Ha sonado esta mañana el despertador en la mesilla, he abierto el ojo y me he levantado a apagarlo.
Hace un frío polar en este cuarto, pienso mientras busco a tientas la bata, los calcetines y mis gafas, que no aparecen por ninguna parte.
-Mamá tengo frío, dame calorcito, me dice mi hijo en la puerta de mi cuarto y se mete a toda pastilla entre las sábanas que yo he abandonado, mientras yo entro en el baño.
Tiene razón el pobre. Los radiadores están a tope pero apenas dan calor, pienso sin entenderlo muy bien. Abro la persiana y las cortinas. No ha habido suerte.
Está todo ahí.
El camino de La Tejera está despejado pero el resto es un paisaje nevado que bien pudiera publicarse en una de las fotos del calendario de la pared. Concretamente, el que compramos en Suiza y que trajimos de Kermatt.
Es bien cierto que así a lo lejos está precioso, pero se me cae el alma a los pies.
-Anda cariño, vamos a desayunar que tenemos que vestirnos luego para ir al cole- le ordeno a mi hijo que, acurrucadito en un rincón de nuestra cama, cierra los ojos muy fuerte porque no quiere levantarse.
Un soniquete lastimero me avisa de que no quiere moverse, que está nevando, hace mucho frío y que no quiere ir.
Me hago la dura y procuro no hacerle ni caso. Bajo las escaleras y enciendo la luz de la cocina para poner la plancha y hacerme las tostadas.
Mi hijo sigue lloriqueando arriba y pongo la tele para no oirle.
Dicen que hay previsión de más nieve, de más viento, de más frío. Que las máximas no excederán los dos grados y las mínimas, no lo queramos saber, pero mi termómetro dice que estamos a menos cuatro.
Se me hiela el alma. Tengo los radiadores a tope, con las bufandas, los guantes y los pantalones secos ya de la mojadina de ayer, pero entiendo en mis adentros lo que a veces cuesta vivir, empezar cada día. Lo que cuesta a veces salir de uno mismo con las botas de monte, con miedo a dar un paso en falso y provocar un cataclismo fatal. Más aún cuando uno adivina la pista de hielo que diviso fuera, desde la ventana de la cocina.
Pero, no hay otra.
Después de desayunar, convencer a mi hijo de que es mejor para él y vestirlo con todos los jerseys y bufandas que tengo por casa, cruzamos el umbral de nuestro hogar a la aventura.
Miguel va llorando porque no le gusta el colegio, a mi me duele la espalda y he olvidado el móvil encima de la mesa.
Entro de nuevo en casa, porque es una herramienta imprescindible hoy.
Nos lanzamos calle arriba, por la izquierda y cerca de las puertas de las casas por si hay que agarrarse a alguna parte.
Mi hijo corre calle arriba porque una cosa es ir al cole y otra diferente tirarse de cabeza a la nieve, que le encanta porque resbala mucho y es muy divertido.
Yo, lejos de disfrutar de lo blandita y bonita que está la alfombra que nos envuelve como una bufanda gigante por todas partes, voy pensando en que si piso una placa de hielo, me parto el espinazo en el intento. Ni miro siquiera que una bola se ha estrellado en mi abrigo, porque sé que como salga alguno de mis vecinos en el coche, puede resbalar y aterrizar en el coche de otro vecino o a lo peor en nuestros pies.
Me encomiendo a los santos. De mi casa al bus del cole hay al menos ochocientos metros. Ochocientos, pienso agotada antes de salir de casa. Claro, que peor era el año pasado que no tenía que llevarlo al bus sino al mismo colegio, dos kilométros y medio de ida y otros tantos de vuelta cada día, sin posibilidad de que un alma caritativa me ofreciera su carruaje para evitarme unos metros al menos.
Con los brazos abiertos, que cuando uno parece perder el equilibrio pone esa postura absurda, caminamos pasito a pasito por el sendero nevado. No hay un alma en la calla, ni siquiera pasan coches. Sin embargo, hay algunas pisadas en la blanca superficie que pisamos.
-Son de un animal mamá, asegura mi hijo así como si dijera que lo más normal del mundo es que un conejo, una ardilla, un hurón o un pequeño topo pueda pasar por delante de la puerta de casa como si nada.
Después de un poco más de un cuarto de hora patinando, con varias tentativas de caerse de culo y con dos o tres resbalones de mi hijo que le hacen más gracia que le dan miedo, llegamos a la estación de autobuses.
El frío y la niebla confunden los coches de quienes han traído hasta aquí a sus hijos vestidos de buzos.
-Hola Antonio, saludo a un anorak que me sonríe desde su pasamontañas.
-¿Cómo es que venís andando muchacha?, ¡está esto imposible!- afirma como si mis gafas no me funcionaran bien y no pudiera ver yo claramente que es una temeridad salir a la esquina.
El autobus da la vuelta en la rotonta y los niños, enfrascados en la nieve y en tirarse bolas, se colocan ordenadamente en la cola improvisada para cuando abra la puerta el bus.
Sale Conchi haciendo uno de sus chascarrillos: ¡este calor no hay quien lo aguante!. Se permite bromear como si fuera andaluza, lo menos.
Mi hijo se mete en el bus contento, después de darme un beso casi doloroso en mis mejillas temblorosas. Le ha enseñado el Gormiti amigo del señor del Mar a Montse y está tan contento.
Ya no lleva el gorro, que ha aterrizado en la nieve y lo veo a lo lejos. Uno de los guantes está mojado y se lo arranca de la mano.
Pienso que hasta las cuatro quedan muchas horas en las que seguramente pierda la bufanda, se saque el jersey del pantalón y vendrá con las botas empapadas. Que está convaleciente de una gripe que no acaba de curarse desde Navidad y que cuando vuelva a verlo me arrepentiré una vez más de haberle llevado hoy al cole.
Sin embargo así es la vida.
Antonio me ofrece subierme la cuesta en coche que conseguimos no sin dificultad, pero me deja en la esquina de la Tejera porque no puede ir más allá.
Camino sola de nuevo, pensando en que me falta carne, yogures, leche, fruta y pan, pero que no me aventuro yo dos kilometros arriba para abastecerme por esta mañana.
Ya inventaré algo, que imaginación tengo y mucha, sobre todo cuando hay que ahorrar un poco y hacer un poco de dieta después de las fiestas.
Así que llego a casa. Llamo a mi marido para que se tranquilice y me cuente él su travesía en bus hasta Madrid, y una vez tranquila, me dispongo a ver si hago la colada y recojo el desastre de casa que tengo.
Al poco tiempo surgen los problemas climatológicos, también dentro de casa. No sólo hace frío, sino que las cañerías congeladas me han impedido lavar los cacharros con agua caliente, la cual va llegando cuando se deshielan y cuando ya has gastado litros y litros de agua. Tampoco nos hemos duchado hoy porque encima, arriba el agua sale cada vez más fría, y por si eso fuera poco, no sé qué pasa con la lavadora, pero probablemente tenga que ver también con las dichosas cañerías. El caso es que no funciona.
Como hace tanto frío, sucumbo a la evidencia, y tras recoger las cuatro cosas más peligrosas del suelo, me meto con los calcetines, dos jerseys y los leotardos en la cama con el ordenador, el libro y el mando de la tele. He traído el móvil y el teléfono porque aquí estoy más calentita.
Me queda toda la mañana y hasta las cuatro para calentarme y trabajar un poco.
Me enfundaré después en todo lo que encuentre y encomendándome a los santos acudiré presurosa al pie del bus que traerá a mi hijo de vuelta a la vida entre estas paredes.
Hoy me he librado pero mañana tendré que subir al pueblo a por víveres. Allí las calles desiertas, las tenderas con sus abrigos en las tiendas, muertas de frío y de risa, pues nadie viene a comprar como antes, las aceras resbaladizas, las farmacias a tope de personal que ha salido del INSALUD que también tiene overbooking.
Hablaré con la panadera de que en El Espinar es todavía peor, que ni colegio hay la mayoría de los días, y que la gente ni se molesta en ir a los cafés a tomar algo calentito. Hay quien se pasa encerrado los días peores del invierno, que no llega a mes y medio, con un poco de suerte.
Ni coger un tren, ni dar un paseito por el parque, ni sacar al bebé con el cochecito, que por cierto no puede abrirse paso entre la nieve, para tomar el aire no vaya a ser que coja una pulmonía. Ni rebajas, ni modelitos nuevos, ni tomarse algo con las amigas en un café cercano.
-¡Aquí en este maldito pueblo no hay quien viva!, me dice Marga, cuando la veo en la estación de autobuses con su maleta, camino de casa de sus nietos allá en Alcorcón.
Busca desesperada vender su casa, comprarse un pisito sencillito y volverse a la civilización, porque a sus años no puede soportar la oscuridad del invierno. No es la única, claro.
En fin, ya veo la cabecita rubia de mi hijo bajando del bus. Hoy no hay coche, que Montse tiene karate y no vienen a buscarla su padre.
Subimos en silencio, no sin que mi hijo me pida asi como doscientas veces que lo coja en brazos que está muy cansadito.
Se duerme nada más llegar, a tiempo de preguntarme a mi misma una de esas cuestiones vitales que nos atenaza a todas todos los días.
¿Qué pongo de cenar?.
Seguramente, encontraré algo para darle de cenar a Antonio cuando llegue a las ocho de la tarde también vestido de buzo y con su palo en la mano. Por lo visto tiene un sitio secreto donde lo deja cada mañana antes de coger el bus, y ahí le espera medio enterrado cuando vuelve.
Saldrá antes de cerrar las cancelas, con la pala a ver si retira parte del hielo de la puerta.
Más que nada para que mañana no nos abramos la cabeza antes de tiempo...
A LOS CUARENTA DESCUBRES QUE YA NO ERES JÓVEN, QUE EMPIEZA EL DECLIVE Y QUE QUEDAN POCAS AVENTURAS POR VIVIR. YO HE QUERIDO ENGAÑAR AL TIEMPO,SIN CIRUJIAS O MAQUILLAJES. TRATANDO DE VIVIR, DE OTRA MANERA...
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HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...
QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
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