He visto estos dos últimos días, (bueno, confieso que ayer casi me lo perdí entero y no pude ver el final), una serie que han echado en Antena 3 que se llamaba El castigo.
Me quedé de piedra, máxime cuando sabes de antemano que la historia es real, y que realmente encontraron a un chico que se había escapado de una granja donde, para hacerles hombres y mujeres de provecho, les infringían unos castigos tan tremendos que, lo menos que hacían sus guardianes, era meterles en una jaula cada vez que desobedecían o se portaran mal.
Muy fuerte, ¿no?. La verdad es que así contado en dos palabras, suena inhumano, suena a malos tratos, suena a salvajada.
Dejadme que siga contando, por favor.
Eran chicos de muy buena familia, pijos, hablando claro, y con 17 y 18 años, que habían pagado, por cierto, un buen dinero por estar en esa granja. Y os preguntaréis asi, a bote pronto, ¿qué clase de padres envían a sus hijos a un lugar donde les hacen semejantes perrerías, si es posible que no supieran lo que realmente les hacían o si los niños en si eran merecedores de dicho castigo?.
Juzgar por vosotros mismos.
Alejandro, que venía a ser el protagonista de la historia, al menos el que se fugó del lugar y no quiso plegarse a los castigos. Dieciocho años, hijo de unos adinerados burgueses y dueños de sus propios negocios con un poder adquisitivo muy alto. Un día le quita el descapotable a papá y de marcha con su amiguita, hasta arriba de drogas, alcohol y haciéndole la chica una exploración a lo Mónica Levinsky, atropella y mata a un pobre transeunte, quedándose completamente limpio de culpa, pues las culpas las carga su papá, que aludiendo que el transeunte en sí iba como loco, lo ha atropellado sin querer.
El niño no sólamente no es consciente de que haya hecho nada malo, sino que encima se permite el lujo de insultar y casi amenazar a sus padres con largarse de casa, porque ha sido un accidente sin importancia y al final nadie ha salido mal parado.
Eva, que también está en el campamento. Se dedica en sus ratos libres a posar desnuda delante de una webcamp para poner cachondos a sus clientes. No tiene aún 17 años, pero sí un cuerpo de escándalo y muchas ganas de gustar. No lo hace por dinero, en realidad tiene la tarjeta de sus papás por si tiene algún gasto, es simplemente que le pone saber que están babeando por ella.
Un día su papá la pilla en plena acción, y lejos de avergonzarse de sus actos, invita al padre a seguirla en su página, pues es la mejor de su género.
¿Queréis que siga?.
Eran seis chicos los que estaban allí, dos chicas y cuatro chicos, que ninguno queríamos tener por hijos por mucho que nos obligaran las circunstancias o el cariño, porque realmente es muy pero que muy difícil saber lidiar con ellos y con su desfachatez.
Especialmente, porque en la cara de los padres al descubrir las joyitas que tenían en casa, había ese asombro que tendréis cada uno de vosotros ahora mismo al leer estas líneas. Padres preocupados y atareados por vuestros hijos, que sois, como todo hijo de vecino, por otra parte. Supongo que sentís ese sentimiento de culpabilidad a la vez de extrañeza, al pensar en qué habremos hecho nosotros para merecer semejante ejemplar, o qué les habremos enseñado para que aprendan esas cosas.
Pero, vamos, que eso es una película, que eso no existe, y si existe, será entre gente con muchísimo dinero que puede permitirse dejar la visa a sus hijos para que compren drogas, alcohol o roben el descapotable de su papá en un descuido, vamos, que mi hijo, ni borracho hace algo así.
¡Amigos mios si yo os contara lo que he visto en la enseñanza privada y pública en estos últimos años!. Padres desesperados porque no reconocen que su hijo pueda pasar drogas en el cole con doce años, o porque sus hijas se han quedado embarazadas y han abortado sin pestañear porque no quieren tirar su vida a la basura. Deseperados porque ya es la segunda vez que sus hijitos duermen en un calabozo por culpa de una paliza con otros de la clase, o porque han destrozado la casa del vecino de enfrente. No estudian ni les importa, no obedecen y encima te amenazan, salen cuando les viene en gana y están dos días sin dar señales de vida, beben como cosacos y vienen a casa como una cuba sin verguenza ni nada, y luego traen unas notas, que en fín, es mejor no verlas siquiera porque parece imposible que hayan cateado hasta la religión y la gimnasia.
¿Qué hago con él, Pilar?, me preguntan desesperados, casi con lágrimas en los ojos. ¿Le meto en un colegio interno, le dejo sin paga, le castigo hasta el día del juicio final, le amenazo, le pongo a trabajar, le pego?. Porque es mi hijo, pero yo lo mataría, me dicen a veces sin pensarlo siquiera. Que volvemos a casa horrorizados, porque les tenemos miedo, no sabemos cómo enfrentarnos a ellos. El otro día, me dijo así, que para qué tenía que ir al Tuto, que es como les llaman ellos. Que para qué tenía que estudiar si luego seguramente se ganaría la vida conmigo en la empresa. Que ni dinero ni nada le iba a faltar. Que lo que ahora tenía que hacer es vivir la vida, divertirse, vivir a tope, pasarlo bien. Me llegó a decir, Pilar, me dijo una vez un padre, que si realmente tenía yo envidia de su vida porque no había tenido yo una juventud como la suya.
Mirando a mi hijo como si fuera un extraño, le crucé la cara sin poder contenerme. Me la devolvió, Pilar, me la devolvió. Me entraron unas ganas de tirarme al río que ni te cuento. ¿En qué narices me he equivocado yo, si he dado a mi hijo todo lo que yo nunca tuve, todo por lo que tuve yo que luchar toda mi vida?.
El caso es que se fue de casa después y no volví a verle en tres días. No sabes los diítas que pasamos su madre y las niñas, junto conmigo, que me hacía el fuerte, pero no podía pegar ojo en toda la noche pensando en qué habría sido de mi hijo por ahí solo.
No tuve que imaginar mucho. Volvió a casa borracho y drogado, con la mirada perdida y a buscar algo de ropa. Si no le suplicábamos que se quedara, se largaba de nuevo, que estaba ya muy harto de nuestras tonterías. De hecho, tenía ya choza donde dormir, nos dijo a su madre y a mi. Susana le suplicó que se quedara y ahí sigue, comiendo la sopa boba.
No hemos sabido hacerlo y ya no sabemos qué hacer.
Luego me preguntan siempre, qué haría yo, así, como educadora, según mi experiencia. Matarlo, seguramente, pienso sonriendo grave, sin saber qué decir. A fin de cuentas yo enseño Historia a su hijo, nada más. Trato de que entiendan que a través de la experiencia de otros, su vida futura podría ser un poco más fácil si saben aprovechar la sabiduría del pasado, de los hechos que tuvieron sus consecuencias y sus causas. Poco más.
Pero su hijo es cierto que es un capullo. Se pasa la hora mandando mensajes por el móvil, sin atender apenas o dando un toque de humor a cualquier cosa que uno de sus compañeros o yo misma pueda decir. No tiene ganas de estudiar ni de aprender nada, y es un insolente, insoportable y muchos adjetivos más. Vamos que si por mi fuera, yo le quitaría de su sitio si pudiera. A él y a algunos más, porque pensandolo bien, lo cierto es que se parece mucho a casi la mitad de su clase, son todos una panda de indeseables, cortados por el mismo patrón.
Sin embargo, no digo nada. Me dan pena tanto unos como otros. A los padres les doy ánimos, a los hijos es otro cantar. Les digo de vez en cuando que en su pobre educación y su incultura, van a tener las cosas muy difíciles en la vida. Se callan cuando les digo que sus salidas y su desfachatez me dejan pasmada y sin palabras, yo que no paro un segundo de hablar de todo lo que se me antoja y que pocos me callan. Luego siguen a lo suyo, sin importarles en absoluto si Alfonso XII era o no el bisabuelo del rey actual, o si La Regenta era un libro y no un bar de moda de Alonso Martínez.
Pero, afortunadamente, yo tan sólo les aguanto unas horas por semana, pienso siempre. Lo que debe ser tener a ese angelito las 24 horas en casa, sabiendo que además en cierta manera, has contribuído tú a que sea como es...
Difícil, ¿eh?.
Mandarles a un campamento donde te prometen que les enseñan a comportarse correctamente, a saber lo que vale la vida, a que unos hechos tienen sus consecuencias en un mundo donde no parece importarles absolutamente nada. Ni siquiera su salud, ni lo que están haciendo con su cuerpo o su vida en el momento actual, donde nada importa nada.
No suena tan mal ahora, ¿eh?.
Incluso me atrevería a aventurar que suena muy bien, dadas las circunstancias actuales, dado que no sabemos cómo enseñarles un poco de respeto o que ya no tenemos autoridad sobre ellos.
¿Qué hubiéramos hecho nosotros si tuvieramos ese tipo de hijos y el suficiente dinero como para mandarlos a un sitio donde todo el mundo aprende algo aunque sea a un precio muy caro?
¿Podemos culparlos de verdad a esos padres, o más bién nos resulta lógico dadas las circunstancias?
Hasta aquí la mitad de la historia, que no tengo tiempo hoy de continuar.
Os prometo que continuará...