a la buena de Esther, completamente fuera de combate.

Medio dormidos algunos, sin parar de darle a la singueso otras, cargados de cámaras de fotos, niños a cuestas o patines de ruedas, terminamos la jornada en San Vicente de la Barquera, antes de recogernos en nuestros aposentos prontito. Que como era de ley, el padre Fran nos recomendó encarecidamente, dada la afición de nuestros queridos vástagos por montar el pollo doquiera que fuéramos.

Empachados, cansados y yo con un catarro que no se lo salta un gitano, tratamos de convencer a la comadreja, hermana del bueno de Aparicio, de la conveniencia de una cena frugal, que desde luego la mujer no comprendió. Porque nos volvió a obsequiar con las biandas abundantes del día anterior, e incluso con una ración extra de pajitas, (o páginas amarillas, que fue lo que entendió al bueno de Carlos) para que los niños se tomaran el cola cao calentito, que acabó derramado en una mesa llena de barcos, que salpicaron hasta el pantalón de Brie.

Llorando de risa Augusto, cansados y con ganas de juerga, (eso que nadie había bebido ni un licorcito) arrastraron los padres de las criaturas, a cinco adictos a la PSP y a Miguel lloriqueando porque nadie le dejaba jugar, a sus cuartos para tratar de acostarlos. Pues hasta en pijama y bañaditos estaban ya las criaturas, para que las supernenas volvieran a reunirse en Gran Consejo y rematar los detalles, que tras 25 años, sin verse, habían quedado en el tintero.

Allí nos quedamos las cuatro frente a frente, que si por contar intimidades fuera, ni venticinco minutos parecían que habían pasado de nuestra última reunión de amigas. Mujeres, madres, cuarentonas y superheroínas de todos los días, por añadidura, no habíamos dejado de recordar, lo que fuimos y lo que soñábamos entonces que hubiéramos querido que fueran las cosas.

Ya con la confianza de poder regañar hasta los hijos de tus amigas, de contar alguna que otra intimidad o de jurar en arameo si el Principe Miguel, con las dos princesas, Carmen e Isabel, te pisaban el ojo de gallo al bajar del castillo improvisado de las escaleras de nuestro cuarto, nos dimos cuenta de que el tiempo había volado, y el viaje tocaba a su fin.

Con las maletas hechas, el Aparicio hecho un verdadero lío con la cuenta final a pagar, y todos los lugareños de Carmona, a las puertas de la posada para ver el espectáculo en todo su explendor, bajamos con los pelos tiesos, los pantalones llenos de churretes de Cola Cao, y a Zipi y Zape practicamente amordazados, pues si en el último momento hacían alguna de las suyas, no saldríamos del pueblo en hombros y dando la vuelta al ruedo, sino de una patada en salvese a la parte de los compadres de Aparicio, que resoplaba y no veía la hora de perdernos de vista.

Con dignidad y sin perder la compostura, empezamos la ruta camino de casa, que hicimos sin demora por el tráfico y con la mayor tranquilidad, tratando de hacer exámen de conciencia y propósito de enmienda para futuros encuentros en la tercera fase.

El experimento había sido un éxito.
Los niños habían pasado uno de los mejores fines de semana de su vida, los padres habían soportado el encuentro de las supernenas, y ellas, amigas a pesar del paso del tiempo, habían recuperado parte de aquel pasado que no parece ya tan lejano, cuando vuelves a tener a quien creció a tu lado, cerca de nuevo.

No me queda, sino felicitar a aquellos que han llegado al final del relato, y aún siguen vivos tras la experiencia.
Y terminar la historia como en los cuentos, con una moraleja que resuma lo vivido en una frase, que como bien apuntaba ese santo varón de Carlos, cuando le preguntábamos algunos sobre la pertinencia de tener más de un hijo, muy sabiamente apuntó.
-"Pensadlo bien, queridos hermanos, porque, uno más uno, son mucho más de dos".
Ya habéis visto lo que suman seis...

1 comentario:

azaria dijo...

DIREIS LO QUE QUERÁIS, PERO A MI ME PARECE QUE EL RELATO DEL VIAJE HA QUEDADO PERO QUE MUY CHULO.
HE DICHO, PORQUE NADIE DICE NADA...

HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...