miércoles, 19 de noviembre de 2014

Cuarenta y siete años, sí...

Con el cuerpo apoyado en la barandilla de la terraza, la abuela Pilipam se revuelve impaciente. Espera ver llegar el coche que vendrá cargado con un poco de sentido a su cansada existencia. 

No sabe que es azul, ni por asomo imagina qué marca tiene o qué es un monovolumen, pero intuye que en cuanto de la vuelta y lo vea enfilar la calle, entenderá que su semana de médicos y noches sin dormir, se teñirá de colores y sabrá que de algo sirvió vivir más de la cuenta, cuando siente que poco pinta ya.

El timbre de la puerta la sobresalta en lo más íntimo y abandona su puesto bruscamente, para lanzarse al telefonillo a contestar. No escucha nada pero abre la puerta. Supone que si no se trata de la familia, ya detendrá alguien en el camino al intruso que se atreva a entrar.

Dos muñecos irrumpen en su regazo en décimas de segundo, el tiempo necesario para abrir la puerta y dejarla entornada, pues empieza a hacer frío ya.

- ¡¡Abuelaaaaaa!!, grita Danito aferrado a su faldón gastado, a su delantal lleno de lamparones y a sus débiles rodillas que parecen acusar el golpe con la misma ternura con que unas manos pequeñas son capaces de demostrar.

Sus ojos enterrados en arrugas, apagados, débiles y casi en penumbra, se llenan de lágrimas de felicidad que nublan la visión de Miguel, que ha subido los escalones con su PSP entre las manos y que está enfadado porque su padre y yo no le dejamos que la ponga en marcha todavía, hasta que no salude a su abuela y terminemos de comer.

-Pero madre, ¿es que no oías?. ¡¡Que llevamos llamando más de diez minutos!!. Me he dejado las llaves en casa y ya creía que te había pasado algo. No están los tíos y no sabíamos qué hacer.

La abuela Pilipam no escucha, de sobra sabe que su hijo la vuelve a regañar por algo que no tiene que ver con lo que es su responsabilidad. Abraza y besa embelesada a Miguel, el niño de sus ojos, cogiéndolo de la mano y arrastrándola hasta el cuarto, que fue de sus hijos, hoy lleno de juguetes, muñecos y toda clase de peluches que ha ido recolectando, Dios sabe de donde, y que esperan a que sus nietos los vengan a utilizar.

-¡¡No hago más que pensar en vosotros, mi vida, mira lo que te he comprado en el Corte Inglés el otro día!!. Estaba deseando que lo vieras para ver tu reacción.

Miguel, que ya es un entendido informático y que sueña despierto con Minecraft y con la Nintendo 2DS, desgarra un paquete que lleva en sus entrañas un tren que ya le compró hace unas semanas, y que se cargó su hermano nada más abrir la caja.

Con esa decepción poco contenida, como sólo sabe expresar un niño, la mira incrédulo, con un poco de resquemor en la mirada, leyendo enseguida su abuela, que no ha acertado en su elección.

-¡¡Ya lo tenemos, abuela!!. Pero si nos lo compraste hace menos de un mes, la mira casi reprochando a su abuela, que se haya confundido tanto en lo que le gusta a él.

Pilipam siente que un mazo aplasta de un golpe su ilusión y baja los ojos.

Danito sin embargo, diciendo a voz en grito que ya lo tenemos pero que le gusta, rompe la caja y se dispone a destrozar el juguete nuevo, en los mismos términos que ya lo hizo la vez anterior, esta vez sin dar tiempo siquiera a poner las pilas que Pilipam ha dejado sobre la mesa, metidas en un sobre, para que funcione la máquina del tren.

Los deja discutiendo sobre quién abre la caja o quién monta las vías y, renqueando, se llega hasta la cocina. Allí la espera la dichosa vitrocerámica, que la tiene harta, pues no se hace todavía con el fuego para hacer el arroz.

Entre suspiros y alguna queja que reclama al viento, la veo apoyarse con sus brazos poderosos, sobre la encimera de la cocina, sin atender a entender qué dejó listo y si tenía que echar el arroz o las gambas, que las tiene preparadas en dos cuencos que se entretiene en mirar.

Por un momento, su cabeza se ha quedado suspendida, perdida, buscando entre sus recovecos una orden que la empuje a actuar.

-¿Quieres que pruebe el caldo?. pregunto tímidamente, sabiendo que me alargará la cuchara casi inmediatamente, como hace casi todas las veces. Ya sabes que yo soy muy sosa, Pilar, pero lo pruebo si quieres, que tiene muy buena pinta.

-No, hija, tú no eres mala, no, me dice y me deja un poco perpleja. Eres como un ángel que cuida de mis niños y que haces todo lo que puedes por ellos. Me paso la vida rezando para que Antonio vuelva a casa y estéis todos juntos. Que esos niños no crezcan sin su padre, dice con lágrimas en los ojos.

Un nudo en la garganta me aprieta fuerte. Sé que Pilipam está sufriendo por nuestra situación, por mucho que no se entere bien lo que está pasando. Sé que apenas recuerda que hoy es mi cumpleaños, que hemos venido con los niños con una tarta con velas. Sé que no sabe ni qué hace apoyada en la encimera o que no recuerda que pastilla tiene que tomar a cada hora si no es porque su hija le pone todo escrito en unas cajitas con etiquetas y carteles.

Sé que apenas me ve, me oye o sabe cómo me llamo. Que ya no se rige ni por el reloj ni el calendario colgado en la cocina. Que lo mismo le da comer magdalenas y café a la hora de comer, que pescado en el desayuno.
Sé que a sus ochenta y un año, que hoy parecen pesarles más que nunca sobre sus robustos hombros, apenas reconoce a la señora de pelo gris que aparece cada mañana mirándola en la ventana trasparente del baño, desde donde la mira incrédula y un poco decepcionada.

La veo reflejada en el cristal de mis gafas, indefensa, con el disco duro recién formateado, pero con conocimiento suficiente como para entender que no es su tiempo y su espacio este donde vive, Que ya no es la protagonista de su propia vida. El tiempo la ha convertido en un personaje secundario, casi molesto e inútil, de esos que el guionista no tardará en prescindir.

Un escalofrío, conocido y cruel me alcanza. Intuyo la certeza terrible de que tarde o temprano todos llegaremos a ser ese personaje secundario que ya no brilla en escena, que no está en su cenit.

Miro en sus ojos toda esa vida vivida que me ha contado mil veces y que siempre repite cuando alguien se acerca a escucharla, consciente además de lo difícil que es escuchar.

Veo a una mujer fuerte, valiente, decidida, joven, recién llegada a Madrid con ansias de comerse el mundo con un delantal para servir. Veo su imagen emprendedora, abriéndose camino en un mundo nuevo que nunca imaginó desde la explanada del Espolón de Toro, lugar del que salió sin atreverse a soñar que allí llegaría a conocer hasta el mismísimo Gregorio Marañón.

Veo a la madre protectora y exigente que se afanaba en que sus hijos aprendieran de los libros todas esas lecciones que ella no puedo aprender. Veo a la mujer coqueta con su abrigo rojo, camino del encuentro con su enamorado. Hombre que le acompañaría durante toda su vida, en las penas y las alegrías, en el trabajo y los sinsabores. Y la veo, en el pasar de las estaciones, envejecer, apoyando en silencio al trabajador infatigable que llegaba a casa a comerse el plato de comida y a tumbarse un rato la siesta en su sillón de orejas, ese que ocupa ahora ella, porque él se marchó.

Pilipam, una niña asustada con cabeza plateada, agarrada a la barandilla del parque viendo cómo juegan los niños a su alrededor. Temerosa de integrarse en el paisaje, buscando entre las caras de los otros un espejo donde mirarse y donde reconocer una cara amiga.
La veo cansada, abrumada por un tiempo que ya no entiende, soportando dolores de un cuerpo que ya no es el suyo, pero que le recuerda a cada momento lo que abusó de él. Que le recuerda tantos años que ya no volverán.

-¡¡¡Bendita juventud!!!, exclama haciéndose eco de mis pensamientos, mirando mi vestido algo escotado y mis zapatos con un poco de tacón. Elogiando, a su manera, pues no es Pilipam mujer que se prodiga en halagos, más bien todo lo contrario, que sea siga siendo tan joven y que mi presencia de alguna manera insulte la suya.

-¡¡Pero, si ya no soy joven Pilar, acabo de cumplir 47 años!!, digo a voz en grito, como hago siempre ahora, que por ser mi cumpleaños parece que me siento en la obligación de aclarar mi edad a la gente que no se atreve a preguntar. Como si una mujer madura, no se atreviera a confesar tamaña realidad.

.¿Que tienes ya 47 años ?, pregunta con los ojos abiertos, mirándome de arriba a abajo, comprobando que efectivamente no debe estar en el mundo real.

Cuarenta y siete, sí...pienso con gran orgullo, mirando a mis hijos discutir por el tren o a mi marido leyendo el periódico en la mesa del salón. Sin complejos o sin temer haberme perdido nada en mi ya terminada juventud. Intuyendo qué no daría la abuela Pilipam en este momento por detener el tiempo y retroceder hasta aquellos tiempos en los que tenía 47, como yo.

Cuánta vida volvería a vivir de la mano todavía de su marido, asustada y temerosa de que un futuro incierto esperara a sus hijos, como realmente fue, pero con tiempo todavía para salir por el barrio, para correr las calles, para sentir el sol en la piel. Para regañar al panadero porque si te descuidas, te da el pan duro de ayer o para elegir una por una las mandarinas y recriminar al frutero todas las peras que tuvo que tirar ayer.

Con tiempo para reír a carcajadas o llorar amargamente. Para subirse a un coche, para dirigir su propio presente. Para decidir qué poner de comer o lo que iban a hacer el fin de semana en su casa de la sierra. Con tiempo para seguir regañando a sus hijos o meter en un sobre los ahorros para el veraneo en la playa. Con tiempo, para ser la protagonista de su espacio. Para llevar la comida a su madre, para preocuparse por la prima Amelia o por su hijo que no tenía un trabajo todavía y no sabía lo que iba a ser de él.

- Con más tiempo, me dicen sus ojos siempre llorosos, cada día más pequeños, sin usar palabras o discursos, tan sólo por su triste mirar.

Pienso en mis ya cuarenta y siete años.

No me parecen, si hago repaso rápido a mi existencia, más que un parpadeo en el tiempo, por mucho que me cuesta cada día llegar a las diez de la noche y ver a mis angelitos en la cama durmiendo después de una dura jornada de colegio, deberes y caretas de Halloween que hay que terminar para mañana.

Observo a la mujer del espejo que me mira con vehemencia.

Quisiera preguntarle qué piensa de lo que soy, de este personaje adulto, que va directo a la cincuentena, que ahora de pie, en la cocina de Pilipam se afana en poner la mesa y en darle a cucharadas el arroz a Danito, mientras escucha a su suegra la misma cantinela de cada Domingo que se acercan a comer con ella.

Me da miedo. Lo mismo la mujer del espejo se atreve a abrir la boca y contestar.

Como si me escuchara hablar en voz alta, como siempre ocurre, desde que hace doce años su camino se cruzó con el mio e hizo que camináramos juntos por el mismo sendero que me ha conducido hoy hasta aquí, veo en la ternura con que me mira Antonio, todas esas respuestas que no dejo a mi yo trasparente pronunciar.

Vida vivida. Tiempo que merece la pena vivir, pienso mirando a mi suegra arrastrar su cuerpo hasta la cocina, con los platos sucios. Merece la pena, ocurra lo que ocurra.

Ocurra lo que ocurra, reverbera el eco en mi interior.

Tiempo que se nos concede. Años que llenamos con nuestros actos, nuestros pensamientos y deseos, que siempre quedarán impresos en unos ojos empequeñecidos por el paso del tiempo.
Consecuencias que dejamos con letras de molde en el libro de nuestra vida, en la gente que conocemos, en quien influimos, en los hijos que dejamos por el camino de la vida que no veremos cómo terminan sus propias historias, porque el tiempo se nos acabará.

Anécdotas, encuentros y desencuentros, personas que marcaron nuestro camino y otras que nos hicieron dudar sobre nuestro papel en la función que representamos queramos o no.
Errores, equivocaciones, caminos que quisiéramos haber evitado para no tener que aprender determinadas lecciones que marcaron nuestro destino.
Unos renglones escritos en las líneas de nuestras manos, en las patas de gallo de nuestros ojos, en los surcos de nuestro rostro. Imagen que ven los demás de nosotros, que ignoramos e ignoraremos siempre lo que piensan de verdad.

Aventuras que vivimos y otras muchas que nos hubiera gustado vivir. Emociones que no experimentamos, lotería que no llegamos nunca a ganar, lugares que no llegamos a visitar o personas que no llamaron a nuestra puerta o pasaron de largo.
Sueños que todavía no se han hecho realidad y nos ayudan en el día a día, como a la abuela Pilipam, en el filo ya de su historia, a seguir adelante, aunque sólo sea por volver a ver los ojitos emocionados de un niño sacando un regalo de su envoltorio de colores.

Vida que nos hubiera gustado protagonizar, historias paralelas y felices que todos guardamos en el desván de nuestros recuerdos, que nos fueron ayudando a soportar horas de trabajo, dificultades económicas o momentos de máxima tensión cuando algo en nuestro interior se truncó.

Todo eso, todo lo vivido, lo sentido, lo imaginado, lo anhelado. Todo lo bueno y todo lo malo.
Los rencores por desencuentros, las desilusiones con los demás, los encuentros apasionados que acabaron en lágrimas de decepción, los malentendidos, las discusiones que duraron años, mantenidas con los hilos de las justificaciones.

Todo lo que vivimos y lo que no. Lo que fue real para nosotros o lo que soñamos formará parte de nosotros, de nuestro cuerpo, nuestro puesto en el mundo cuando dejemos de ser los protagonistas de nuestra historia y como Pilipam asistamos mudos a representar un papel secundario que no tardará en desaparecer.

Nuestra vida pasará como una película repetida, como un bucle incesante que hasta el final nos recordará lo que fuimos, lo que hicimos, lo que fuimos capaces de soñar.

De momento 47 años, sí, aunque espero ver pasar muchos más...








3 comentarios:

azaria dijo...

Para mí, que soy parte de esa historia, no sé expresar bien con palabras lo que provoca en mi interior, solo se me ocurren tres palabras: GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.
De parte de mi madre, mi padre y de mi mismo. Gracias por tu amor, tu sentimiento en cada acción que realizas y en cada escrito que sale de tus manos, cabeza y corazón.

Anónimo dijo...

No soy Azaria, soy su marido enamorado y agradecido por su amor durante estos 12 años de maravillosa vida:
Para mí, que soy parte de esa historia, no sé expresar bien con palabras lo que provoca en mi interior, solo se me ocurren tres palabras: GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS.
De parte de mi madre, mi padre y de mi mismo. Gracias por tu amor, tu sentimiento en cada acción que realizas y en cada escrito que sale de tus manos, cabeza y corazón.

shaydeasl dijo...

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HOLA A TODOS, CUARENTONES Y DEMÁS ANIMALES...

QUERIDOS CIBERNAUTAS.
CONFIESO QUE ME HE LANZADO SIEMPRE A LAS MÁS TREPIDANTES AVENTURAS. HOY EMPIEZO OTRA, QUE PARA MÍ ES DE LO MÁS INTERESANTE Y ARRIESGADA: ESCRIBIR MIS IMPRESIONES Y MI VIDA POR INTERNET.
¿YO?. YO, QUE SOY CARNE DE DIARIOS ESCRITOS A PLUMA Y RATÓN DE BIBLIOTECA. YO, QUE ANTES DE BUSCAR UN DATO EN EL GOOGLE, SOY CAPAZ DE REVOLVER LA CASA ENTERA PARA ENCONTRARLO EN MIS LIBROS...
SIN EMBARGO, AHORA QUE ESTOY YA EN EDAD DE MADURAR, AHORA QUE HAY QUE IR CON LOS TIEMPOS Y QUE PARECE INEVITABLE EL DECLIVE, BUSCO UNA MANERA DE ENTENDER LA REALIDAD, UNA ALTERNATIVA A DEJARSE LLEVAR POR LO INEVITABLE.
PUEDE PARECER FRÍVOLO O IRREVERENTE, PERO CON MIS CUARENTA AÑOS, ME GUSTARÍA PENSAR QUE AÚN PUEDO APRENDER ALGO DE LA AVENTURA DE VIVIR.
COMO OS DIGO, DISPUESTA A LOS CUARENTA Y A LOS QUE ME ECHEN...